En esta época de ajustes y recortes presupuestarios, donde la investigación y la educación superior no están exentas, podría pensarse que si existe un lugar inútil dentro de la estructura edilicia universitaria ése podría ser la biblioteca.
¿Para qué seguir manteniendo un lugar así, pues si con un click en mi laptop, tablet e incluso en mi smartphone puedo acceder a bibliotecas digitales completas? ¿Qué sentido pueden tener los miles de volúmenes acumulados en espaciosas salas, cuando hoy la tecnología permite que transporte incontables ebooks en mi kindle? ¿Qué utilidad puede tener el acopiar parvas de papel que precisan limpieza y mantenimiento periódico frente a las ventajas de llevar miles de libros en formato electrónico que no necesitan más cuidado que -en el mejor de los casos- un antivirus, el cual también se consigue con un click en la internet? ¿Cuál es la ventaja que brinda la labor de una persona que me ubica un libro en un anaquel cuando yo con tipear un par de palabras en un buscador digital encuentro rápidamente y casi sin margen de error aquello que estoy necesitando?
Si a la cuestión la seguimos enfocando desde un aspecto meramente utilitario, como el que acabamos de plantear, podemos aún ir más a fondo y preguntarnos ¿por qué no emplear el dinero que se paga en el mantenimiento de una biblioteca y en los sueldos de los bibliotecarios en contratar más y mejores bases de datos on line? De esa manera, por ejemplo, en nuestro país los investigadores accederíamos a lo último que se está pensando y trabajando en el mundo. O ¿por qué no convertir la biblioteca en un espacio áulico, ya que otro de los problemas que suelen presentarse en las universidades es la falta de recintos adecuados para la enseñanza, y precisamente no se construyen por falta de presupuesto?
Pero si al asunto lo abordamos desde una perspectiva más amplia veremos que cerrar o eliminar bibliotecas no es el camino a seguir. No lo es por muchos motivos: entre ellos, porque el hombre de hoy sigue estando mejor preparado para el libro en papel que para el digital; además la mayoría de los lectores siguen prefiriendo el formato impreso. Así lo consigna un estudio del Centro de Investigaciones Sociológicas del gobierno de España, publicado hace relativamente poco (http://datos.cis.es/pdf/Es3047mar_A.pdf). O incluso, como concluyen otras investigaciones, la lectura del libro digital es fragmentada y discontinua, parecida a la que se ejercita cuando se accede a internet.
Sin embargo, tampoco habría tantas razones para oponer ambos formatos; creo que podrían convivir pacíficamente. Y a fin de cuentas no es cuestión de cerrarse a las innegables ventajas del libro electrónico. Pero ésta y otras tantas cuestiones por ahora son aledañas. Aquí me centraré sólo en uno de esos motivos que antes anuncié: la biblioteca es un lugar en donde se concibe y se socializa el conocimiento.
Esta característica no es menor si se tiene en cuenta que ya desde hace tiempo se demanda (a los que dedican su vida parcial o plenamente al estudio) que participen y transfieran sus saberes y producciones científicas al resto de la sociedad. Es decir, se pide a los intelectuales que comuniquen "su mundo" "al mundo". La idea que está de fondo aquí es lo que ya los pensadores clásicos definían con la expresión contemplata aliis tradere, es decir, transmitir a otros aquello que he conocido y que me ha producido asombro; no guardarme para mí eso que he descubierto en mi estudio sino compartirlo con los de mi comunidad.
Ahora bien, para alguien que se dedica al oficio de pensar, su primera comunidad es la universidad. Allí las personas estudian, trabajan y aprenden. Pero no sólo aprenden de su propio esfuerzo sino también del de los demás. Es decir que aprenden juntas y lo hacen mediante diversas formas y en diversos sitios.
Uno de los espacios que propicia más fuertemente ese rico intercambio de ideas y de aprendizajes es la biblioteca, ya sea en su sala de silencio o en aquella parte en la que se forman grupos y se comparten mesas de análisis y discusión.
Por otro lado, es importante enterarse de que no son pocas las personas que por no disponer de un lugar adecuado para el trabajo intelectual han realizado parte o incluso toda su carrera de grado y/o posgrado en una biblioteca. A ello no sólo ha contribuido el silencio y el escenario propicio y guarnecido por libros sino también el contagio que produce que otras personas estén imbuidas del mismo modo en la lectura o en la escritura; más aún cuando esas personas son nuestros compañeros o colegas. En este sentido, las bibliotecas actúan como un "tercer lugar" (además del hogar y del trabajo) donde los hombres y mujeres hacen de su estudio o escritura una actividad social.
El enfoque con el que deben abordarse los problemas educativos no debería ser el de la mera utilidad. Ya Aristóteles en su Política decía que no es propio del hombre libre buscar en todo la utilidad. Seguramente siempre se pueden reducir costos en la educación (a veces es una obligación). Sin embargo lo que no se puede reducir bajo ninguna circunstancia es su calidad. Las bibliotecas son parte fundamental del entramado de enseñanza-aprendizaje que constituye a la universidad, más aún en estos tiempos en que tanto se demanda a la educación superior socializar el conocimiento.