El 8 de diciembre de 2012, en la previa al partido contra Godoy Cruz, la Bombonera era una caldera. El canto comenzó con fuerza en un pequeño grupo de hinchas y el efecto contagio tardó segundos en marcar una tendencia clara: Falcioni dirigía al equipo, pero el apellido impuesto a través del clamor popular fue el de Bianchi.
El por entonces entrenador captó el mensaje sin necesidad de intérpretes y comenzó a desandar el camino de su propia desvinculación. El contrato vencía a fines de ese año y dejaba tras de sí una campaña con dos logros (Apertura 2011 y Copa Argentina 2012) además de haber clasificado finalista de la Libertadores 2012 al equipo.
Números para nada malos, pero que de nada servían a la hora del contrapeso que significaba el eventual retorno del Virrey en la balanza afectiva xeneize.
Carlos Bianchi parecía no necesitar de Boca, pero Boca sí necesitaba de Carlos Bianchi. En aquel momento, las internas dentro del plantel habían ocupado el centro de la escena.
Encima, Juan Román Riquelme había iniciado un raid mediático desusado para su forma de relacionarse con los medios de comunicación; es más, cargaba con el desconcierto de su decisión de dejar de jugar por sentirse "vacío" (tal fue el término que usó) luego de la definición de la Copa Libertadores contra el Corinthians.
Con su vuelta al centro de la escena, más el titubeo por el presente de Falcioni, y además con la llegada de Martín Palermo a la Bombonera, ya como DT del Tomba, el principio de autoridad dentro de la dirigencia auriazul había quedado debilitado.
Apenas cuatro días antes de ese hecho significativo ocurrido en el propio estadio de Boca, sucedió un hecho que no pasó inadvertido en términos del lenguaje de los símbolos.
Ese 4/12/12, en la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires, se organizó un homenaje a Sebastián Battaglia, destacado como el jugador con más títulos ganados en la historia xeneize.
Bianchi fue invitado, pero - al llegar - sufrió la incómoda sorpresa de haber sido ubicado en la segunda fila. El protocolo lo dejó en tal lugar, mientras el jefe de gobierno porteño, Mauricio Macri, lo saludó de compromiso; es más, en las fotos, posaron separados entre sí.
Las relaciones entre Macri y Bianchi habían quedado deterioradas desde cuando aquél era presidente del club y el "Virrey" atravesaba su momento de máxima gloria en su carrera como entrenador. Inclusive, por aquellos días de 2012 hubo una movida para fortalecer la autoridad de Angelici: en el Hotel Boca, se celebraron los nueve años de la obtención de la segunda Intercontinental al comando del DT.
El conductor del PRO también estuvo presente en el agasajo a varios integrantes del plantel que derrotó al Milan, entre ellos Palermo, Abbondanzieri, Schiavi, Guillermo Barros Schelotto, Cagna, Battaglia y Cascini. No estuvo Riquelme.
Angelici, se sabe, llegó a la presidencia de Boca apoyado por el aparato que construyó Macri a través de la constitución de un frente electoral de agrupaciones.
Sin embargo, la capacidad de gestión en términos políticos estaba claramente diferenciada entre uno y otro: lo máximo que había hecho el actual presidente era haber sido tesorero en una comisión anterior.
Las tomas de decisiones de Angelici en aquél fin de año de 2012 provocaron más rechazo que adhesiones: se peleó con futbolistas de renombre a través de las cámaras de televisión, envió telegramas de despido a entrenadores de divisiones inferiores e infantiles y, sobre todo, quedó deteriorado cuando apoyó la continuidad de Falcioni y a las 48 horas le cerró las puertas como entrenador.
Mientras, Bianchi marcó la cancha con tres días de reuniones consecutivas con Angelici; una de éstas, en las oficinas de su hijo Mauro, en el barrio porteño Palermo.
El DT manejó como quiso los tiempos de la negociación: pidió informes hasta de la situación de los pases de jugadores y se jactó de poder resolver él solo al ya conflictivo "Caso Riquelme". A todo, el dirigente le dijo que sí. Inclusive, la máxima autoridad xeneize le presentó al "Virrey" el contrato por tres años que éste exigía.
En esta semana que se acaba, Angelici sufrió otro golpe político duro: quedó expuesto como quien tuvo la iniciativa de suspender el partido del miércoles contra Estudiantes, cuando el presidente de River, Rodolfo D'Onofrio, se desvinculó públicamente de tal intención y dijo que su club debía presentarse ante Defensa y Justicia.
Ahora, luego de haber cambiado pocas horas después su decisión de respaldar a Bianchi, volvió a quedar en evidencia que el que más perjudicado sale es Boca.
La ecuación es simple: en el contrato trienal 2013/2015, figuraba una cláusula por la cual a fines de junio de este año (mitad del vínculo), el club podía decidir en forma unilateral la rescisión del acuerdo por falta de objetivos cumplidos, léase obtención de títulos.
Ahora, será cuestión de que los abogados y contadores se pongan a definir los números de la desvinculación, los cuales no son magros, precisamente.
Fabián Galdi - fgaldi@losandes.com.ar