El Beto de la radio, el Beto de la tele, el Beto del café con amigos, el Beto de la banda de rock. El mismo que salió de Haedo, es el que va primero en la FM con “Bien levantado” (Pop Radio), se pone al frente de su ciclo “Bendita” (Canal 9), no le teme al ridículo, recuerda que se crió en una casa prefabricada y ahora le gusta compartir lo que gana con sus amigos y compañeros de trabajo.
“Regalo mucha plata porque me siento feliz compartiendo. Todo lo que das, vuelve. O será que soy un poco culposo o tengo alma de pobre”, dice.
-Pasaste por la gráfica, hacés radio y televisión, ¿dónde estás más cómodo trabajando?
-No hay como la radio, yo me veo de viejito jodiendo desde algún micrófono porque, además, es para lo que me preparé de chiquito cuando escuchaba a Antonio Carrizo, a Cacho Fontana, el Negro Guerrero Marthineitz. A los 8 años ya leía el diario y me imaginaba mi propio programa de radio.
En segundo grado escribía sin faltas de ortografía, y eso que no venía de familia intelectual, eran tanos de mucho laburo.
-¿Cumpliste tus sueños?
-Sí. Cuando tuve mi primer programa de radio fue una locura. Pero mis expectativas eran firmar una notita y que la lean veinte personas. Todo lo que vino después fue una yapa loca.
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Tendrá que ver con el trabajo y el esfuerzo también. ¿O no?
-Puede ser, pero hay gente que labura 20 años y no llega a ciertos lugares de popularidad y notoriedad. Yo tengo dudas de que con el esfuerzo se consiguen cosas, a mí nada me costó nada. Ojo, yo tampoco me creo que estoy en un altar, sé que esto dura un ratito. Y cada vez que me encomiendan algo le pongo mucha dedicación y tiempo; no soy un improvisado ni tuve padrino. Todo lo hice solito.
-¿Creés que la gente que te sigue se identifica con tu origen de tipo de barrio?
-Creo que me ayuda haber vivido toda una vida en el conurbano y haber leído un par de libros. A los 18 salía mucho de joda, pero también me iba a escuchar charlas de Borges. Me parece que hoy, en esta Argentina que son como siete Argentinas distintas, el que encuentre el idioma para hablarles a todos (eso que se llama multitarget), tiene una ventaja. Yo creo que la tengo o estoy cercano a eso.
-¿Cuánto te importa el rating?
-Yo no pregunto el rating ni interrumpo un informe o una nota porque haya caído dos puntos. Si vas detrás del minuto a minuto entrás en una psicopatía. La tele no puede caer en la dictadura del control remoto.
Me parece que tenés que pensar el programa que querés hacer y jugártela. La tele está muy loca y por ahí responde, como reflejo, a una sociedad que está más loca que la tele.
-Si un día no te sentís contento con el programa que hacés, ¿tendrías problema en irte de la televisión?
-Ninguno. Antes de hacer una tele que me de vergüenza, vuelvo a vender libros. Tampoco hago History Channel, lo que hago es algo simple, familiar. Lo único que pretendo es entretener. Cuando me aburra se me va a notar.
-¿Hay algo de actor en el rol de conductor?
-Sí, en general todos tenemos varios “yo”: en el laburo, en tu casa, en la cancha, en el bar. Hay algo histriónico conduciendo. Me hubiera gustado ser actor.
-¿No le tenés miedo al ridículo?
-La vergüenza y el ridículo no me vinieron en mi chip, con lo cual, con cierto límite, me largo a hacer cualquier cosa. Conmigo creo que pasa que, como suele suceder, cuando estás en un buen momento, y te dan un Martín Fierro y esas cosas, decís cualquier estupidez y parecés un poco más inteligente. Yo creo, sin falsa modestia, que estoy sobrevalorado. Hay un malentendido que aprovecharé, por supuesto.
-Disfrutalo antes de que se den cuenta.
-Totalmente. Yo le doy al azar una importancia mayor que la que se le da habitualmente. He tenido mucha suerte.
-¿Qué opinás de los periodistas que se volvieron personajes mediáticos y de la farándula?
-Creo que tiene que ver con que mucha gente tiene una vida gris, aburrida, y entonces le gusta enterarse de que hay otros para quienes aparentemente todo es divino, pero resulta que también tienen vidas miserables parecidas a esas vidas grises: se separan, se pelean por guita, se tiran platos.
-Parece un premio consuelo.
-Sí, y descubren que en la fama también hay angustia. Yo lo llamo la depresión de la prosperidad; es un término que acuñé. Lo veo desde siempre, desde cuando entrevistaba a figuras importantísimas pero que estaban muy solos. O como en Hollywood: todos terminan en clínicas de desintoxicación.
-¿Por qué sucede?
-No sé, pero me pregunto ¿qué hay ahí arriba, en la cima, que los espanta tanto? Es raro eso. ¿Será que, a deseo cumplido, deseo muerto? O que explota el ego. Una vez escuché a un psiquiatra decir que a un Justin Bieber, por ejemplo, lo empezás a llamar ‘genio’, ‘genio’, y es demasiado para una psiquis pobre.
En general los famosos son gente triste. Hay cientos de ejemplos. Tato Bores me dijo en una entrevista que le hice: “Tengo la mejor caña de pescar del mundo y no voy a pescar. Soy un amargo, no sé vivir”. No me lo olvido más.
-¿Te asusta que te pueda pasar a vos alguna vez?
-Mi mecanismo es pensar (porque además es verdad): esto me dura dos días más. Yo sé que tengo destino de canal de cable de barrio ganando dos pesitos con dos auspiciantes amigos. Ahora estoy tranquilo en lo profesional y tengo una buena calidad de tiempo libre. No soy un obsesivo del laburo: dejo trabajar al equipo tranquilo, en la radio y en la tele. Confío en lo que cada uno aporta.
Beto no le esquiva a ningún tema y opina también sobre algunos de su colegas. “Me encanta Alejandro Fantino. Me parece que aprende todo el tiempo, es curioso, sólo le faltaría vencer cierta inseguridad. Me parece una locura que Nicolás Repetto no esté conduciendo. Hay tipos todoterreno como Marley, Julián Weich. Y Marcelo Tinelli me parece un conductor fabuloso, con un gran olfato para lo que viene”. Pero aclara: “Yo no veo sus programas, no me divierten. Pero es el hombre más importante de la historia de la televisión, lejos”.
-¿Te hubiera gustado ser músico?
-Yo cambiaría todo lo poco que conseguí profesionalmente por ser un rockero exitoso. No te digo un Mick Jagger, me conformo con un Calamaro.
Si tuviera 25 años aparecería todos los días con el pelo de diferente color y la cara pintada como los de Kiss. Siempre fui un payaso para vestirme; no me apendejé ni me achupiné de grande. Y claro, también me hubiera gustado ser el 10 de River. Pero ya es tarde.
En su brazo izquierdo lleva tatuados los nombres de sus hijos y la leyenda, en chino, que dice: “Larga vida”.