Amado por su multitudinaria legión de lectores y despreciado por los puristas del psicoanálisis, Bernardo Stamateas es una de las grandes caras del fenómeno de la autoayuda (un término que él no le cierra del todo, como ya veremos). En sus libros y conferencias, apela al sentido común y a conceptos accesibles para estimular el crecimiento personal y escapar de los laberintos de la angustia. Acaba de publicar "Soluciones prácticas", una especia de manual operativo con 30 ejercicios que, en sus propias palabras, buscan "potenciar nuestras fortalezas y resolver problemas". Una buena excusa para sentarse a conversar sobre cosas como las emociones en la era de las redes sociales, los límites de la autoayuda y cómo lidiar con el miedo a la muerte.
-De En tu libro se plantean esquemas y soluciones muy prácticas, que por momento hasta parecen medio matemáticas ¿Abarcan la complejidad de la mente y las emociones tan diferentes que tenemos los seres humanos?
-El objetivo no es abarcar la complejidad de la mente humana, sino ayudar a la gente que quiere saber “cómo”. ¿Cómo resuelvo una preocupación que tengo? ¿Cómo me llevo mejor con mi pareja? ¿Cómo puedo profundizar mi vínculo con mis hijos? Entonces lo que hice fue proponer 30 “llaves maestras”, ejercicios muy fáciles de hacer que nos mejoran la calidad de vida. Un problema complejo muchas veces tiene una solución sencilla. Y lo que sostengo es que un pequeño cambio puede generar una catarata de cambios. En psicología sabemos que lo que la boca no habla el cuerpo lo siente de alguna forma. Para poder liberar esas emociones que nos quedan atrapadas, en el libro puse, por ejemplo, un ejercicio que se llama “Escribir, leer y quemar”, donde la persona se sienta a escribir 10 minutos por día durante una semana todo aquello que tiene guardado. Al finalizar la semana, lo va a leer en voz alta y luego lo va a romper o lo va a quemar. Este es ya un ejercicio terapéutico en sí mismo que va a ayudar a liberar otras áreas que están en problemas, ya que destrabar un nudo siempre genera un efecto sobre otros nudos. Y en el libro hay 30 ejercicios de este tipo, que tienen como objetivo potenciar las fortalezas y resolver los problemas.
-¿Es tan sencillo como suena?
-Es que los problemas se resuelven haciendo, no pensando. Paul Watzlawick, el padre de la Terapia Sistémica, decía “Si quieres ver, aprende a actuar”. Uno de los ejercicios de mi nuevo libre se titula “Un poco más de lo que me hace bien y un poco menos de lo que me hace mal”. Y lo que le propongo al lector es que se pregunte qué es lo que te hace bien. ¿Caminar te hace bien? Entonces, en vez de caminar 30 minutos, caminá 35. ¿Te hace bien cocinar? Cociná más seguido. ¿Te hace bien bailar? Entonces andá a bailar dos veces por semana. Y, por el otro lado, intentá reducir lo que te hace mal. Si hablar con tu jefe te molesta, intentá hacerlo un poco menos. Este simple ejercicio te potencia la dopamina, te genera placer, te genera combustible y disminuye lo que nos roba energía. Nos genera un nuevo balance que nos da energía para atravesar el conflicto. No se trata de fórmulas mágicas, que se hacen y ya está, sino que hay que ir incorporándolo casi como un hábito de vida. En psicología se usa mucho el concepto de “lo mínimo es lo máximo”: un pequeño cambio es como una bolita de nieve que soltaste desde la cima de una montaña que se puede convertir en algo muy grande. Esto no reemplaza, por su puesto la psicoterapia ni los tratamientos médicos, sino que son ejercicios para iniciar un proceso de bienestar interior, que pueden ser practicados por cualquiera en cualquier momento.
-Hay mucha gente que vive paralizada o condicionada por el miedo a la muerte, que además suele ser un gran disparador de la hipocondría. ¿Qué les dirías al respecto?
-Muchas veces, el miedo a la muerte lo que expresa es la ausencia de proyectos de vida. Cuando no ves nada para adelante, la muerte se pone a cinco centímetros de tu vista. Un buen consejo en este caso es pensar en tus sueños, en las cosas que te gustaría hacer o lograr. Hacé una foto de tu futuro: cuál es el auto que te gustaría tener, el país que te gustaría visitar, el trabajo que soñarías tener… El sueño es un constructor de esperanza, un disparador de vitalidad, y eso hace que disminuya el miedo a la muerte. Por otra parte, para alguien que tiene un recuerdo muy triste de una muerte de un ser querido, hay un ejercicio muy interesante que se llama “mezclar”. Cada vez que venga un recuerdo triste del ser querido que perdiste, déjalo venir, déjalo que aflore, no lo reprimas. Pero mézclalo con un recuerdo de un momento lindo vivido junto a esa persona. No hay que negar o sepultar el momento triste, pero tampoco dejar que sea el único recuerdo o la única sensación que relacionás con tu ser querido. No negamos lo malo, pero le ponemos al lado lo bueno.
-Llevás muchos años en el ámbito de la autoyuda y en algún momento irrumpió la cultura digital que transformó la manera de percibirnos y relacionarnos ¿Tuviste que ajustar tus reflexiones y prácticas a esta manera de vivir del siglo XXI?
-Claro, imagínate que yo me recibí en 1989, soy casi prehistórico. Vos sabés que la cultura es generadora de salud pero también de enfermedad: los ataques de pánico, por ejemplo, son muy frecuentes en las grandes ciudades pero no en los pueblos. Así es como hoy muchos chicos te dicen que están afectados porque los bloquearon o no los favearon en las redes sociales y existen un montón de otros conflictos emocionales porque la gente confunde el lenguaje virtual con el lenguaje real. Son territorios muy distintos: tener 100 seguidores no es tener 100 amigos y los chicos confunden lo que significan las cosas en estos dos universos. Un chico me decía “tal amigo me bloqueó en Facebook, me odia”. Y yo intenté explicarle que los amigos son presenciales, no virtuales, y el odio es otra cosa. Es un gran tema de nuestra época el aprender a no confundirse entre lo real y lo virtual, porque lo virtual es algo que llegó para quedarse. Y el problema nunca ha sido lo virtual, sino la ausencia de lo presencial. Por ejemplo, no sirve que un padre le pida a sus hijos que no estén con los celulares en la mesa y después el clima de la cena es de crispación: los chicos se van a refugiar en lo virtual. Lo que hay que hacer es potenciar lo presencial, recuperar el ser mirados, oídos y acariciados.
-La cultura de las redes nos exige mucho, parece como si todos estuviéramos obligados a mostrarnos felices, exitosos, sensibles, comprometidos. ¿Eso aumenta los problemas de autoestima y la angustia existencial?
-La estima no se construye de afuera para dentro. Si subo 20 fotos para que me feliciten, entonces quedé esclavo del afuera. Y la estima no se construye con la mirada externa, sino primero con la propia mirada. La mirada ajena es un disfraz de la autoestima. Lo segundo que te diría es que es importante distinguir éxito de fama. Éxito es cuando vos hacés lo que a vos te gusta. Fama es, por el contrario, la mirada de los demás. Imaginate que vos sos un gran investigador de laboratorio, en una importante institución, pero no te conoce nadie. ¿Eso te deprime? Probablemente no, porque estás haciendo exactamente lo que te gusta. Ahora, si a vos no te gusta investigar y lo estás haciendo solo por obtener reconocimiento es muy probable que seas un persona infeliz, porque no estás buscando el éxito sino la fama. Por eso hay que enseñar a no buscar la fama, lo importante es conectar con los propios proyectos de satisfacción interna de cada uno. Y la fama será en tal caso una consecuencia de esa búsqueda o quizás no llegue nunca. No importa.
-Mucha gente abre el Facebook, mirá la vida de otros y se deprime…
-Es muy importante no compararse. Nosotros vivimos en una cultura que es muy buena en muchas cosas y muy tóxica en otras. En este momento están muy potenciados el individualismo, el consumismo y el hedonismo. El consumismo produce una satisfacción de muy corta duración a la que estamos impulsados a satisfacer permanentemente. La gente se mata todo el año para comprarse el juguetito de turno para descubrir a los dos días que está otra vez deseando algo nuevo. Estos tres elementos se conjugan actualmente en una cultura muy superficial y competitiva que es potenciada por las redes.
-La autoayuda tiene muchos detractores, ¿qué le dirías a un agnóstico de la autoayuda para convencerlo de su valor y su utilidad?
-A mí no me gusta hablar de “autoayuda”, sino más bien de crecimiento personal. Y en este ámbito, como en todos, hay cosas buenas y cosas que no tanto. A veces me da la impresión que cuando a un libro no saben dónde ponerlo, lo meten en la autoayuda. Hay libros que te dicen “abrázate a un árbol y serás feliz. Y hay libros que tienen una fundamentación científica, con un lenguaje sencillo y popular para que puedan ser entendidos por la mayor cantidad de gente. Yo entiendo perfectamente a aquellos que tengan pruritos, pero creo que no hay que rechazar al género en general, sino encontrar cuáles son las obras que te sirven a vos. Si yo leo un par de libros de historia que son una porquería no digo que la historia es una estafa, lo que hago es buscar buenos libros de historia.
-¿Cómo convivís vos mismo con tus aspiraciones y frustraciones. ¿Un autor de autoayuda vive permanentemente feliz y enfocado?
-¿Un médico no se enferma? Tener la teoría no significa nada más que eso. No te vuelve invulnerable. Prácticamente todos los psicólogos hacemos terapia y los problemas son los mismos para todos y en todos lados. Lo que tiene es que uno, dentro de esta profesión, va adquiriendo experiencia, va reflexionando y permitiéndose hacer altos para mirar hacia adentro. Esa es una de las grandes cosas de la Psicología Práctica: el detenerte para hacer una introspección, parar para mirar hacia adentro. Y creo que esa invitación a pensarse a uno mismo es lo más valioso que alguien puede encontrar en un libro.