Bernardino Rivadavia (1780-1845) forma parte del panteón de próceres argentinos. Aunque el imaginario social sólo lo asocie al pedido del empréstito a Londres y a la enemistad con San Martín.
Rivadavia llegó a ser el primer presidente de las Provincias Unidas del Río de la Plata pese a ser un hombre ilustrado que no había terminado sus estudios en el Colegio de San Carlos. Su inquietud intelectual lo convirtió en un autodidacta y logró adentrarse en el mundo de la política que se comenzó a desarrollar a partir de la Revolución de Mayo de 1810 de la que fue defensor. De ideas centralistas, rechazó la incorporación de los diputados del Interior que formaron la Junta Grande en diciembre de 1810. La interna desatada entre morenistas y saavedristas fue seguida de cerca por Rivadavia quien sacó provecho de la disputa y, al formarse el Primer Triunvirato fue nombrado secretario. A partir de ese momento logra convertirse en el hombre fuerte y cuando el Primer Triunvirato es disuelto por la revolución de octubre de 1812 (encabezada por San Martín y Alvear), no pierde tiempo y en 1814 parte en misión diplomática a Europa en busca de candidatos a ocupar un nuevo trono en las tierras del Plata. A pesar del fracaso de su misión el contacto con personalidades como Constant, Bentham, Balzac, Stendhal, entre otros, le otorgó gran prestigio.
Martín Rodríguez, nuevo gobernador de la provincia de Buenos Aires, lo nombra en 1820 ministro de Gobierno. La “feliz experiencia” rivadaviana se pone en marcha: pedido de un empréstito a la Casa Baring de Londres para empedrar el puerto e iluminarlo; además, lleva a cabo reformas en ámbitos como el militar, el religioso, el económico y el social. Esto le granjeó numerosos enemigos. Pese a que se creó la Universidad de Buenos Aires, la Sociedad de Beneficencia laica, las sociedades literaria, de ciencias físicas y matemáticas.
La actuación de Rivadavia como presidente deja mucho que desear poco hizo y lo realizado no tuvo éxito. La guerra con Brasil de telón de fondo fue la excusa para llegar y, también, la circunstancia que lo catapultó.
Intentó hacer de Buenos Aires la “Paris” sudamericana y en ese afán perdió de vista la realidad que lo circundaba. Negar a San Martín el apoyo económico necesario para su campaña al Perú ha quedado como una enorme mancha en su carrera. La llegada del partido federal al gobierno de Buenos Aires lo llevó a exiliarse y morir en España en paupérrimas condiciones.
Las ideas de Rivadavia vieron luz con la llegada de Roca a la presidencia de la Nación en 1880 pues la década de 1820 estaba demasiado convulsionada para darles cabida y él, demasiado egocéntrico como para mirar más allá de su propia sombra.