Ciento treinta años antes de que Los Beatles hicieran música a partir de los efectos de las drogas, Héctor Berlioz ya lo había probado. Así: polémico.
Berlioz es el primero en llevar un extraño título: el de hacer notables viajes psicotrópicos con propósitos artísticos. Y la "Sinfonía Fantástica" es, no hay dudas, su gran obra maestra en este sentido, pues compuso muchas de sus páginas así (consumía opio).
Hoy es uno de los clásicos de la música. Esas preferidas del público, en la que los mendocinos podrán sumergirse una vez más esta noche, cuando la Orquesta Sinfónica de la Universidad Nacional de Cuyo la interprete, bajo la batuta infalible de Rodolfo Saglimbeni.
Pero no volvamos al asunto sin antes decir lo fundamental. Que la "Sinfonía fantástica: Episodio de la vida de un artista, en cinco partes" es ante todo una historia de amor. Las mismas que leemos en libros o vemos en novelas. Solo que aquí es la orquesta la que la cuenta. No con palabras, sino con sonidos: una intención narrativa que, en la música académica, adquiere el nombre de "música programática".
Berlioz, de hecho, explicó con lujo de detalle qué quiso decir con esta música. Explicó que la obra describe los sentimientos de un artista que imagina una mujer ideal, a la que percibe ligada a una idea musical fija, una melodía larga e inquieta que se nos presenta en el primer movimiento y que, a lo largo de la obra, adquirirá diferentes formas.
Hasta aquí un romántico más que sufre. Lo psicodélico llegará recién en el cuarto movimiento, cuando el artista en cuestión decide evadirse de su tristeza consumiendo opio.
La idea no es buena, pues en lugar de envenenarlo, esta droga lo lleva a una alucinación pesadillesca, donde imagina que ha matado a su amada y lo condenan a morir en un cadalso. Acto seguido, se ve en el medio de una noche de aquelarre, acosado por brujas chillonas, monstruos, esqueletos que hacen crujir sus huesos y toda clase de seres del inframundo. Es el último movimiento: un viaje psicodélico sin precedentes en Europa, con partículas musicales que van y vienen, que explotan, que se entreveran en movimientos esquivos y maniobras técnicas complicadas, con danzas macabras y melodías religiosas. Un tejido diabólico y ruidoso.
La sinfonía fue un éxito y, en perspectiva histórica, inaugura un camino de exploración tímbrica y deconstrucción de las formas musicales que llegaría muy lejos durante ese siglo y el siguiente.
Pero hay más: como obra y biografía suelen emparentarse, la "Sinfonía fantástica" también tuvo un trasfondo "real". Un Berlioz enamorado, locamente enamorado.
La historia dice que un día vio a la actriz irlandesa Harriet Smithson interpetar el papel de Ofelia en "Hamlet" y que quedó perdidamente enamorado de ella. Como por entonces era un simple compositor, sin poder económico y aún sin fama, solo tenía una cosa para enamorarla: su música. Así, esta sinfonía fue su estrategia para ganar fama y a su vez conquistarla. También se la dedicó, aunque no públicamente.
Lo cierto es que Harriet la escuchó dos años después y no le fue muy difícil darse cuenta de que ella era la mujer de la sinfonía. Berlioz ya era famoso y ella estaba en decadencia: se enamoraron, se casaron y, por esos giros del destino, el matrimonio fue más infernal que el cuarto movimiento de esta sinfonía. Pero esa es otra historia.