Números no hay. Todavía no se sabe cuáles fueron las relaciones de fuerza en las cinco votaciones del Cónclave que concluyeron con la elección del arzobispo de Buenos Aires, Jorge Bergoglio. Se sabe que un gran aplauso de los 115 cardenales reunidos en la Capilla Sixtina resonó cuando el jesuita argentino llegó a los 77 votos, los dos tercios que lo elegían obispo de Roma y Papa de la Iglesia universal.
Lo que es cierto es que la Curia Romana perdió el partido, porque apoyaba al favorito en los papeles, el arzobispo de Milán y ex patriarca de Venecia, Angelo Scola.
Fue una gran derrota de los italianos, el bloque más numeroso, por cierto, de los cardenales en el Cónclave, que querían recuperar la sede pontificia que habían mantenido en su poder durante 455 años. Desde hace 35, con los pontificados de Juan Pablo II y Joseph Ratzinger, pasaron a manos de “extranjeros”.
Al parecer la candidatura de Bergoglio se mostró fuerte desde la primera votación. Es curioso que el arzobispo de Buenos Aires haya sido protagonista en dos Cónclaves. En abril de 2005, contrapuesto a Joseph Ratzinger, votado por los progresistas, el cardenal de Buenos Aires había logrado 10 votos en la primera vuelta, 35 en la segunda, 40 en la tercera y 26 en la cuarta votación, cuando Benedicto XVI fue elegido con el concurso activo del propio Bergoglio. El argentino había pedido especialmente a “sus” electores que apoyaran a Ratzinger. Aquella influencia se sentía en los momentos previos al Cónclave actual porque se descontaba que la voz del argentino sería igualmente escuchada. Pero el resultado, como se ha visto, fue mucho más que ello.
Esta vez la progresión de votos del purpurado argentino fue continua. A punto tal que en la segunda y tercera votación, el miércoles por la mañana, el apoyo de los cardenales norteamericanos fue lo que empujó las cotizaciones electorales de Jorge Bergoglio.
Tras la tercera votación, el cardenal de Milán, Angelo Scola, el primer favorito en las estimaciones previas al Cónclave, advirtió que su candidatura comenzaba a desinflarse y, según algunas versiones, prefirió sostener a Bergoglio. El momento decisivo habría sido durante el almuerzo del miércoles de los cardenales en Santa Marta, entre la votación de la mañana que resultó con humo negro y la de la tarde que acabó siendo definitiva.
Ese día Scola podría llegar a reunir un buen número de votos, se habla de hasta 50, pero bien lejos de los 77 necesarios, un tramo muy difícil de completar. De modo que la elección iba camino a trabarse, lo que implicaría una señal en extremo negativa para los creyentes de todo el mundo en medio de muy malos momentos para la Iglesia Católica en general. En ese almuerzo el propio Scola habría decidido sumarse al respaldo que el argentino venía teniendo desde el primer momento.
Un creciente número de purpurados europeos y norteamericanos reprochaban a Scola sus relaciones políticas con dirigentes del grupo Comunión y Liberación, al cual estaba vinculado el arzobispo de Milán desde los tiempos del fundador don Giussani. Comunión y Liberación había presionado fuertemente sobre el Papa Ratzinger para que promoviera a Scola a la arquidiócesis más grande de Europa aunque era ya patriarca de Venecia. Lo lograron, pero esas maniobras habrían terminado desprestigiando la candidatura a Papa del cardenal.