Benedict Timothy Carlton Cumberbatch se presenta a la cita con seis horas de retraso, un color de cabellos extraño y casi sin aire.
"Vengo directo del set de grabación de 'Ricardo III' para la televisión. Hemos terminado hoy", sonríe, y confiesa: "Estoy cansado".
Un minuto después se ha convertido ya en el interlocutor impecable que se espera de un descendiente de la alta sociedad inglesa, apasionado defensor de la privacidad y de los buenos modales, que ha elegido comunicar al mundo su noviazgo con la directora teatral Sophie Hunter mediante un aviso en el diario.
Irónicamente, sus apasionadas y numerosas admiradoras se autobautizaron “Cumberbitches”: “apodo nada elegante, pero son chicas inteligentes y maravillosas”, dice el actor, de 38 años.
-Cumberbatch, usted está entre los favoritos al Oscar con "El código Enigma", film al que ha nutrido como a una criatura.
-Cuando comenzó la aventura yo sólo sabía que Alan Turing era una persona extraordinaria. Un ser humano delicado, capaz de resistir e ir para adelante a pesar de su propia diversidad, la infancia solitaria, el bullying en la escuela, la sexualidad distinta por la cual la sociedad lo persiguió y castigó. Es el padre de la inteligencia artificial, le ha salvado la vida a millones de personas durante la Segunda Guerra mundial.
Debería estar en los libros de historia, en los billetes, y sin embargo fue víctima del prejuicio y recibió un trato repugnante. Se convirtió en el símbolo de la lucha por la igualdad de los derechos y el respeto a las minorías. ¿No es cómico e incluso injusto que a mí, un actor, me hayan dedicado decenas de tapas de revistas mientras que él ha sido largamente relegado al olvido?
-Se nota que todavía está muy envuelto en su historia.
-No me había ocurrido nunca llorar tan a menudo y tan largamente en el set. No podía parar. Otras veces me sentía enfurecido por cómo lo habían humillado, por los daños que le hicieron a su hermoso cuerpo de atleta y a su mente genial con la castración química. Rendirle justicia se transformó en una misión. Me preparé con cuidado.
Encontré a sus dos sobrinos, en aquella época niños, pero que me describieron a una persona que sabía comunicarse con ellos, que los tomaba en serio y los trataba como pares. Vieron la película y se conmovieron, los hizo sentir bien (ver La campaña del perdón).
-Usted definió la fama como una sensación surrealista.
-Bueno, un poco lo es, sinceramente. La celebridad no es un certificado de calidad, y los medios saben ser agresivos, pero estoy también agradecido por la popularidad y no me siento un marginal con respecto a Hollywood. Soy un actor que hace su trabajo lo mejor que puedo, feliz de hacerlo y con anhelos de interpretar un rol tras otro. No tengo prejuicios, no veo la hora de convertirme en el Doctor Strange para la Marvel. Sin contar que las fotos y las entrevistas también les dan placer a mi mamá y a mi papá.
-¿Han cambiado ellos de idea en cuanto a su carrera?
-Sí. Yo empecé a comprender que quería ser actor en la escuela, tomando parte de algunas representaciones. Pero ellos imaginaban para mí un futuro de doctor, de abogado, de hombre de negocios. Les preocupaba incluso la naturaleza errante del trabajo, la dificultad de asociarlo a una familia. Durante un tiempo estudié jurisprudencia penal: en el fondo un juicio es una puesta en escena que se parece al teatro. Pero al final dejé la universidad por la escuela de interpretación.
-Y pasó un período en un monasterio tibetano...
-A los diecinueve años se me presentó la oportunidad de enseñar inglés en un monasterio budista. Partí sólo hacia Nepal, descubrí un lugar maravilloso y monjes dotados de gran sentido del humor, cualidad valiosa para llevar una vida espiritual. Viví grandes aventuras en la naturaleza y aprendí el arte del silencio, que he transformado incluso en técnica de actuación.
-¿Qué hace cuando no trabaja?
-Devoro un número abrumador de libros. Acabo de terminar uno sobre paisajes ingleses, “Holloway”, me enloquecen algunos textos de Roger Dicken y estoy totalmente sumergido en la obra de Shakespeare por “Ricardo III”.
-¿Y Sir Arthur Conan Doyle, autor del detective Sherlock Holmes?
-Los libros de Holmes son mi Biblia, los uso para volver a entrar en el personaje cada vez. Reencontrarse con Sherlock siempre es un placer.
8 candidaturas al Oscar
Además de Benedict Cumberbatch como mejor actor, “El código Enigma” aspira a ganar en los rubros: mejor película, mejor director (el noruego Morten Tyldum), actriz de reparto (Keira Knightley), guión adaptado, edición, diseño de producción y música (Alexandre Desplat: su séptima nominación en los últimos 9 años).
Un rostro más que conocido
Si hubo un año en el que Benedict tuvo éxito, ése fue 2013. Se lo vio en ¡cinco! películas: “Star Trek: En la oscuridad” (era Khan), la ganadora del Oscar “12 años de esclavitud”, “El quinto poder” (como Julian Assange), “Agosto” y “El Hobbit: La desolación de Smaug” (le puso su voz al dragón del título).
Pero su caballito de batalla es la serie de TV “Sherlock”, adaptación al siglo XXI, donde Martin Freeman (“El Hobbit”) es el doctor Watson.
La campaña del perdón
A partir de su interpretación de Alan Turing en la película, Cumberbatch ha iniciado una campaña para que el gobierno del Reino Unido pida perdón público a los más de 50 mil homosexuales que fueron torturados y masacrados por una política de odio homofóbico que, hasta no hace muchos años, penaba la homosexualidad con la cárcel y la castración química.
"Turing fue un genio que ayudó a derrotar a los nazis y que, tras la guerra, en lugar de ser declarado héroe fue sometido a una verdadera tortura por su condición de homosexual, procesado, condenado y sometido a inyecciones de estrógenos que terminaron por destruirlo y lo llevaron al suicidio a los 41 años".
En diciembre de 2013, la reina Isabel II de Inglaterra pidió perdón por Alan Turing y exoneró oficialmente al matemático de todos los cargos en su contra. El primer ministro, Gordon Brown, hizo lo propio. Sin embargo los duques de Cambridge, a quienes Cumberbatch también pidió apoyo, adujeron que el perdón público pertenece sólo al ámbito político.
Cumberbatch sigue insistiendo en que el perdón público debe extenderse a todos los homosexuales que pasaron por el mismo calvario que Turing.