Bellas Artes, 80 años al servicio del arte

Desde lo histórico, la institución de Patricias Mendocinas y Pedro Molina, que acaba de cumplir 80 años, procura -y lo logra exitosamente- ser fiel al legado de sus fundadores, tanto a nivel académico como humanístico y estético.

Bellas Artes, 80 años al servicio del arte

Los mendocinos celebramos y valoramos las instituciones vinculadas a la enseñanza y la formación de valores, y en ese sentido la Escuela de Bellas Artes, que acaba de cumplir 80 años de vida, ocupa un lugar privilegiado.

Surgida en el otoño de 1933, en su extenso recorrido ha formado talentosos artistas con maestros entrañables. No siempre tuvo la denominación que acredita hoy, llamándose inicialmente Academia Provincial de Bellas Artes, y posteriormente Academia Provincial de Bellas Artes y Escuela de Artes Decorativas e Industriales de Mendoza.

Originariamente, la institución contaba con horarios nocturnos, disponibilidad que facilitaba el acceso a muchas camadas jóvenes o no tanto, que trabajaban durante el día, acreditando la condición de escuela obrera.

El reconocimiento a los fundadores nos lleva a nombrar a hombres célebres, todos con un bien ganado lugar en los anales del arte local, como los hermanos Arturo y Manuel Civit, Vicente Lahir Estrella, Rodolfo Guastavino, Fidel Roig Matons, Pablo Vera Sales, Roberto Azzoni, José Alaminos y Rafael Cubillos.

Ellos inauguraron la academia en el piso alto del Teatro Municipal (edificio demolido) y hoy actual sede del Banco de la Nación. El antecedente de una escuela de pintura fue el modesto espacio abierto por Vicente Lahir Estrella y Elena Capmani. También se rinde homenaje al doctor Juan Agustín Moyano y al pintor Fidel De Lucía, a quienes se les encomienda la elaboración de las bases para la fundación de una escuela de Bellas Artes y Artes Aplicadas.

Los éxitos acompañaron a la novel entidad porque en el segundo año de gestión asistían a sus dependencias más de 180 alumnos, lo que obliga al traslado al piso más alto del Jockey Club, edificio que hoy ocupa el Ministerio de Turismo.

El crítico de arte Jorge Gómez de la Torre precisaba, hace algunos años, que en Buenos Aires se hablaba entonces de la “Escuela mendocina del paisaje”, en referencia a las obras que llegaban desde nuestra provincia y que pertenecían a creadores formados en Bellas Artes.

El avance de la institución fue notable y en cada década hubo figuras de notable valía entre los profesores, que formaban alumnos, quienes a su vez estimularon el surgimiento de nuevos exponentes. Otra vez hay que hacer nombres y rescatar figuras notables de la plástica, como Mario Vicente, Rosario Moreno, Rosa Stilerman, Mariano Pagés, Rafael Montemayor, Hernán Abal y José Bermúdez, el maestro que está cumpliendo 90 años.

Juan Scalco y el paisajista Juan Manuel Gil se añaden a la nómina. Estas grandes personalidades dejaron impronta que pasaron a otras generaciones y que siguen inspirando el amor a la pintura. Es ahí donde reverenciamos con igual admiración a José Scacco, Alfredo Severino, Ángel Gil y Antonio Sarelli.

Desde sus comienzos hasta nuestros días, la noble academia pasó por muchas vicisitudes y cambios, hasta llegar a los tiempos del nefasto gobierno militar de los '70, en que fue convertida en una escuela secundaria. Más modernamente creció, especialmente a partir de la necesidad de mejorar la calidad de la educación artística. Hoy ofrece el título de técnico artístico en Escultura, Grabado o Pintura a quienes egresan de sus aulas, y están en tránsito a ser cultores de las artes visuales o probablemente artistas, como lo fueron los fundadores y muchos representantes de las décadas del '40, '50 y siguientes.

En la actualidad, uno de los objetivos de la institución es recuperar aquel carácter de escuela obrera que tuvo en tiempos pasados, facilitando el acceso a quienes trabajaban de noche. Una artista de las nuevas camadas, Laura Rudman, dijo en el discurso que pronunció por los 80 años institucionales: “Para honrar los recuerdos propios y los heredados, es preciso exigir que se reabran las puertas de la noche (...), que permitían que un obrero, un peón o un aprendiz de panadero, puedan acceder a la dignidad de formarse en el arte, sin dejar de trabajar”.

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