Como pasa en todos los ámbitos de la vida, en el fútbol ha quedado demostrado en este Mundial que nadie tiene la receta del éxito asegurado.
Bélgica, que hizo un trabajo espectacular durante 18 años, Inglaterra que también se decidió a poner claros sobre oscuros en su seleccionado, Francia que consiguió amalgamar a las distintas razas que conviven en su día a día o Croacia, que a dos días de jugarse la clasificación para el Mundial cambió de técnico, son quienes se irán de Rusia como los más exitosos, pero como vemos, todos llegaron de manera diferente.
Y quizás esa Croacia sin proyectos y más apoyado en el talento individual que en el trabajo programado, se quede con el título del Mundo hoy y entonces, no faltarán las voces que se levanten volviendo a dar la razón a Sampaoli en el que el fútbol es más importante la improvisación que la planificación. Es verdad, que nadie puede controlar una pelota que pega en el palo y cambia el rumbo de la historia, pero no es menos cierto que cuando se trabaja, se ensaya, se disminuye el riesgo de la equivocación y se agranda el porcentaje de ser aliado del éxito.
Sinceramente creo que la lección que nos deja el Mundial, más allá del resultado de la final, es que los argentinos estamos muy lejos hoy de poder tener un equipo que se destaque en el ámbito internacional y la situación pasa por lo cultural.
En Argentina sentimos que somos campeones mundiales de casi todo, pero cuando hablamos de fútbol esa sensación se potencia. Creemos que nadie tiene nada que enseñarnos y seguimos creyendo que los jugadores nacen como las plantas y sólo hay que esperar que crezcan. Hasta están los que siguen creyendo que los cracks nacen y no se hacen, entonces despreciamos a los maestros. Nos olvidamos, por ejemplo, que los potreros ya no existen y que hay una enorme porción de la población que nunca tendrá la posibilidad de pisar un club y entonces hay talento que se pierde en el olvido.
Bélgica, por ejemplo, hizo desde el 2000 para acá, con un programa que fue política de Estado, un trabajo serio desde los equipos infantiles y juveniles, con incentivos para que chicos con ascendencia extranjera -principalmente africana- se fueran formando para enriquecer algún día con habilidades distintas el desempeño de la selección.
Un crisol de culturas, razas y una mezcla genética que bajo la teoría del vigor híbrido (también conocida como Heterosis) ha derivado en una potencia futbolística.
El resultado está a la vista. Pero el país no se destaca sólo en lo futbolístico. Bélgica es una nación que da ejemplo en educación en donde se enseñan todos los idiomas que puedan estar representados en su sociedad (el castellano es uno de ellos), porque la idea es terminar con una grieta social. Allí los hijos de extranjeros son bienvenidos, se los atiende y se los desarrolla.
Muy distinto a lo que suele pasar en nuestro país, en donde uno suele encontrarse con noticias xenófobas y no sólo desde el pueblo sino también de los políticos.
Su técnico es español y el ayudante el famoso Thierry Henry, uno de los goleadores históricos de Francia. No se les caen los anillos por ello. Algo similar vive Francia, que ya sacó provecho de ello en 1998 y ahora está disfrutando de una nueva generación.
Inglaterra, por su parte, entendió que con el rótulo de ser los inventores del fútbol no alcanzaba. Entonces salieron a trabajar y se abrieron al mundo para aprender. Hoy, en dónde la FIFA asegura que la idea Guardiola es la que hay que seguir, los británicos no sólo tienen al catalán trabajando allí, sino también al portugués Mourinho, al argentino Mauricio Pochettino y al alemán Jueguen Klopp, cuatro de los mejores diez entrenadores del mundo. No se cierran con la idea de que lo que tenemos en casa es mejor.
Acá, mientras tanto, seguimos dando señales negativas en cuanto a lo organizativo. “Que Sampaoli sigue”, “que se va”, “que hay que echarlo pero tomarse tiempo”. Mientras el mundo del fútbol va por una dirección, los argentinos estamos en punto muerto y a contramano.