En la Facultad de Artes, las llamaban Betty y Vilma, como en los Picapiedras. "Era el año '62 y estaban de moda", recuerda sonriendo Iris Juárez (Vilma), mientras la lluvia golpea en los ventanales. La entrevista tiene un marco de nostalgia, pero no hay pena.
- Es una historia bonita- alentamos.
- Tenía que hacer algo con este tesoro- suspira Vilma.
En esa Mendoza de los '60s, Iris y Beatriz Santaella (Betty) comenzaron a sentarse juntas en las clases de dibujo. Entre trazos y bocetos, se hicieron amigas. "Betty era callada, apacible, pero en seguida te dabas cuenta de que era distinta a todos", retrata. Tenía el pelo corto y era menuda, como Pizarnik. Un aire a la belleza de Rimbaud.
“Espero que alguien diga algo;/que alguien se sienta extraño de serlo./Hasta que desde un parque abierto de infancia/las estatuas desnudas se exciten/ante el desfile erótico de las parejas./Hasta que las cargas de algunos hombres/desaparezcan de sus hombros...”, escribió.
De no ser por su amiga, las palabras que Betty organizaba como objetos espaciales en las hojas sueltas hubieran desaparecido. Le gustaban los caligramas. Había, incluso, un “poema para que vos armés”.
“Yo no sabía que escribía, hasta que comenzó a darme sus cuentos y poemas”. Vilma los guardó en una caja, durante décadas. Pero no hace mucho decidió ordenarlos y darles, finalmente, cuerpo de libro. “Una forma de mantener viva la llama creativa de Betty a través de las letras”, dice.
Santaella fue un destello en la vanguardia mendocina de los ‘60 y ‘70. Estudió artes plásticas, se atrevió al color, experimentó con el arte óptico en medi del imperio de las naturalezas muertas y las formas figurativas, ganó premios, pero además fue produciendo, solapadamente, una serie de textos breves y luminosos.
Aquí la conoció Scafati. “Betty circulaba en dos mundos, el de las palabras y el de las imágenes. Sus pinturas formulaban un orden inteligente, una austera reflexión sobre el espacio. En cada una proponía un juego, una sorpresa que nos hacía cómplices. Su literatura expresaba otra parte más visceral”, depliega desde el presente la memoria del dibujante.
Algunos de los cuentos de Beatriz aparecieron en las revistas en las que la bohemia de la época se expresó: Grupo 70 y Cinco para todos. “He leído muchas veces un cuento llamado ‘Marta de convenios’...En ese cuento está ella, circula a través del desencuentro que propone”, reflexiona Luis.
Vilma hilvana la cronología: “Dejamos de vernos por un tiempo porque Betty viajó a Estados Unidos. Allá no la pasó bien. Volvió tras un accidente y pasó tiempo rehabilitando su pierna”
Al regreso, se atrevió a desafiar los prejuicios familiares y afirmar sus creencias. “Se recibió con las mejores notas”, subraya Vilma.
El Instituto Di Tella era, entonces, la meca para estas dos jóvenes sedientas de información y en plena búsqueda estética. “En los viajes, solíamos entrevistar a los artistas en sus talleres: fuimos a ver a Gyula Kosice, Rogelio Polesello, Perez Celis”.
Juntas, además, compartían el interés por la fotografía. De hecho, en la presentación de la revista Grupo 70 - “la que armábamos pegando hoja por hoja”- produjeron ellas mismas un video que editaron con música electrónica de Stockhausen.
Betty calificó para una beca en Buenos Aires. Viajó. A los 28 años, comenzaron los síntomas de un tumor cerebral que sería letal.
"Yo podré entregar mis dientes, mis uñas, mi vello, las cuatro patas de la cama/ y mis anteojos ahumados/ pero el silencio de mi breve historia/ me lo llevo...", escribió en su Prosa Impuntual III.
Vilma esfuma la despedida. Se concentra en esa caja donde su amiga durmió en forma de palabras. Y en la íntima celebración que significa ver sus cuentos y poemas otra vez -mecanografiados y tipeados de nuevo- en un libro que lleva, por fin, el nombre de la chica que se llevó el silencio.
"Beatriz Santaella: palabra y color": El libro compilado por Iris Juárez y editado por Jaguel.
La huella
Beatriz Santaella nació el 18 de junio de 1944. Egresó de la Escuela Superior de Artes de la UNCuyo en 1972. Al año siguiente, fue becada por el Centro de Investigaciones en Comunicación Masiva, Arte y Tecnología de Buenos Aires para realizar estudios en el área de Topografía y Dinámica de las Formas Visuales, con los pintores Any Brizzi y Miguel Ángel Vidal.
Expuso sus obras en galerías de Mendoza y Buenos Aires.
En plástica, obtuvo distinciones, como el 1º Premio de Paneles Pintados, auspiciado por Obras Sanitarias de Nación y el 2º Premio en el Salón de Artistas Jóvenes Marcelo de Ridder (Buenos Aires). Participó, además, en numerosas muestras colectivas en Mendoza, San Juan, La Rioja, Buenos Aires, y en el extranjero en Alemania y Bélgica.
Ofreció conferencias sobre temas de su especialidad relativos al Op Art y Arte Cinético.
En literatura, entre el ‘69 y el ‘71, publicó en diarios (Los Andes) y revistas (Grupo 70 y Cinco para todos) los cuentos “La espera” y “Marta de Convenios”, los poemas “Prosa impuntual” y “A un canillita que se murió de frío”. Luego, aparecieron “Prosa Impuntual III” y cuatro cuentos más: “La máquina”, “Sobre un jueves que fue azul”, “Numerogonía” y “Ascensión”.
En Mendoza, fue distinguida con el Primer Premio de la Bienal de Literatura organizada por la SADE, por el cuento "Los pasos" (1969) y con el 2º Premio Medalla de Plata en el Salón de Poemas Ilustrados auspiciado por SADE por su "Poema" (1970).
Beatriz murió el 2 de febrero de 1975.
El libro “Beatriz Santaella: palabra y color” (editado por el sello Jaguel) incluye las voces de sus maestros, colegas y amigos. Entre ellos, César Penín, Julio Rudman y Luis Scafati.
"Y el viento te lame..."(poema de Beatriz)
Y el viento te lame …
te lame tus ojos solos
(y yo no sé llorar)
Te lame
tu pan que no tuviste
tu pecho de adobe, tus rodillas de nácar,
tu vientre vacío manoteado en hielo,
tu aliento extirpado a borbotones
de la cocina desolada y
las acequias y
el quejido de las cucarachas.
El viento te lame …
te lame la lluvia parida desde
tu zapato-agujero-de-luna.
El viento te lame … te lame …
Y sigue pasando
como un galope amarillo
de leche agria.