Batman en el Estado Islámico

Parte del guión de la película Batman: The Dark Night sirve al autor para analizar a fuerzas de desorden como Boko Haram y el Estado Islámico. Concluye que sus fines no tienen bases racionales sino que “algunos hombres sólo quieren ver arder el mundo”.

Batman en el Estado Islámico
Batman en el Estado Islámico

¿Cuál es la mejor estrategia para lidiar con un mundo cada vez más dividido entre zonas de orden y de desorden? Para empezar, hay que conocer bien a las fuerzas del desorden, como Boko Haram y el Estado Islámico.

Se trata de pandillas de jóvenes que nos están diciendo, en todas las formas posibles, que nuestras reglas ya no tienen validez. La razón no les llega pues no los impulsa el racionalismo.

Su barbarie les viene de un lugar oscuro, donde el Islam radical les da una sensación de comunidad a los muchachos humillados y sin rumbo, jóvenes que nunca han ocupado un empleo o sostenido la mano de una chica. Esa es una mezcla tóxica.

Es por eso que Orit Perlov, experto israelí en redes sociales árabes, no deja de decirme que, ya que no puedo visitar el Estado Islámico para entrevistar a sus líderes, lo mejor que puedo hacer es ir a ver la película “Batman: The dark night”. Y en particular llama mi atención sobre este diálogo entre Bruce Wayne y Alfred Pennyworth.

Bruce Wayne: “Yo sabía que la multitud no iba a ceder sin oponer resistencia, pero esto es diferente. Esta vez cruzó la línea”.

Alfred Pennyworth: “Usted cruzó la línea primero, señor. Usted los oprimió. Los machacó hasta el grado de desesperación. Y, en su desesperación, recurrieron a un hombre que no entienden por completo”.

Bruce Wayne: “Los criminales no son complicados, Alfred. Sólo hay que averiguar qué es lo que buscan”.

Alfred Pennyworth: “Con todo respeto, señor Wayne, quizá éste sea un hombre que usted tampoco comprende plenamente. Hace mucho tiempo estuve en Birmania. Mis amigos y yo trabajábamos para el gobierno local. Estaba tratando de comprar la lealtad de los líderes tribales, sobornándolos con piedras preciosas.

Pero las caravanas del gobierno eran saqueadas en una selva al norte de Rangún por un bandido. Así que fuimos a buscar las gemas. Pero, en seis meses, no encontramos a nadie que hiciera negocios con el bandido. Un día vi a un niño que estaba jugando con un rubí del tamaño de una mandarina. El bandido había arrojado las gemas”.

Bruce Wayne: “Entonces, ¿para qué las había robado?”.

Alfred Pennyworth: “Bueno, porque él pensaba que era un buen deporte. Porque algunos hombres no buscan algo lógico, como dinero. No se les puede comprar ni intimidar, no se puede razonar o negociar con ellos. Algunos hombres sólo quieren ver arder el mundo”.

Bruce Wayne: “A ese bandido en el bosque de Birmania, ¿lo atraparon?”.

Alfred Pennyworth: “Sí”.

Bruce Wayne: “¿Cómo?”.

Alfred Pennyworth: “Quemamos el bosque”.

Nosotros no podemos quemar Siria o Nigeria. Pero hay una estrategia para lidiar con el mundo del desorden, que se podría resumir en la siguiente serie.

Donde haya desorden -dígase Libia, Irak, Siria, Mali, Chad, Somalia- hay que colaborar con cualquier agente de orden local, regional, nacional o internacional para contener al virus hasta que la barbarie se consuma a sí misma. Esos grupos no pueden gobernar, así que, con el tiempo, la población local buscará alternativas.

Donde haya un orden vertical -dígase Egipto o Arabia Saudita- hay que buscar la forma de que sea más decente e incluyente.

Donde haya orden y decencia -dígase Jordania, Marruecos, Kurdistán, los Emiratos Árabes Unidos- hay que tratar de hacerlos más consensuales y efectivos, también para que sean más sustentables.

Y donde haya orden y democracia -dígase Túnez- hay que hacer todo lo posible para conservarlo y preservarlo con ayuda financiera y de seguridad, para que se convierta en un modelo a seguir por los estados y los pueblos que lo rodean.

Y hay que ser humildes. No tenemos la sabiduría, los recursos ni la capacidad de permanecer para hacer algo más que contener a esos organismos nocivos hasta que surjan los anticuerpos desde adentro.

En el mundo árabe quizá se necesite más tiempo para que se cohesionen esos anticuerpos y eso es preocupante, como sostiene Francis Fukuyama, el politólogo de la Universidad de Stanford cuyo reciente libro “Political order and political decay”, un estudio histórico sobre el surgimiento de los Estados decentes, ha sido muy discutido.

Lo que todos tienen en común es una burocracia estatal fuerte y efectiva que puede ofrecer una buena administración pública, imponer el imperio de la ley y una alternancia regular en el poder.

Ya que los padres fundadores de Estados Unidos estaban escapando de la tiranía, pusieron mucho énfasis en “cómo restringir el poder”, me explicó Fukuyama en entrevista.

“Pero para que se pueda contener al poder, primero hay que producirlo. (...) El gobierno no es sólo cuestión de restricciones. Se trata de ofrecer seguridad, infraestructura, salud y el imperio de la ley. Y cualquiera que pueda ofrecer eso -incluso China- ganará el juego, ya sea de forma democrática o no. (...) El Estado Islámico creció tanto debido a que la administración pública en Siria e Irak no ofrecía los servicios más elementales.

El Estado Islámico no es fuerte. Lo que pasa es que todo lo que lo rodea es muy débil”, lastrado por la corrupción y el sectarismo.

Hay muchos fracasos estatales en el mundo árabe, sostiene Fukuyama, debido a que ahí persisten las lealtades de sangre y tribales, “lo que significa que sólo se puede confiar en el estrecho grupo de personas de nuestra tribu”. No se puede construir un Estado fuerte, impersonal, basado en el mérito, cuando los únicos lazos que realmente unen son los de sangre, no los valores compartidos.

A China y Europa les llevó siglos hacer esa transición, pero lo lograron. Si el mundo árabe no puede superar su tribalismo y sectarismo ante la barbarie del Estado Islámico, “entonces no hay nada que podamos hacer”, advirtió Fukuyama. Y el suyo será un futuro de muchas noches oscuras.

Thomas L. Friedman - Servicio de noticias The New York Times - © 2014

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