Bashar Assad, de Londres a la presidencia

Bashar Assad,  de Londres a la presidencia

Bashar Assad nació el 11 de setiembre de 1965 y siempre pudo seguir sus intereses. Estudió en la escuela Hurriya de Damasco y a los 14 años se unió al Movimiento Juvenil del Partido Baaz. Se graduó en Oftalmología en la Universidad de Damasco y pretendía ejercer en este campo. Así, entre 1988 y 1992, estudió su especialidad en el hospital militar de Tishrin, antes de viajar a Londres para profundizar en sus estudios.

La muerte de su hermano Basil acabó con su espíritu libre. Basil era el heredero al trono, hasta que murió en un accidente automovilístico en 1994. Tuvo que volver de Londres y acaparar el protagonismo en el hueco que su hermano había dejado vacío. Su vida cambió al compás de las marchas militares. Inmediatamente ingresó en la academia de Homs para alcanzar el grado de Coronel en enero de 1999. Su padre le investía así de unos honores militares que hasta entonces no tenía. Hafez sabía lo que se hacía. Tenía que darse prisa.

El 10 de junio de 2000, cuando murió su padre, Bashar estaba ya catapultado en el camino a la presidencia. Se eliminaron los últimos obstáculos, como la enmienda que cambió la constitución para permitir que, a sus 34 años, se convirtiera en jefe del Estado pese a su juventud. El joven presidente fue promocionado a mariscal de campo y nombrado comandante de las Fuerzas Armadas y secretario general del omnipotente Partido Baaz. Un referéndum en julio de 2000 lo confirmó como presidente, con el 97% de los votos.

Bashar Assad era entonces una joven promesa para muchos sirios. En contraste con su padre, que no gustaba de grandes eventos, a él se lo podía ver en la ópera, disfrutando de la música o saliendo a cenar con su elegante esposa Asma, suní de origen sirio criada en el Reino Unido. Su imagen moderna pronto se vio desenfocada por la inacción.

En su discurso inaugural había prometido un amplio rango de reformas, modernizar la economía, luchar contra la corrupción y lanzar una experiencia democrática a la siria. Incluso se liberaron unos cientos de presos políticos y se permitieron los primeros periódicos independientes en más de tres décadas. Lo visitó el Papa Juan Pablo II, jefes de Estado y de Gobierno... Nicolas Sarkozy llegó a decir que si no hablaban con Bashar no habría paz en Oriente Próximo”. Los intelectuales críticos comenzaron a poder hablar en público y a expresar su criticismo en lo que se vio como la Primavera de Damasco.

Pero hacia principios de 2001, su hermano pequeño, Maher, dio un golpe en la mesa y restauró la marcialidad. Los que creyeron en aquella apertura volvieron a ser hostigados, los presos volvieron a las cárceles, la libertad de prensa fue puesta en el redil de nuevo y nada cambió de lo prometido.

Las leyes de Emergencia no fueron levantadas. Las principales agencias de seguridad y de Inteligencia sirias continuaron llenando los calabozos a voluntad y manteniendo incomunicados durante largos periodos a los detenidos. La liberalización económica benefició aún más a las élites de las que se servía el régimen...

Pero Bashar Assad seguía ganando los referendos: en 2007, repitió aquel 97% de los sufragios, extendiendo su poder para otros siete años. Mientras, perfeccionaba el sistema heredado de su padre, cultivando un círculo íntimo de acólitos temerosos de que su lealtad no fuera cuestionada y construyendo un entramado económico familiar que apuntalaba el régimen.

Éste se fundamentaba en la secta alauí, una escisión del Islam chií que es considerada herejía por los suníes. Asad se rodeó -como su padre- de una inteligencia militar leal a su secta, asegurándose así los apoyos.

Cuando las protestas estallaron masivamente en Daraa, en marzo de 2011 era el principio de una guerra civil, una sangría in crescendo y en la que ya han perdido la vida más de 366.000 personas. Contra todo pronóstico, Assad ha superado a sus homólogos en Túnez, Egipto o Libia, derrocados por sus propias primaveras.

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