Barrio Renacer: el sueño de trabajadores rurales de El Cepillo

Se trata de una veintena de familias que lucharon durante doce años para levantar sus propias viviendas en el terruño elegido.

Barrio Renacer: el sueño de trabajadores rurales de El Cepillo

De niños visitaban asiduamente con sus familias ese predio, para jugar al fútbol o alentar al equipo local. El Club Deportivo Tubert era el punto de reunión de la comunidad y el escenario obligado de fiestas y reuniones. El destino quiso que levantaran allí sus viviendas y siguieran conectados para siempre con ese sitio, que les regaló tantas alegrías.

Son los vecinos del barrio Renacer, el segundo complejo habitacional edificado en el distrito El Cepillo, San Carlos. Se trata de unas veinte familias que nacieron y crecieron en este bello paisaje valletano, pero a quienes les llevó más de doce años de lucha y trabajo el conseguir levantar su propia vivienda en el terruño.

La presencia del Renacer vino a conformar una especie de ‘centro cívico’ en este paraje sancarlino netamente rural. Las veinte casitas amarillas -que cualquier visitante puede divisar desde lejos- se integraron rápidamente al mapa céntrico de la zona.

Allí, se encuentra la escuela primaria Fuerte San Carlos, el centro de salud El Cepillo, las salitas de jardín de infantes, el club Tubert y el Acción 1, el otro barrio que hay en el lugar y que se entregó en el año 2000.

“El perfil del barrio está bastante revuelto”, se ríe Reynaldo Latorre y enseguida aclara “hay ancianos, parejas jóvenes, hijos pequeños que juegan en la calle, adolescentes y también nietos”.

Estos trabajadores rurales de El Cepillo comenzaron a reunirse en 2000 para pelear juntos por una casa. Así surgió la cooperativa de vivienda Renacer (un nombre que reflejaba las grandes expectativas de sus integrantes). Todos eran amigos o -al menos- buenos conocidos; pues provienen de familias nacidas, criadas y “constituidas” en estas tierras.

Su historia repite la de tantos vecinos en distintos rincones de Mendoza. Los pasos previos al 15 de mayo de 2014 -cuando por fin recibieron las llaves en mano- son numerosos y escarpados.

Mañanas enteras en oficinas públicas, series de notas y reclamos presentados, “manos amigas que nos daban un empujón” y problemas que había que enfrentar con dinero y trabajo conjunto.

Pero todo esfuerzo tiene su recompensa. La misma llegó con el gran asado a la canasta con que celebraron el día de entrega de las viviendas. Apenas se retiraron los funcionarios locales y provinciales que presidieron el acto, los vecinos pusieron en común sobre la parrilla por igual la carne, las alegrías y angustias contenidas, que ya sentían identitarias.

Algunos, esperaban con los camiones cargados con los muebles que terminara el almuerzo para comenzar la mudanza. Es el caso de David Naranbuena y los suyos, quienes llevaban largo tiempo alquilando y no veían la hora de tener la casa propia.

Hogar, dulce hogar

Al barrio Renacer se ingresa por la calle El Molino, la principal de este distrito. Hay que andar unos 5 kilómetros hacia el oeste desde la ruta 40, camino a la cordillera.

Las casitas “son sencillas, pero muy cómodas”, apunta el presidente de la unión vecinal, Mario Ortiz. Estas construcciones, que demoraron dos años en levantarse, cuentan con un lote de 360 metros cuadrados. Tienen una cocina, un comedor, un baño y tres habitaciones. La mayoría de los vecinos ahora está pensando en el cierre.

Buenos conocidos

“Somos la misma gente de la zona, que antes vivíamos en las fincas, en las casas que nos prestaban los patrones y desde hace un tiempo podemos contar con nuestro propio hogar”, comparte Latorre en su mejor definición.

Para la mayoría de los pobladores de El Cepillo, la llegada de este barrio tiempo atrás no modificó la dinámica del lugar. “Nuestros hijos ya iban a esta escuela, por ejemplo, sólo que ahora no tenemos que dejar antes el tractor para traerlos. Ellos mismos cruzan la ruta para ir a clases”, graficó Hugo Herrero, tesorero de la unión vecinal.

“Es una comunidad rural, muy tranquila, donde existe un fuerte vínculo entre la escuela y la vida social”, expuso Adriana Pacheco, la directora de la Fuerte San Carlos. La docente hizo hincapié en que la movilidad en la matrícula se da por los obreros golondrinas, “excepto ellos, aquí la gente es siempre la misma”, dijo.

Un terreno complicado

Quizá los mayores dolores de cabeza para los vecinos de El Renacer, estuvieron en el acondicionamiento del terreno. El punto era inmejorable, pues está “pegado al predio del club”, donde aún se sigue juntando el pueblo los domingos o hay actividades para los más chicos.

Sin embargo, la población de El Cepillo hace tiempo viene sufriendo un grave problema aluvional y este terreno -de 8.900 metros- era el que primero se inundaba. La falta de respeto por los cauces secos y su dibujo natural que han expuesto los emprendimientos agrícolas hacia el oeste terminaron por afectar al poblado.

Los vecinos debieron luchar por ciertas obras y acondicionar -a base de relleno que ellos mismos pagaron- el lote para que ya no apareciera como inundable en los documentos de habilitación.

“Ahora lo que nos está faltando es el gas”, comenta don Hugo y todos cruzan mirada como aceptando el nuevo desafío. “Hay que traerlo desde la ruta 40 y acordar con todos los vecinos del lugar, pero tarde o temprano lo vamos a lograr”, asegura confiado Reynaldo.

Un sitio de clima extremo y gente noble

Dicen los lugareños que El Cepillo recibió este nombre porque los fuertes vientos cálidos que bajaban de la montaña fueron borrando los cerros y moldeando el llano, como si sus ráfagas fueran cepillos.

Más allá de la veracidad de estos relatos, lo que nadie pone en duda es la crudeza con la que los fenómenos climáticos se han manifestado siempre en este bello paraje sancarlino.

Una anécdota que grafica esta cuestión es la construcción de la escuela Fuerte San Carlos, en 1972. “Los obreros tardaron muchos meses en construirla. Cuando iban a empezar venía un Zonda que volaba las chapas y los materiales. Suspendían. Después hacían fríos intolerables y debían volver a suspender. Después nevaba”, cuenta la directora Pacheco.

Después, la DGE decidió que ese pueblo necesitaba una escuela con estructura de piedra, con puertas y vidrios dobles y un diseño especial. Sin embargo, hasta ese entonces y desde que se creó la institución -en 1966- los niños tenían clases en las instalaciones de un corralón que prestaba un finquero de la zona. Entre los productos que sembraban estaba la menta y las clases tenían ese aroma dulzón característico.

“Recuerdo el día en que nos trasladamos al nuevo edificio.  La escuelita de la finca quedaba cerca y todos los chicos veníamos por la ruta llevando nuestros bancos y útiles”, comenta don Reynaldo, que tiene aún frescos esos recuerdos.

La familia Serra donó el terreno y el Ejército y el Gobierno encararon la construcción. La escuela fue una “gran bendición” para la comunidad y enseguida empezó a crecer su matrícula. “Cuando arrancó esta institución, tenía menos de 40 alumnos y tres maestros. Hoy superamos los 150 chicos, más las salas de Nivel Inicial, y tenemos jornada extendida”, contaron las docentes.

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