En Junín, el barrio Los Otoyanes queda en algún punto de la larga y solitaria línea que forma la ruta 60, entre el pueblo de Philipps y el carril Mirador.
Allí, solitarias y como a la intemperie entre tanto campo, se apiñan sus 45 viviendas y también el club, el salón de reuniones, la plaza todavía a medio vestir, la sala de primeros auxilios y el jardín maternal, donde buena parte de los niños quedan al cuidado de las maestras, mientras sus papás salen a trabajar, muchos de ellos en las viñas.
El barrio Los Otoyanes fue levantado sobre un terreno fiscal que en su momento, el intendente Dante Pellegrini ayudó a tramitar a favor de la unión vecinal. Se inauguró en el 2000 y más tarde, ya en la intendencia de Mario Abed, se avanzó con otras 25 casas, algunas de ellas próximas a inaugurar.
"Aunque estamos en medio del campo, este barrio nació con cloacas", cuenta Jorge Olivera, vecino del lugar y tomero de Irrigación: "Tenemos una planta de tratamientos de líquidos cloacales que se instaló en su momento de manera experimental, pero que nunca falló".
El barrio tiene cloacas desde sus comienzos y la verdad es que no podría haber sido de otra manera: las tierras son demasiado arenosas, imposible abrir allí un pozo séptico que perdure. "Era esto o no había barrio", resume la gente y al final el asunto salió bien: cloacas, luz y agua potable forman un triplete de servicios básicos para la calidad de vida, que sin embargo resultan una rareza en el arranque de cualquier barrio rural.
"Acá la gente trabaja en el campo o en las fincas, que es mayormente lo que va a encontrar", cuenta Julio Mendoza, presidente del club social y deportivo Los Otoyanes, lugar que tiene su cantina donde se bebe y se juega a los naipes, y también una cancha de bochas de suelo bien cuidado.
El club es punto de encuentro de muchos hombres de la zona, especialmente durante las tardes y noches de los fines de semana, que es cuando van a sacarse el aburrimiento y a charlar entre amigos, con una cerveza o un vino de por medio.
También hay cerca de allí, una cancha de fútbol, pero los pibes casi no le prestan atención al deporte o eso al menos, es lo que aseguran los mayores.
El playón deportivo que la comuna construyó hace un tiempo prácticamente no se usa: "Hay redes de vóley, también la de los arcos de fútbol y tres juegos de camisetas nuevas que nadie usa", dicen y coinciden en que los jóvenes del lugar, solo usan el playón para arrimarse con sus netbooks o celulares debajo de la antena de wifi.
"Cambiaron los tiempos incluso acá, en el campo; no hace tantos años, los pibes jugaban a la pelota en cualquier potrero y si hacía falta, se arrancaban tres hileras de una viña para armar una cancha. Ahora andan todos con sus celulares y sus computadoras, eso es lo que se usa", cuenta un hombre entrado en años y preocupado por los gustos de los muchachos.
Las casas de Los Otoyanes son pequeñas viviendas de dos dormitorios en terrenos de 250 metros, que se entregaron como se inauguran los barrios de un tiempo a esta parte: con las terminaciones a cargo del propietario: pisos y cerámicos entre otros detalles; luego, con el tiempo y los ahorros, cada uno fue ampliando según pudo.
El barrio queda unos 15 kilómetros al este de la ciudad de Junín y a 7 de Philipps, el pueblo más cercano; por eso es que hay algunos almacenes y negocios que sirven para el abastecimiento diario. Las calles internas siguen como al comienzo, de tierra y enlagunadas cuando llueve, y la plaza también precisa de algún esmero municipal; de todos modos, ni calles ni plaza están entre los reclamos de los vecinos.
Algo que todos piden tiene que ver con la ruta 60, con el mal estado de su asfalto y con la velocidad que alcanzan los vehículos.
"Frente al barrio pasan como vienen y es un peligro porque hay muchos niños", cuenta Marisa Figueroa, directora del jardín maternal 'Mi Arco Iris' y mientras piden alguna especie de control vial o una garita policial, ella cuenta que ha recibido unos conos que pone en la ruta para que los conductores bajen la marcha frente al barrio.
Cuando están en edad de primaria, los chicos de Los Otoyanes van a la escuela Jerónimo Rezzoagli que no queda en el barrio pero sí muy cerca, y que tuvo edificio propio allá a comienzo de los años 80, cuando según cuentan los vecinos, don Jerónimo donó la plata necesaria para levantar el establecimiento.
La inseguridad está entre los temas que preocupan al barrio y aunque dicen que "por ahora es solo raterío", el asunto no deja de preocupar: "Acá siempre hemos estado acostumbrados a que no pasa nada, a que podés salir y dejar la casa hasta sin llave te diría, pero eso está cambiando, ya hay rateros cada tanto, aunque tal vez no queramos darnos cuenta", dice Olivera.
Jardincito para 70 niños
El jardín maternal Nº 176 'Mi Arco Iris' comenzó a funcionar en 2004 y lo hizo en una casa alquilada, pero a partir de 2009 ya tuvo su propio domicilio y hoy, con la ayuda de los vecinos, se le está construyendo el cierre al jardincito, donde van entre 40 y 70 niños, según la época del año.
"El momento en el que más niños tenemos es para la época de cosecha, cuando todo el mundo está con algún trabajo y entonces dejan a los más chicos porque para evitar el trabajo infantil ya no los pueden acompañar a las viñas", explica Marisa Figueroa, la directora.
Allí se atienden niños desde 45 días de edad a tres años, aunque desde 2011 y a partir de un nuevo programa, también se reciben a los que tienen entre 4 y 14 años. "La comuna nos ayuda con las cosas más caras y al resto, las conseguimos con la ayuda de los vecinos y las rifas", explica Natalia González, una de las docentes.
De todos modos y más allá de la ayuda, el jardincito precisa cerrar su cochera para transformarla en un patio interno, donde los chicos puedan salir a jugar en la época de invierno. "Ese es como el gran proyecto que hoy tiene el jardín y que nos gustaría ver realizado", dice Valeria Saavedra, otra de las docentes.
Planta del Iscamen, sólo un proyecto
Al costado oeste del barrio se extiende un amplio predio destinado a la actividad industrial. Eso es lo que cuentan los vecinos, aunque por ahora, el terreno sigue siendo puro campo hasta donde da la vista.
Que se instale una industria allí sería la llave para que llegue el gas a Los Otoyanes, cuyas cañerías hoy están en Philipps, a siete kilómetros. "Que nosotros paguemos la obra es imposible", resume alguien y todos concuerdan.
Hasta ahora, la posibilidad más concreta de tener industrias en la zona se dio en 2004, cuando la planta del Iscamen estuvo a punto de instalarse en Los Otoyanes, pero el proyecto se cayó luego de que alguna gente criticó la iniciativa, por la supuestas consecuencias cancerígenas que podría traer la actividad en la zona.
Al final, el Iscamen abrió su planta en Santa Rosa y los vecinos del barrio se quedaron con las ganas de ver un desarrollo en la zona: "Acá estábamos de acuerdo y entusiasmados, porque podrían haber sido muchas fuentes nuevas de trabajo", recordó Juan Carlos Díaz, presidente de la unión vecinal: "No se pudo porque a la audiencia pública vino gente de afuera a meter miedo con el tema del cáncer y qué se yo qué otras macanas".