Barcelona y Gaudí

La basílica Sagrada Familia, Casa Batlló, La Pedrera, son algunas de las obras del genial arquitecto catalán.

Barcelona y Gaudí
Barcelona y Gaudí

En la España volcada sobre el Mediterráneo, Barcelona es un potente haz de luces encendidas a toda hora. Oteada desde la torre del teleférico que se desliza desde la costa hasta la colina Montjuic, la estrella mayor de Cataluña se muestra imponente, resguardada por la sierra de Collserolla, una muralla natural que parece trazada por el lápiz de algún talentoso urbanista. Más cerca, el centro de la panorámica es ocupado, en perfecto orden simétrico, por las esculturales fachadas de las que se descuelgan formas románicas, góticas y renacentistas. En esos detalles se revela una ciudad tan orgullosamente catalana como decididamente cosmopolita.

La impronta multicolor que Barcelona conserva desde los tiempos del Imperio romano incorporó desde fines del siglo XIX las creaciones de Antonio Gaudí, el arquitecto mayor de la ciudad, el venerado genio que añadió formas curvilíneas, figuras inspiradas en la naturaleza y colores aún más intensos al paisaje urbano, para dotar a Barcelona de un estilo modernista en constante evolución.

"Una obra de arte debe ser seductora y universal", insistía sin dudar el revolucionario prodigio nacido en Tarragona en 1852. Con esa certeza puso manos a la obra para no defraudar a empresarios reticentes a los cambios drásticos ni a colegas algo incrédulos que lo escuchaban con recelo.

El eje del Circuito Gaudí se abre paso desde Plaza Cataluña hacia el oeste por el amplio bulevar del Paseo de Gracia, la calle preferida de la próspera burguesía florecida en Cataluña hace más de un siglo. La primera escala podría prescindir de los carteles estáticos instalados por el Ayuntamiento: una multitud de visitantes de a pie y buses turísticos de todos los colores y tamaños señalan la ubicación de Casa Batlló, uno de las piezas esenciales del legado que dejó Gaudí entre 1904 y 1906.

La imaginación se dispara desde el primer vistazo de la fachada. Sus formas ondulantes remiten a las olas del mar y el rostro exterior de la casa parece menearse suavemente. No se distinguen líneas rectas en las columnas ni entre los brillos de las placas de cerámica vidriada con incrustaciones de cristal, estampadas en el frente. Las sinuosas curvas de los ventanales se replican en las cuatro plantas del interior, donde Gaudí eligió recrear siluetas de animales, árboles y plantas. En el nivel superior, la terraza es coronada por el lomo de un dragón manso, recostado contra las chimeneas, un conjunto artístico en sí mismo, cubierto por una cresta hecha con la técnica de baldosas troceadas trencadis vidriado.

Cada detalle de la vivienda -desde la barandilla de madera de roble de la escalera y el pasamanos del ascensor hasta los tiradores de latón de las puertas y el arco de ladrillos forrado en yeso construido para sostener la azotea- fue concebido a partir de un simple dibujo y una maqueta que Gaudí moldeaba con yeso. Con ese modelo a mano que no se cansaba de retocar con el rigor de un director de orquesta, el arquitecto daba indicaciones al contratista desde la perspectiva de la calle.

Para poder dar forma a La Pedrera -a tres cuadras de Casa Batlló-, Gaudí tuvo que afinar aún más su vocación por los detalles más minuciosos y la expresión artística. La familia Milá le había encargado un edificio de viviendas y en 1912, no bien los propietarios recibieron la obra terminada de manos del afamado constructor, observaron impávidos los 33 balcones con barandillas de hierro forjado y las esculturas de gigantes petrificados que, aún hoy, sobresalen en medio de las torres de ventilación y las chimeneas de la azotea.

Otras valiosas obras de arte, además de maquetas, planos, fotografías y videos, son parte del peculiar universo de Gaudí reunido en el ático del edificio. "Yo soy geómetro", solía afirmar este hombre polifuncional cuando sus dotes de experto en la geometría descriptiva y las formas tridimensionales ya se reflejaban en casas familiares, grandes edificios, palacios urbanos, iglesias, escuelas y residencias de veraneo.

Una bocanada de aire fresco es arrastrada por el viento desde el puerto y resopla sobre la terraza del séptimo piso del hotel Iberostar. La densa atmósfera de la ciudad de piedra toma un respiro en este mirador privilegiado, encaramado frente a las aguas danzantes de Plaza Cataluña. De un lado, el azul empastado del mar se apodera del horizonte de punta a punta. Hacia los otros tres puntos cardinales, los casilleros teñidos de verde intenso de los parques y cerros se suman al juego cromático que proponen los tentáculos del sol, los tejados rojizos y la interminable secuencia de torres y cúpulas.

En dirección a la porción norte de la Costa Brava, la obra cumbre de Gaudí domina la vista. Aunque su artífice llegó a erigir sólo ocho de las 18 torres que había proyectado, el templo Sagrada Familia se transformó sin lugar a discusiones en la mayor atracción de Barcelona, el poderoso ícono que logra atraer a turistas y científicos de los cinco continentes. Sus miradas son desbordadas por la sorpresa mucho antes de trasponer el pórtico de cualquiera de las tres fachadas. Es que la vida de Jesucristo es relatada en el exterior a través de una serie de esculturas colmadas de expresividad.

Las cámaras apuntan insistentemente hacia esas figuras de piedra, que el artista José María Subirats -considerado el continuador de la obra gaudiana- moldeó con el noble propósito de homenajear a su maestro.

Bajo la estructura piramidal de la iglesia neogótica, la dimensión humana de la construcción se fusiona con la exuberancia de las referencias divinas. El creciente murmullo que retumba en el Deambulatorio -el pasillo que conduce hasta los ventanales de la Cripta- muta en un conmovedor silencio a las 12, el momento puntual de cada día en que atrona el sonido de la plegaria del "Ángelus".

Otras melodías, notoriamente más mundanas, propaga la acera peatonal de La Rambla, aunque en los oídos no deja de resonar ese canto dedicado a la Virgen María por un conjunto de voces afinadas que, un rato antes, había enmudecido a una multitud en Sagrada Familia.

Ahora, en el más concurrido paseo a cielo abierto de Barcelona, el itinerario de los sitios a visitar anunciado a los gritos por una guía a un contingente de japoneses se superpone con el diálogo sustentado en giros uruguayos de un matrimonio que destila felicidad, equipado con mate y termo. Es el módico preludio del ruidoso festejo propuesto por un grupo de franceses, apuntalados por brasileños, argentinos, ingleses, indios, rusos y catalanes no menos eufóricos. La cumbre multinacional tiene lugar entre los cuadros exhibidos por pintores y retratistas -que los observan sin el menor ánimo de adherir a la fiesta- y los cuerpos inmóviles de las estatuas humanas.

Los más exaltados por el triunfo en la final del Mundial de Fútbol habían empezado su repertorio de cánticos y saltos descoordinados en el mercado St. Josep, más conocido como La Boquería. Pero, en menos que un suspiro, el enjambre de puestos de frutas, verduras, pescados, mariscos, carnes, cereales, vinos, productos orgánicos, tentadores jamones ibéricos,bares, restaurantes, vendedores de pocas pulgas y clientes los fue empujando hacia La Rambla.

A un costado del Tablao Flamenco Cordobés y el Teatre Principal, una angosta callejuela revela un perfil poco agraciado del barrio de inmigrantes El Raval. Por la vereda opuesta, el aspecto sombrío del pasillo de una galería inaugurada en 1856 se ilumina repentinamente al alcanzar el centro exacto de la manzana, ocupada por la Plaza Real y su agradable entorno de cafés y bares de tapas.

El trazado recto de La Rambla se estira hasta la zona del puerto de yates, mientras las mínimas calles que la cruzan se enredan en el barrio Gótico, el ovillo urbano más indicado para perder el rumbo, deleitar el paladar con una picada y un trago en alguna taberna de parroquianos locuaces, tomar nota de las banderas de Cataluña colgadas de los balcones junto a carteles que reclaman "Democracia" y "Llibertat a presos politics". Son imágenes llamativas que demandan atención antes de retomar el camino previsto en el acueducto y la puerta de la muralla romana de Barcino (del siglo I), el Palau de Lloctinent (Archivo de la Corona de Aragón, de 1318) o el museo del escultor catalán Frederic Mares, resguardo de la más completa colección de escultura hispánica desde la época antigua hasta el siglo XIX. Esa invalorable colección de abanicos, pipas, relojes, joyas, juguetes y llaves reluce en la antigua residencia de los monarcas de la Corona catalano-aragonesa, la máxima autoridad entre los siglos X y XV.

Otra referencia clave para reencontrar la salida hacia el semblante más moderno de Barcelona es la Catedral, pero esta vez las exquisitas melodías de un conjunto de jazz instalado en la escalinata agrega una nueva parada imprevista al itinerario.

El trompetista, los dedos veloces del pianista y el punteo del mandolinista reivindican la pasión por la buena música, algo que había quedado desdibujado la noche anterior en el restaurante Els 4 Qats.

Al día siguiente, Barcelona vuelve a sugerir una jornada auspiciosa para todos sus huéspedes. El Parque Güell es  un pequeño oasis en altura que Gaudí diseñó en 1922 a instancias del empresario industrial Eusebi Güell i Bacigalupi. Los elementos de la naturaleza, que el arquitecto tenía siempre a mano para concebir sus obras más ambiciosas, adoptan aquí formas y dimensiones reales.

Sobre un desnivel de 60 metros de la montaña Pelada, Gaudí dotó de significados simbólicos las especies de árboles de los bosques alpinos y de Cataluña plantados en los Jardines de Austria, el sendero "de elevación espiritual" que trepa hasta el Monumento al Calvario, el Camino de las Lágrimas y la Plaza de la Naturaleza, antiguamente utilizada para organizar bailes populares, eventos para la alta sociedad, actos de afirmación catalanista y espectáculos deportivos y artísticos.

La potente presencia de Gaudí a través de sus obras sobrevuela Barcelona desde el confín montañoso hasta el borde mismo del mar. La luz creativa del más célebre graduado de la Escuela de Arquitectura de la ciudad se irradia sobre todo el conjunto urbano, a tal punto que otras maravillas edilicias, diseñadas por sus colegas, pasan de largo ante los ojos de los turistas o son consideradas, erróneamente, como obras de Gaudí.

Esa involuntaria confusión suele acompañar las miradas hacia el cielo desbordadas de sorpresa que apuntan hacia las seis torres con agujas, la marca identitaria de la mansión de la familia Terradas. El equívoco desplaza a un injusto segundo plano el talento de Josep Puig i Cadafalch, quien se inspiró en el castillo de Baviera (Alemania) antes de sentar las bases de la Casa de les Punxes en 1903. Mayólicas, vitrales, puertas de madera, adornos de hierro forjado con remaches, relieves esculpidos y techos de tejas a dos aguas delinean el aire gótico -y a la vez barroco- de esta mole plantada en Avinguda Diagonal. La "Ciudad condal" de la época medieval -cuando el Principado de Cataluña rendía cuentas al rey Alfonso I y Barcelona era un lugar de prosperidad agrícola y artesanal- parece volver a cobrar vida alrededor de las seis fachadas de la Casa de les Punxes.

En Montjuic -una de las terrazas que mejor decoran la periferia de la ciudad-, el paisaje se puebla con los portentosos árboles que acompañan la traza de la avenida Miramar. Todo transcurre a un ritmo relajado en los dos flancos de la calle, que baja dibujando curvas suaves para colarse en la decena de jardines inclinados sobre la ladera.

Barcelona se muestra aún más seductora desde cada uno de esos resquicios perfumados. La seguidilla de atractivos desplegados sobre el monte -salas de arte, reservas naturales, el estadio utilizado en las Olimpíadas de 1992, dos complejos de piscinas, una miniciudad destinada a los artesanos y construcciones populares y nobiliarias que evocan la España histórica- atenúan el recuerdo de algunos hechos ingratos que enturbiaron el aire puro del cerro.

Durante décadas, el "Monte de los judíos" -que siglos atrás albergó un cementerio judío- fue un oscuro símbolo de intolerancia y represión. En 1940, tras la Guerra Civil que flageló al pueblo español, las fuerzas franquistas fusilaron a Lluis Companys. El pelotón disparó no bien el entonces presidente de la Generalitat terminó de gritar "Por Cataluña" a viva voz en el foso del Castillo de Montjuic, hoy de aspecto bastante más agradable como Museo Militar.

Montaña huertas y mar

El mar, la montaña, las huertas y los bosques tienen una influencia decisiva en la definición de los los sabores de la cocina catalana desde tiempos medievales. Últimamente, ese patrimonio tradicional incorporó la cocina de autor, que ubica a los restaurantes más renombrados d ela región en la vanguardia gastronómica mundial. La marca identitaria más reconocida es la combinación "mar i muntanya" -"mar y montaña"-, en referencia a la habitual mezcla de carne y mariscos en un mismo plato, con puntos en común con los platos típicos de Valencia, Islas Baleares, País Vasco, Andalucía y Castilla.

Entre las especialidades de Barcelona y el resto de Cataluña sobresalen la sopa escudella (con carne, pastas galets y arroz), la sustanciosa escudella i carn d'olla (carne picada, tocino, huevo batido, pan rallado, ajo, perejil, garbanzos, papa, verduras, butifarra y trozos de carne de cerdo, ternera, cordero y pollo), el sencillo pan tostado con tomate -se le añade aceite, sal y, a veces, el tradicional catalán fuet-, bikini (sandwich de jamón y queso), coca (pastel relleno con jamón ibérico, queso y verduras), escalivada (aperitivo de pimientos, berenjena, cebolla, tomates cocidos y anchoas), pan de coca con escalivada, calçots con salsa romesco (cebollas a la parrilla con salsa de tomate, pimiento, ajo, almendra, pan y aceite de oliva extra virgen), butifarra con mongetes (salchicha a la parrilla con porotos blancos o rosados), calamares a la romana, arroz negro (preparado con el molusco sepia, mariscos, cebolla, ajo y tomate), pollo asado a la catalana (acompañado con verduras desecadas) y el famoso postre crema catalana, recubierto con una capa de azúcar caramelizado.

Cuanto cuesta

Taxi del aeropuerto al centro de Barcelona, 28 euros promedio; bajada de bandera, 2,20 euros.

Viaje en Metro, 2,20 euros.

Barcelona Bus Turistic, 30 euros por un día o 40 euros para dos días; de 4 a 12 años, 16 euros y 21 euros; mayores de 65 años, 25 euros y 35 euros (www.barcelonabusturistic.cat).

Teleférico hasta el Castillo de Montjuic, 8,40 euros ida y 12,70 euros ida y vuelta; ticket infantil, 6,60 euros.

Entrada al Castillo de Montjuic, 5 euros; niños, 3 euros. El primer domingo de cada mes, acceso gratuito.

Entrada a Casa Batlló, 28 euros (compra online, 24 euros); de 7 a 18 años y mayores de 65 años, 21,50 euros (www.casabatllo.es).

La Pedrera, visita diurna 25 euros; de 7 a 12 años y mayores de 65 años, 14 euros; visita nocturna, 34 euros; de 7 a 12 años, 17 euros. "La Pedrera de día y de noche", 44 euros; de 7 a 12 años, 23,50 euros (www.lapedrera.com).

Entrada a La Sagrada Familia, 18 euros (compra online, 15 euros); entrada con visita guiada, 29 euros (online, 24 euros); acceso a vistas panorámicas desde las torres, 35 euros (online, 21 euros); "Audio tour", 26 euros; online, 22 euros (www.sagradafamilia.tictactickets.es / www.sagradafamilia.org).

Entrada a Parque Güell, 8,50 euros (online, 7,50 euros); de 7 a 12 años y mayores de 65 años, 6 euros (online, 5 euros); película de 10' "Experiencia Gaudí 4d", 9 euros; de 6 a 13 años y mayores de 65 años, 7,50 euros (www.parkguell.cat).

Entrada a Colonia Güell, 7 euros; con audioguía, 9 euros; con visita guiada a la cripta, 9,5 euros; mayores de 65 años, 5,50 euros, 7,50 euros y 8 euros (www.gaudicoloniaguell.org).

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