Más barato en el Caribe

Quienes pueden acceder a paquetes turísticos al dólar oficial, comprueban que resulta más barato veranear en el extranjero que en el país. Se da la paradoja de que con los aumentos de precios, el veraneante interno, y en general todos los argentinos, term

Más barato en el Caribe

El hecho no deja de sorprender. A una pareja le resultó este año más barato veranear en el Caribe que en Mar del Plata. La situación responde a una serie de variables, entre las que el retraso cambiario oficial -no el paralelo e “ilegal”- tiene una incidencia fundamental; a la que se suman otros aspectos, como el de que, como consecuencia de que veranear en los países vecinos resultaba poco menos que inalcanzable, los sitios de veraneo argentino aprovecharon la situación e incrementaron sus precios en un porcentaje bastante mayor que la inflación.

De acuerdo con un informe, un paquete de 7 noches en Mar del Plata, en un hotel 3 estrellas, con transporte en micro y media pensión, ronda los 3.500 pesos y si a ese valor se le agregan unos 300 pesos por día por persona para bebidas, paseos y algún espectáculo, el gasto ascenderá a 5.500 pesos por persona.

Por pocos pesos más, 5.900, se puede comprar un paquete en un hotel 4 ó 5 estrellas en Cuba, con 7 noches, pasaje aéreo, impuestos, asistencia médica, traslados y all inclusive (todo incluido), es decir, comida y bebidas gratis. De todos modos, en este último caso, el de las ofertas del Caribe, debe señalarse que los valores se toman de acuerdo con el dólar oficial, que es el que se aplica en la compra de paquetes turísticos o en la compra con tarjetas de crédito; aunque estas cuentan con un 15% de impuesto aplicado por el Gobierno, que después se descuenta del impuesto a las ganancias, algo a lo que no todos acceden.

Otro de los aspectos que habría que considerar radica en la sobreoferta de lugares turísticos en el Caribe: Cuba con Varadero; México con Cancún o Playa del Carmen; Colombia con Cartagena, o República Dominicana con Punta Cana. Esto ha determinado que en cada uno de los lugares se reduzcan los porcentajes de ganancias, manteniendo la calidad de la hotelería y gastronomía, a los efectos de atraer turistas; y otro tanto sucede con las líneas aéreas.

Situación diametralmente distinta a lo que ocurre con algunos lugares turísticos de la Argentina donde, ante la mayor demanda, aprovechan la situación para incrementar los precios. A modo de ejemplo puede señalarse que este año los alquileres en la Costa Atlántica superaron el 30% a los valores del año anterior, siendo que la inflación, aun la “paralela”, no alcanzó esos porcentajes. Otro tanto había sucedido el año anterior.

El tema del dólar también necesita de una doble lectura. El oficial aumentó un 14% el año pasado y es el que se toma para los paquetes turísticos. En el resto de los casos, en los referidos a los países limítrofes, la situación varió sustancialmente.

En Chile, por ejemplo, los valores -en dólares- para los alquileres de los departamentos no han variado: rondan los 100 dólares por día y otro tanto sucede en Brasil y Uruguay. Pero como en este caso, por la imposibilidad de acceder al dólar oficial, los turistas debieron acomodarse al precio del “blue”; y los costos aumentaron proporcionalmente. Así entonces, no se observó en las playas chilenas la “invasión” de mendocinos y argentinos de años atrás. Esos viajeros debieron entonces dirigirse a la Costa Atlántica, aunque en un turismo mucho más “gasolero”, tal como lo demuestran las cifras que indican que se trató de la peor temporada para los espectáculos artísticos y teatrales de los últimos años.

Aspectos que no hacen más que ratificar la errónea política cambiaria implementada por el Gobierno nacional, que sigue sumido en un afán desesperado por esconder la realidad, tanto en las cifras del Indec como en los valores reales del dólar, que no es de 5,04, como dice el Gobierno, ni de 7,70 como se cotiza el paralelo. Quienes pueden  acceder al dólar oficial se ven beneficiados y quienes deban recurrir el paralelo, absolutamente perjudicados. Otra incongruencia más que debemos aceptar los argentinos, donde, como en tantas otras cosas, los menos pudientes terminan subsidiando a los de mayor capacidad adquisitiva.

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