Todos los días, desde que sale el sol y hasta que se esconde, sin distinguir entre día hábil o fin de semana y en cualquier estación: el día a día de los balseros de El Carrizal tiene varios condimentos rutinarios, de esos que se repiten. Pero también juega un papel clave el factor sorpresa. Como por ejemplo, las fuertes ráfagas de viento de la noche del viernes y la madrugada del sábado, que llevaron a que se encuentren al amanecer algunas de las embarcaciones arrastradas por el agua y encalladas en otras costas.
En total son ocho los balseros comerciales que prestan sus servicios en el lado rivadaviense del embalse. A diario, ellos trasladan a pescadores y paseantes que quieren navegar por el espejo de agua que comparten Rivadavia y Luján de Cuyo.
Entre la muchedumbre y la soledad
"Te tiene que gustar la pesca para trabajar de esto. Y te tiene que gustar también estar acompañado de mucha gente en algunos momentos, pero también disfrutar de la soledad en otros. Acá la gente trae sus historias, y las cuenta. Uno tiene que saber escuchar, porque la gente viene a despejarse. Terminás haciendo no sólo de asador, sino también de psicólogo", reflexionan Omar Rodríguez (62) y Guillermo Miralles (47), dos de los experimentados balseros que han convertido su oficio en un estilo de vida.
"Trabajás con gente que viene a pasarla bien, pero no deja de ser un trabajo exigente" coinciden a bordo de La Clementina, el barco más imponente de Omar y aquel con tres parrillas y hasta un horno a leña, además de una estación meteorológica.
La crisis hídrica y la baja de la cota del embalse evidencian algunas consecuencias claras de la sequía en Mendoza. Sin embargo -coinciden- esto no los ha afectado de forma tan marcada.
Ambos balseros participaron voluntariamente del operativo de rescate de pejerreyes y percas en la Laguna de las Salinas (San Rafael) a principios de mes. Y esas percas fueron trasladadas y reubicadas precisamente en El Carrizal.
Un estilo de vida sin pisar tierra
Guillermo -o "Willy", o "Gringo"- es balsero desde hace 12 años. Mientras hace un repaso sobre su experiencia y su trabajo, no se despega de su teléfono para hablar con Omar. Es que a su colega y gran amigo, el viento le jugó una mala pasada: arrastró una de sus embarcaciones a otra costa.
"En verano siempre es lindo porque hay gente en todo momento. Pero en invierno pasás gran parte del día solo" detalla Guillermo, quien indica que en los meses de octubre y noviembre merma la actividad, ya que es temporada de vientos. Pero como pescadores hay todo el año, trabajan de enero a enero.
Entre los ocho balseros comerciales -claves para la actividad de la mayoría de los pescadores- suman cerca de 30 embarcaciones. Si a ellas se agregan las balsas particulares, en El Carrizal hay cerca de 300 barcas.
El rol de estos personajes trasciende su actividad, pues son además fundamentales en la seguridad y el impulso del turismo. "Náutica hace un gran trabajo de control y prevención. Pero cuando ellos están desbordados, nadie te puede decir mejor que un balsero el estado del agua. Incluso, hemos implementado un sistema de alertas por medio de sirenas que tenemos en nuestros barcos. Y cuando hay pronóstico de zonda o una contingencia, la hacemos sonar para que la gente saque sus embarcaciones del agua", cuentan. Y resumen la idea con una recomendación fundamental: cuando vean que los balseros están saliendo del lago, es mejor que saquen sus barcos sin hacer demasiadas preguntas.
Además de este sistema de sirenas, entre todos están comunicados vía radio. Y es tal la unión entre sí, que permanentemente están conectados y ayudándose.
Alejandro "El Negrotón" Vila tiene 31 años y lleva la mitad de su vida trabajando de balsero. Es "nativo del Carrizal" (como él mismo se define) y ha pasado por todos los campings del lugar. "Al principio es cuesta arriba, no tenés siquiera para comer. Los primeros años se hace difícil para la familia", destacan Alejandro y Willy. "Yo vi a mis hijos crecer en la cama, porque me iba temprano y volvía tarde, y siempre estaban durmiendo", reconoce este último.
Los balseros ofrecen dos tipos de servicios: salidas a pescar y paseos. Pueden ser por turnos de cuatro horas, en balsas compartidas (con un costo de $250 por persona) o de ocho horas -día completo- por $4.500 para alquilar el barco completo (con capacidad de hasta 10 personas).
Los balseros comerciales cuentan con matrículas especiales y habilitaciones que se renuevan anualmente. En un buen día, pueden facturar unos $5.000. Pero esos son los menos, y también tienen aquellos en los que llegan a los $1.000 con suerte.
Protagonistas de historias y de leyendas
Omar Rodríguez (62) es balsero desde hace 15 años, y recuerda muchas historias que oyó o vivió a bordo de sus balsas. "En 2002 o 2003 yo trabajaba en una empresa de correo, y un día fui a hacer una denuncia a un destacamento policial de Rivadavia. Ahí me encontré a cuatro personas que estaban nerviosas y llorando. Un policía me dijo que era porque decían estaban pescando de noche en el lago (aún estaba permitido) y se les acercó un hombre caminando por el agua y les preguntó si había pique. Ahí quedó. A los años, trabajando en uno de los campings de acá, me cuentan que la noche anterior habían encontrado a una persona llorando. Y que este hombre les había contado que se había acercado el mismo hombre caminando por el agua para preguntar si había pique.
Cuando vi quién era, me di cuenta que era uno de los hombres a quien yo había visto en la comisaría años antes", rememora Omar, en una de las tantas historias de las que se definen como de "creer o reventar".
Junto a la leyenda del pescador solitario -sobre este hombre, a veces encapuchado, que suele aparecer imprevistamente a espaldas de la gente para preguntar si hay pique y luego desaparece sin dejar rastro-, también se conocen algunas otras, como la de una mujer con una túnica que se avista en el lugar. O la del "Carrizalito", una especie dinosauro acuático, suerte de Nahuelito o Monstruo del Lago Ness local.
"Eso sí, nosotros nunca hemos visto ni un OVNI" confiesan risueño Omar y Guillermo, haciendo referencia a otro mito de la zona.
Muchos de los clientes son fijos, y hay pescadores de 70 años que suben a las balsas en silla de ruedas.
"Yo he tenido hasta un grupo de pescadores ciegos, que sacaban pescados como si nada", agrega Willy. Y agrega que más de una vez, la familia de algún pescador fallecido pidió subir a la balsa para esparcir las cenizas del difunto mientras navegaban por el embalse. "No puedo ni cobrarle a esa gente, no me da la cara", confiesa Guillermo.
Solos y solas a bordo de La Clementina
Hace seis años, la balsa La Clementina -de Omar Rodríguez- fue el escenario de una original iniciativa. Y tuvo tal éxito que su dueño no descarta repetir la experiencia en breve.
"Junto a una mujer que fue mi socia ese día, hicimos un encuentro de 'Solos y solas'. Fue un momento de encuentro entre quienes participaron, y no se permitió nada fuera de lugar. Simplemente conversar y compartir los teléfonos por si daba para volver a juntarse nuevamente", detalla Omar al recordar el evento. Y sostuvo que participaron 20 personas, seleccionadas por ellos como organizadores.