Bajo las estrellas impasibles - Por Fernando G. Toledo

La vida del poeta Dino Campana, quien en sus viajes pasó por Mendoza, fascina tanto como su obra.

Bajo las estrellas impasibles - Por Fernando G. Toledo
Bajo las estrellas impasibles - Por Fernando G. Toledo

Corre para escapar. La fría humedad del invierno toscano penetra los huesos y a la carne la laceran los alambres de púa que rodean esa especie de cárcel. Dino Campana intenta escapar del último hospital psiquiátrico que lo ha mantenido recluido durante 14 años. Pero siempre ha estado huyendo, quién sabe de qué demonios que lo agitaban y le transmitían lo que él llamaba una “manía por el vagabundeo”.

Ha comenzado a escapar casi desde su nacimiento, aquel 20 de agosto de 1885 en el pueblo alpino de Marradi (provincia de Florencia, Italia). En el hogar donde se crio reina la disciplina, a veces extrema, que le imponen su padre y su madre. Ese rigor hace estragos en la salud mental del joven Dino, quien a pesar de ello se esfuerza por cumplir con lo que le piden. A los 15 años se va a Turín, a estudiar. Luego intenta seguir la carrera de Química de la Universidad de Bolonia. Pero la inestabilidad persiste. Debe escapar, siempre escapar. "No conseguí aprobar química", le cuenta a Carlo Pariani, el psiquiatra que lo entrevista en el hospicio donde pasa sus días finales: "Y entonces me dediqué un poco a escribir y un poco a vagabundear. Una inestabilidad me impulsaba a cambiar... Si estudiaba letras podía vivir. No entendía la química, entonces me abandoné a la nada".

La nada no llega en forma de estudios sino de viajes sin brújula. Comienza el siglo XX y él lo recibe con la furia de su mente torturada. Peleas, temporadas en prisión y las primeras internaciones en manicomios de Italia y Suiza. Cuando sale, tras probar diversos oficios, viaja al sur de Italia. A los 22 años, atraído por relatos y por el sueño de un territorio gigante en el que siempre haya sitio para escapar, se embarca en Génova con rumbo a la Argentina. Tan largo viaje le permite ir escribiendo, en secreto, una poesía que será como un estremecimiento para la lírica italiana.

La Argentina le produce un efecto extraño, de encuentro con la "infinita majestad de la naturaleza", como dice en su poema Pampa. Como buen prófugo incesante, aquí también debe huir y, según le cuenta a su psiquiatra, se instala sucesivamente en Buenos Aires, Bahía Blanca, Rosario y Santa Rosa, hasta llegar a Mendoza.

"Hice oficios diversos –le apunta a su médico–. Por ejemplo, templar hierros. Lo hacía para vivir. Hice de tocador de triángulo en la Marina Argentina. Fui portero de un círculo de Buenos Aires. Levanté terraplenes en la Argentina. Fui policía en la Argentina, o sea bombero".

Pero sin que se sepa por qué, Campana decide pegar la vuelta y por error se sube a un buque que lo lleva a Odesa. Al fin, regresa a la Toscana y,  con la cosecha de tantos viajes, escapadas, noches bajo las estrellas y meses como polizón, recopila el libro que ha ido acunando y se llama El día más largo. Camina 60 kilómetros para llevar su único manuscrito a Florencia, donde los célebres editores Giovanni Papini y Ardengo Soffici, cree, pueden interesarse por su obra. Pero tras meses sin noticia, le escribe a Soffici y este le da una noticia devastadora: ha perdido el manuscrito.

Alterado, Campana acude a sus papeles y a su memoria, e intenta reconstruir lo escrito. El encargado del Registro Civil de Marradi es testigo de la desesperación: el poeta llega cada mañana y “sin preocuparse si las disposiciones lo permitían, ordenaba a mi mecanógrafo que escribiera a máquina los versos que él dictaba de los apuntes tomados en trocitos de papel que sacaba de su chaqueta”.

Al fin, rehace el libro, que ahora titula Cantos órficos, y en 1914 lo imprime. Con los ejemplares recorre los cafés de Florencia para hallar lectores. Pero no todos le parecen dignos de esas páginas, así que arranca las que cree que su cliente, de cualquier manera, no comprenderá, y entrega el ejemplar amputado.

En 1918, Dino Campana ya no sabe adónde escapar y termina en el psiquiátrico de Castel Pulci. "Una vez fui escritor, pero tuve que dejarlo por mi mente debilitada. No conecto con las ideas. Ahora es preciso que me ocupe de asuntos más importantes", le advierte al médico. Así pasa el resto de su vida, hasta que una noche de fines de febrero de 1932 intenta fugarse y se encuentra con los alambres que lo lastiman, lo infectan y le provocan la muerte, el 1 de marzo.

Acaso en esa huida última Dino Campana se viera al fin liberado, como el hombre aquel que imaginó en ese poema escrito entre Santa Rosa y Mendoza: “Bajo las estrellas impasibles, sobre la tierra infinitamente desierta y misteriosa, desde su tienda, el hombre libre tendía los brazos al cielo infinito no desfigurado por la sombra de Ningún Dios”.

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