Bajan las inversiones vitivinícolas

Los datos proporcionados por los viveros más importantes de la provincia son preocupantes, porque demuestran una caída de entre un 25 y un 30 por ciento en la adquisición de plantines para nuevos viñedos. Es evidente que los problemas generados por la caí

Bajan las inversiones vitivinícolas

Los números son inquietantes. La venta de plantines de vid en los principales viveros tuvo una caída de entre el 25 y el 30 por ciento en el año en curso, con otro dato no menos serio: muchos de los inversores extranjeros que habían pedido presupuesto a principios de la temporada, finalmente decidieron no invertir.

Las cifras no hacen más que ratificar la problemática en que se encuentra envuelta la actividad vitivinícola, esencialmente en lo relativo a las expectativas poco favorables que surgen de una política económica implementada a nivel nacional que, además de hacer perder competitividad a los vinos argentinos, genera inconvenientes en los bodegueros como consecuencia de las demoras en las devoluciones del IVA o las exportaciones, entre otros aspectos.

Históricamente, la industria vitivinícola debió afrontar problemas cíclicos que surgían especialmente de situaciones naturales, como las abultadas cosechas que presionaban sobre los precios del vino. La multiplicación de los problemas, enfrentados décadas atrás con medidas de ajuste, como bloqueos, prorrateos o cupificaciones, determinó en su momento que Mendoza sufriera la erradicación de casi 100 mil hectáreas de viñedos, en su gran mayoría de gran producción y menor valor enológico.

La situación se modificó sustancialmente cuando la Argentina dejó de pensar exclusivamente en el mercado interno y se abrió a las exportaciones. Para lograr ese objetivo debió hacer bien los deberes. Realizó una importante reconversión de viñedos hacia variedades nobles, incorporó tecnología de punta en las bodegas, mejoró la calidad de los caldos y salió a participar en los concursos internacionales. Las medallas obtenidas y esencialmente la inserción en los mercados internacionales de variedades como el malbec o el torrontés, lograron captar a los consumidores más exigentes.

El nuevo panorama determinó no sólo la reconversión de viñedos hacia variedades más nobles sino la aparición de lo que luego se denominó "viñedos de altura", un hecho que modificó una parte importante del Valle de Uco, transformando terrenos incultos del pedemonte en paños verdes de producción excepcional. Las inversiones, nacionales e internacionales se multiplicaron y obligaron a las autoridades a realizar obras de infraestructura vial -como el camino del vino o el camino de la producción- para responder a las nuevas necesidades.

Así entonces Mendoza, que contaba con unas pocas miles de hectáreas implantadas con malbec, pasó a tener más de 28 mil hectáreas según el último censo, concentrando casi el 90 por ciento del total del país. Otro tanto ocurrió con la bonarda y con otras variedades de alto valor enológico, como el cabernet sauvignon y el syrah, entre las tintas, o el chardonnay y el sauvignon blanc, entre las blancas.

La demanda de plantines en los principales viveros  fue incesante durante la última década, pero este año se ha producido un descenso inquietante -cayó entre un 25 y un 30 por ciento- y lo poco que se adquiere es para tareas de replante o recambio de varietal, sin que existan grandes inversiones.

Resulta evidente que esa situación responde a las escasas expectativas favorables que está generando la industria, que no responden a caída en el consumo interno o externo sino a medidas económicas desafortunadas adoptadas desde el orden nacional que hacen cada vez menos competitivos a los vinos argentinos. Los gobiernos de las provincias vitivinícolas deberán actuar con la seriedad que la situación exige ante sus pares nacionales. De no ser así, de continuar la actual situación, la industria perderá espacios y demandará años en recuperarlos.

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