Por Thomas L. Friedman - Servicio de noticias The New York Times © 2016
La votación en Gran Bretaña para abandonar la Unión Europea, seguida de la elección de Donald Trump como presidente de Estados Unidos, constituye un gigantesco evento político. Un evento que hará de 2016 un año en la historia que será estudiado por mucho tiempo. Los grandes eventos políticos tienen causas grandes. Desde hace tres años he estado trabajando en un libro sobre lo que ha estado ocurriendo en los intestinos y vísceras del mundo, por así decirlo, que está enturbiando la política en tantos países. Mi respuesta empieza con una pregunta: ¿Qué diablos sucedió en 2007 y sus alrededores? ¿Por qué 2007 si parece un año tan inocuo? ¿Seguro? Echemos un vistazo.
Steve Jobs y Apple lanzaron el primer iPhone en 2007, lo que inició la revolución de los teléfonos inteligentes que ahora ha puesto una computadora conectada a Internet en la palma de la mano de todo el mundo. A fines de 2006, Facebook, que había estado confinada a las universidades y escuelas, se abrió a cualquiera que tuviera una dirección electrónica y se difundió por todo el planeta. Twitter, creada en 2006 despegó en 2007.
En 2007, el software más importante que nadie conoce empezó a expandir la capacidad de cualquier empresa de almacenar y analizar enormes cantidades de datos no estructurados. Eso permitió el surgimiento de los Grandes Datos y de la computación en nube. En efecto, “la nube” realmente despegó en 2007.
En 2007, el Kindle de Amazon echó a andar la revolución del libro electrónico y Google introdujo su sistema operativo Android. En 2007, IBM empezó con Watson, la primera computadora cognoscitiva del mundo que ahora puede entender prácticamente cualquier estudio que se haya escrito sobre el cáncer y que ofrece diagnósticos muy precisos y opciones de tratamiento. ¿Y ha mirado alguna vez un diagrama del costo de la secuencia del genoma humano? Empezó en 100 millones de dólares a principios del siglo y empezó a reducirse espectacularmente alrededor de, sí, adivinó, 2007.
El costo de los paneles solares empezó a reducirse agudamente en 2007. Airbnb fue concebida en 2007 y change.org empezó en 2007. GitHub, la biblioteca de distribución de software de código abierto más grande del mundo se inauguró en 2007. Y en 2007 Intel introdujo por primera vez materiales que no eran de silicio en los transistores de sus microchips, lo que extendió la duración de la ley de Moore: la expectativa de que la potencia de los microchips se duplica más o menos cada dos años. En consecuencia, a la fecha continúa el crecimiento exponencial de la potencia de cómputo. Finalmente, en 2006, Internet cruzó la barrera de los mil millones de usuarios en todo el mundo.
Con el tiempo, 2007 llegará a ser considerado uno de los principales momentos de inflexión tecnológica en la historia. Y nos lo perdimos por completo. ¿Por qué? Por 2008.
Sí, precisamente cuando nuestras tecnologías físicas dieron el salto hacia adelante, muchas de lo que el economista de Oxford Eric Beinhocker llama nuestras “tecnologías sociales” -las reglas, los reglamentos, las instituciones, las herramientas sociales necesarias para aprovechar al máximo toda esta aceleración tecnológica y amortiguar lo peor- se congelaron o rezagaron. En la mejor de las épocas, las tecnologías sociales tuvieron problemas para llevarle el ritmo a las físicas, pero con la gran recesión de 2008 y la parálisis política que engendró, esa brecha se convirtió en un abismo. Y mucha gente quedó dislocada de paso.
Lo que un solo individuo o un grupo pequeño pueden hacer ahora para crear o destruir es fenomenal. Cuando Trump quiere ser escuchado, ahora envía su mensaje directamente desde su penthouse de Nueva York a través de Twitter a sus más de 15 millones de seguidores, a cualquier hora del día que guste. Y el Estado Islámico hace lo mismo desde una remota provincia de Siria. Ahora las máquinas no solo pueden derrotar al hombre en “Jeopardy!” o en ajedrez; están empezando a ser realmente creativas, ofreciendo diseños arquitectónicos y de otro tipo y redactando notas informativas, escribiendo canciones y poemas que son indistinguibles de las creaciones humanas.
Al mismo tiempo, las ideas ahora fluyen digitalmente a través de las redes sociales por todo el mundo, a más velocidad y llegando más lejos que nunca. Como resultado se arraigan ideas nuevas e ideas sostenidas desde siempre.
Así que si miramos desde diez mil metros de altura veremos que la tecnología, la globalización -yo agregaría también a la Madre Naturaleza- se están acelerando al mismo tiempo y alimentándose entre sí: la ley de Moore impulsa la globalización y hasta el cambio climático. Y juntos, el cambio climático y la conectividad digital impulsan la migración humana.
Recientemente conocí a unos refugiados económicos y climáticos de África occidental que me dejaron en claro que no querían ayuda de un concierto de rock en Europa. Ellos quieren venir a la Europa que ven en sus teléfonos. Y usan WhatsApp para organizar vastas redes ilícitas de migración para llegar ahí. Así que no es raro que en Occidente mucha gente se sienta a la deriva. Las dos cosas que la anclaban a su mundo -su comunidad y su trabajo- se sienten desestabilizadas.
Va a la tienda de abarrotes y ahí alguien le habla en otro idioma o lleva un velo en la cabeza. Se meten al baño público de hombres y ahí alguien a su lado parece de otro género. Van a trabajar y ahora hay un robot sentado al lado que parece estar estudiando su trabajo. Yo veo con buenos ojos esta diversidad de gente y de ideas; pero para muchos está llegando más rápidamente de lo que se pueden adaptar.
Es por eso que por estos días, mi canción preferida es la maravillosa balada de Brandi Carlile llamada The Eye, cuya estrofa principal dice: “Enrollé tu amor alrededor de mí como una cadena/ Pero nunca tuve miedo de morir/ Puedes bailar en el huracán/Pero solo si estás en el ojo”.
Esa aceleración de la tecnología, la globalización y la Madre Naturaleza son como un huracán en el que se nos pide que bailemos. Trump y los abogados del Brexit sintieron la ansiedad de mucha gente y prometieron levantar un muro contra esos aullantes vientos de cambio. Yo no estoy de acuerdo. Pienso que el desafío es encontrar el ojo del huracán.
Para mí, eso se traduce en la creación de comunidades saludables que tengan la flexibilidad necesaria para avanzar con esa aceleración, sacar energía de ella pero también constituir una plataforma de estabilidad dinámica para los ciudadanos que la componen. Hablaremos más de esto en otra ocasión.