La semana entrante llega a la Argentina la presidente chilena Michelle Bachelet. La visita, primera al exterior que la líder socialista realiza desde que asumió el 11 de marzo pasado, puede constituir una valiosa ocasión para observar los límites de una narrativa que persiste en imaginar parecido lo que es definitivamente diferente.
Vale recordar que en éstas y otras orillas del amplio paradigma del reformismo bolivariano, se descifró la aplastante victoria electoral de Bachelet como la reafirmación de un camino compartido. Aún más especial porque se trataba del regreso al poder de esta líder progresista tras el interregno de Sebastián Piñera, un magnate que exudaba el lastre de la derecha tradicional chilena.
Pero quizá las cosas no sean como se las cuenta o se pretende. En el aspecto comercial y económico, que es el que abona la política, Chile sigue siendo hoy sólo un acompañante del otrora eficiente Mercosur, el pacto aduanero fundado por Raúl Alfonsín y José Sarney en 1986 que unió a Argentina, Brasil, Uruguay, Paraguay y últimamente a Venezuela. En cambio, sí es participante activo de otro proyecto, la Alianza del Pacífico creada dos años atrás junto a Colombia, Perú y México.
En la barriada bolivariana, también en Argentina, se maltrata a ese cuarteto calificándolo menos como un emprendimiento comercial que como amenazante “brazo del imperio” dada su inclinación por el libre comercio. Al observarse los números, la cuestión parece sin embargo menos retórica y más práctica. La Alianza del Pacífico es hoy la séptima potencia exportadora a nivel global. Se encamina, además, a crecer este año 3,8% y 3,7% en 2015. Es el doble que lo que registrará el Mercosur: 1,5% y 1,8% respectivamente.
Si se desagrega el informe elaborado con esos datos por el Research del BBVA, una entidad con presencia en toda la región, se ve que Perú marcha con una perspectiva de crecimiento de 5,6% este año; Colombia 4,7%, y Chile, 4%.
México es el que rinde menos con un 3,4%. Con tales ritmos, esos países superarán la media de crecimiento prevista para América Latina en 2014 que es de 2,5%, y similar el año entrante. Sin ánimo de abrumar con tanto porcentaje, vale no perder de vista un dato comparativo clave: según el FMI Argentina crecerá este año 0,5 % y apenas 1% en 2015.
De ser así, sería unas tres veces menos que lo que anota Chile, aun después del cuestionado interregno de Piñera. El comportamiento de la inversión extranjera también es significativo. Aunque el cuarteto hace poco que anda unido, ya supera aunque ligeramente el ingreso que obtiene el Mercosur con 23 años efectivos a cuestas: U$S 84.300 millones contra U$S 84.000 millones.
El País trasandino y los otros integrantes de la Alianza, excepto Colombia, integran además el llamado Trans-Pacific Partnership. Ese acuerdo comercial tiene entre sus miembros a EEUU, Australia, Canadá, Nueva Zelanda y Vietnam e implica 30% del PBI mundial. Con Japón y Corea del Sur, que están a punto de sumarse, el número trepa a nada menos que 40%. Es una sociedad que maneja un tercio de todas las exportaciones del globo.
Del otro lado, tampoco no todo es lo que parece. Piñera dejó un país con un desempleo mínimo y un costo de vida en torno al 3% anual, menos de lo que Argentina anota en un mes, o Venezuela en una quincena.
Pero la bonanza chilena la disfruta sólo un tercio de la población La gran deuda de ese país es social. Han sido esos desequilibrios los que explican que aunque la presidente socialista ganó de modo aplastante con el 62% en la segunda vuelta, lo hizo con el trasfondo de una descomunal abstención.
El programa de Bachelet propuso atacar ese problema antes de que se torne inmanejable, con un aumento a lo largo del período de gobierno de hasta 5 puntos de la presión impositiva. Tiene suficiente respaldo legislativo para hacerlo. Pero, lo cierto es que puede avanzar porque la parte buena de la historia es que los gobiernos que se han sucedido desde la dictadura no dilapidaron los ingresos del crecimiento.
Ese colchón asimila los costos de modernizar el capitalismo chileno, que es la tarea que se ha dado la presidente socialista. Y no es una paradoja. Muchos países de la región pueden dar cuenta del carácter explosivo de la inequidad social. En no pocos casos esa calamidad fue tomada de modo clientelar y contenida con asistencialismo.
Hay otras diferencias en este recorrido. Para escándalo de quienes ven espectros en todos los sitios, la política internacional que propone el recién llegado gobierno socialista descarta bajarse de las alianzas comerciales que armó el gobierno precedente y los anteriores.
Es más, el canciller Heraldo Muñoz propone desideologizar esos vínculos y buscar un puente entre la Alianza del Pacífico y el Mercosur. Es un gesto de notable pragmatismo que quizá no sea escuchado y menos valorado en los suburbios de la región.
Donde las coincidencias pueden ser amplias será sobre la crisis venezolana, aunque seguramente desde distintas visiones. Buenos Aires concuerda con Caracas en denunciar un supuesto golpe en proceso en ese país. En verdad, la protesta popular se alimenta de la grieta que divide a esa sociedad y de los errores de gestión del gobierno de Nicolás Maduro que amplificó una crisis que podría haber sido contenida. Pero es cierto que la furia en las calles ha llegado a nivel tal que puede hacer peligrar la estabilidad del régimen.
Los gobiernos del área advierten que un desenlace de ese tipo agravaría el cuadro venezolano extendiendo la pesadilla más allá de sus fronteras. De ahí las gestiones de la región, en particular Brasil, para obligar a Caracas a una negociación con la oposición que debilite a los sectores más intransigentes y Maduro se haga cargo de los ajustes antipáticos que eviten el abismo.
Es puro pragmatismo. De eso hablamos. Una palabra que hace tiempo tiene un significado claro y quizá cierta sabiduría del otro lado de la cordillera.