Babasónicos: esto es sólo una fiesta popular

Los porteños demostraron, una vez más, que eficacia y diversión son una fórmula perfecta. Tres mil personas la testearon ayer, en el Bustelo. Y la disfrutaron.

Babasónicos: esto es sólo una fiesta popular

Es jueves en el auditorio Ángel Bustelo. El calor mendocino trepa las fronteras de las once (las 22.45, bah).

Babasónicos

pisa el escenario y con los acordes de “Humo”, la ansiedad previa muta en sacudón sónico: tiemblan los parlantes, el piso, los cuerpos. Está sonando uno de los cortes de “Romantisísmico” (2013), el último disco de la banda de

Dárgelos

. El ritual empieza.

Al frente de los seis, Dárgelos es un chamán seductor, ataviado como un rocker glam (calzas y remera de lúrex con detalles en cuero). Junto a él están

Mariano Roger 

(en guitarra),

Diego Tuñón

(en las teclas),

Panza

(en guitarra),

Tuta Torres

(y su bajo),

Diego Rodríguez 

(guitarra) y

Carca

(en bajo). A su modo, cada uno de ellos lo es.

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Pero Dárgelos lleva la delantera. ‘Mic’ en mano, la figura delgada del frontman se contonea y baila; se arquea, arrodilla o entrega pasos frenéticos; así, como si nada. Y así, como si nada, cruza la noche con su característica voz; una voz que no puede disimular el cansancio que acarrea un extenso kilometraje por México (vienen de una gira) pero que siempre encanta. Después de un par de temas recién saluda: “Buenas noches, gracias” y la frase, brevísima, desata la euforia de ellas.

Ellas (adolescentes que calzan shorts a lo

Madonna

) gritan, se cachondean, mientras pasan por Instagram los gestos del multiinstrumentista Diego Rodríguez; y ellas (las que gastaron los ‘90 y acaso “poguearon” la era Sónica) cantan y bailan y sonríen (el que solo se ríe...). Por ahí, cerquita, están sus hijos: bebés o niños de no más de diez, que fueron acunados con estribillos de la lindísima “Colmo”: “Por eso canción llévame lejos/ donde nadie se acuerde de mí/ quiero ser el murmullo/ de alguna ciudad que no sepa quien soy”.

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Es que con más de dos décadas agitando escenarios y bateas, un recital de Babasónicos es una fiesta popular. Fiesta: porque ellos saben combinar diversión con eficacia. Y esa fórmula, sabemos, es perfecta. Popular: por el cruce generacional define la platea: familias, adolescentes, rockeros cuarentones, comparten la fascinación por los porteños.

Claro que cuando Dárgelos y Rodríguez transitan “Patinador sagrado” los que agradecen la sorpresa son los de treinta y más (es un clásico poco común en sus set list). “No es mucho más que devolver a Mendoza, lo que Mendoza hizo grande”, dice Dárgelos, en referencia a la explosión que la banda tuvo a mediados de los ‘90, cuando su discografía se agotaba en “Dopádromo”. Y la marea humana celebra.

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Es que, aunque el show estuvo centrado en el último CD (enchufaron “Run run”, “Paisano”, “Los burócratas del amor”, “La lanza” y “Negrita”, que dejaron para el bis), Babasónicos visitó discos anteriores: “Trance Zomba” (a través del link entre “Malon” y “Koyote”; dos regalos más para los fanáticos de larga data); “Jessico” (“Los calientes”), “Infame” (con una versión potente de “Sin mi diablo”, que cerró cerca de dos horas de show), “Mucho” (“El ídolo”) y “A propósito” (“Tormento”).

La retrospectiva es entonada con pasión de hinchada. Es que, tamizados por los años y los nuevos arreglos, estos “clásicos modernos” resignifican su estatus de hit. “Por eso están acá”, arenga él, tras comprobar que la memoria no falla. Dárgelos habla poco. Pero entrega mucho. Entrega canciones frescas, hitazos, diversión. Y se agradece.

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