"El esquema basado en el tipo de cambio alto como instrumento de crecimiento ya dio buena parte de sus frutos (....). Nuevamente, como ocurrió poco antes de la caída de la convertibilidad, empezaron a escucharse voces que exigen que el Gobierno se libere de la trampa cambiaria (....) reaparecieron los devaluacionistas y los apreciadores. (Pero) he aquí el dilema: la apreciación es recesiva y la devaluación -sin retenciones variables-, inflacionaria (....); en apariencia, se llegó a una vía muerta, porque no es conveniente apreciar ni devaluar".
"Lo que expresa esta encrucijada es que se llegó al límite de las posibilidades de sostener un crecimiento acelerado en base a medidas eminentemente macroeconómicas. Tampoco hay nada para inventar. Si se busca sostener una expansión que debe ser acelerada para reponer lo perdido durante décadas y garantizar al tiempo mejoras sustanciales en las condiciones de vida de los trabajadores, sin penalizarlos mediante la recesión y las reducciones de salarios (....) la herramienta para hacerlo, la única que funciona a mediano y largo plazo, es la planificación desde el Estado, dirigiendo los recursos hacia el desarrollo productivo".
La cita, obligadamente extensa aun reemplazando algunas frases subordinadas con puntos suspensivos, es de "Teorema cambiario", nota publicada en el suplemento Cash del diario oficialista Página/12 el domingo 19 de diciembre de 2010 y firmada por Axel Kicillof, identificado entonces como "Investigador UBA, Conicet, Cenda".
Kicillof no era todavía subgerente de Aerolíneas Argentinas, cargo al que llegó poco después y desde el que se proyectó al de secretario de Política Económica "y Planificación del Desarrollo" (nomenclatura agregada por él mismo) y, luego, a Ministro de Economía de la Nación, en el que este miércoles cumplirá nueve meses. Un parto normal.
La cuestión es que, bajo el influjo intelectual de su ministro de Economía, que refuerza sus pulsiones políticas profundas y decora el relato épico y victimizante con el que busca encubrir sus errores de gestión y algunos más, la presidenta Cristina Fernández de Kirchner (CFK) se adentra cada vez más en la lógica del, llamémosle así, pensamiento kicillofista.
Hace dos años, describimos aquí (http://www.losandes.com.ar/article/capitalismo-ki-ki-662209) el estatismo más decidido de la dupla Cristina-Axel respecto al capitalismo de amigos que, bajo las directivas y control de Néstor Kirchner, habían ido armando funcionarios como Julio De Vido y Guillermo Moreno. Ese recambio tenía un problema: el Estado argentino no tenía los recursos ni las capacidades (y la presidenta y el ahora ministro tampoco se preocuparon por desarrollarlos) de un "capitalismo de Estado" viable. Y también una virtud: al hacerse más explícita y formal la intervención estatal, al Gobierno le sería más arduo esquivar sus responsabilidades.
A esta altura, y en especial desde la gestión de Kicillof como ministro, está claro que el reformateo del modelo ha sido un rotundo fracaso.
Lo atestiguan la pérdida de cerca de 20.000 millones de dólares en las reservas del Banco Central, la acelerada dilución del saldo comercial, la destrucción neta de empleo en el sector privado de la economía, que no alcanzan a compensar las incorporaciones camporistas al aparato del Estado, la cada vez más acuciante escasez de divisas, que se manifiesta tanto en la suba del dólar "blue" como en la amplia brecha con el tipo de cambio oficial, y una recesión económica que, a punto de cumplir un año, ni siquiera ha servido para abatir una inflación que, de moverse en un rango de 25 a 30%, amenaza ahora con rebasar el 40% anual.
Así como las viudas políticas de Néstor Kirchner (el caso más claro es el ex jefe de Gabinete, Alberto Fernández) exageran cuando describen la presidencia de Néstor Kirchner como un tiempo virtuoso, también sería exagerado atribuir todos los problemas actuales a Kicillof. La insensata política energética, con su secuela de subsidios multimillonarios e importación masiva de hidrocarburos, es herencia de Néstor y más hechura de De Vido que de Axel K, quien tampoco fue autor intelectual del "cepo" cambiario, producto de la brutal ferretería de Moreno en connivencia, por acción u omisión, con el titular de la AFIP, Ricardo Echegaray, y la ex presidenta del BCRA, Mercedes Marcó del Pont.
Kicillof, sin embargo, se las ingenió para agravar todos los problemas. En particular, su manejo del conflicto con los fondos buitres y los holdouts en la Justicia de EEUU y la aparente convicción con que, de la mano de la presidenta, llevó otra vez a la Argentina a un default (selectivo, pero default al fin) de deuda pública tras asegurar que "esto está estudiado en profundidad", ha acelerado la dinámica de la crisis.
En línea con la convicción "planificadora" de Kicillof, que calza al dedillo con el instinto presidencial de atribuirse los méritos de todo lo bueno y endilgar a otros las culpas de todo lo malo que sucede en la Argentina, la respuesta oficial es una nueva versión de la "ley de Abastecimiento" e invocaciones confusas a la "ley antiterrorista", con los que busca exorcizar los problemas de su propio desmanejo.
En una economía acosada por la escasez de inversiones y de divisas, la presidenta asimila el quiebre de una empresa extranjera a un acto de terrorismo vinculado a conspiraciones globales, y su gobierno envía al Congreso cambios a la ley de Abastecimiento que convertirán a los empresarios en meros administradores de sus empresas.
Administradores sujetos a la mirada vigilante de un ministro de Economía que podrá amonestarlos, sancionarlos o directamente intervenir cuando, según las planillas Excel que cargó con los farragosos informes que exigió a miles de empresas, le señalen que tal o cual tiene precios muy altos o está ganando en exceso o no está contratando suficientes empleados o está comprando al proveedor fulano en vez de a mengano. Y ojo, que si le va mal y cierra, tal vez sea terrorista.
Llegada la etapa farsesca del kirchnerismo, la incógnita es si asistimos a una exhibición de desconcierto o de sapiente cinismo. Kicillof es sólo una excusa, un adorno estético, generacional e intelectual. Para saber la respuesta, hay que observar bien a la Presidenta.