Ávila y Mariani, de jugadores distinguidos a docentes necesarios

El santafesino Gustavo Mariani y el sanjuanino Alfredo Ávila nos cuentan su actualidad como entrenadores de escuelas de fútbol infantil, pero no desperdician la oportunidad de rememorar su paso por los equipos de la Liga Mendocina de los 80

Ávila y Mariani, de jugadores distinguidos a docentes necesarios

Una frase casi universal, dice que el fútbol es el deporte perfecto; el que todo lo iguala y permite; el que puede transportar a un niño desde su ilusión al estrellato cuando llegue a ser adulto y también posibilitar a los que lo practican, poder vivir siempre practicándolo o difundiéndolo.

Este es el caso de Gustavo Mariani y Alfredo Ávila, dos ex adversarios que hoy se convirtieron en amigos.

Ambos dejaron la estridencia de los titulares de los diarios y las polémicas entrevistas radiales y televisivas, para dedicarse a la noble tarea de la enseñanza en lugares donde pocos quieren hacerlo.

Los dos fueron protagonistas y testigos de la etapa final de estadios llenos en nuestra Liga Mendocina. Eran días en las que el partido más importante se adelantaba los sábados y el domingo a las 15.30 y en simultáneo se completaba la fecha.

“Cuando me retiré inmediatamente decidí hacer el curso de entrenadores, pero tenía muy claro que lo mío pasaba por las categorías formativas, pero es muy complicado mantenerte en un club. Las instituciones son muy irregulares para mantener los proyectos a largo plazo y se hace muy difícil en lo económico” nos decía Mariani.

Por su parte Ávila sintetizó su razonamiento al decir: “Me atrapó el desafió de difundir el fútbol femenino y por suerte ser el responsable de las selecciones femeninas de la Liga Mendocina me dan la posibilidad de hacer un trabajo sólido y sin presiones de resultados inmediatos”.

Alfredo y El Pelado trabajan en las escuelas de fútbol que desarrollan su función en los barrios postergados del Gran Mendoza. Se los puede ver en el Campo Papa o en el barrio Sanidad que en su Polideportivo contiene a los niños de los barrios del Oeste de la Capital o en el Club Olimpo de Godoy Cruz.

En esas canchas no aparecen las indumentarias de marca, ni las pelotas reglamentarias homologadas por AFA o FIFA.  Si se observan carencias a cada paso y hasta ahora la poca presencia de entusiastas que luchan por revertir una realidad que golpea.

Ambos fueron competitivos jugadores: Uno, Ávila, era soporte defensivo, de esos que mandan desde el fondo y que cuando la parada se ponía brava, no dudaba en buscar en el área de enfrente para transformar en grito sagrado cualquier pelota  que le quedase a disposición.

El otro, Mariani, era el reloj de su equipo, un 5 tapón de marca, que a su vez desplegaba en ofensiva un juego vistoso y preciso. Dueño de una pegada distinguida, tanto para un cambio de frente, como para inflar la red con un remate al ángulo sobre todo si se daba la oportunidad de ejecutar un tiro libre. 
Es admirable escucharlos hablar uno del otro, ya que nunca jugaron juntos y dentro del campo se sacaban chispas en cada pelota.

Para Ávila, Gustavo Mariani fue un jugador que de proponérselo, seguramente hubiese tenido destino de Primera División en cualquier lugar. Para el Pelado, la voluntad de caudillo de Alfredo como jugador,  y su calidad como docente en la actualidad son aspectos dignos de destacar.

Aquel defensor que llegó por casualidad

Dicen que los grandes hallazgos se dan por casualidad o accidente. Para confirmar esto, cuenta la historia que en diciembre del ‘91, una sanjuanino acompañó a su amigo a una práctica de Huracán Las Heras. Por entonces el Globo debía afrontar el Regional de 1992 bajo la dirección técnica de locuaz Francisco Pancho Ontiveros. Alfredo Ávila acompañó al Negro Pablo Quinteros y por casualidad y ante la necesidad de incorporar un central, al rato nomás se quedó con la 6 titular.

“Llegué, me enteré que necesitaban un marcador central y me probé. Para los sanjuaninos, siempre jugar aquí representó una meta. Parece que lo hice bien ya que me quedé hasta el retiro”, nos recordó emocionado. Alfredo había jugado en San Martín de San Juan, y había pasado fugazmente por su homónimo del Este en el ‘86.  Regresó a San Juan y entre 1992 y 1993 volvió a Mendoza para jugar en Huracán Las Heras.

Finalizó su carrera profesional en Independiente Rivadavia entre los campeonatos del ‘94 al’ 98, justo antes del ascenso de la Lepra a la Primera B Nacional.

Está casado con Fernanda desde 1997, es padre de Juliana de 19 que cursa el segundo año del profesorado de educación física y de Juan Ignacio de 12, que está en séptimo grado. También es coordinador de todos los equipos de fútbol de la Universidad Nacional de Cuyo y trabaja en las escuelas de fútbol de la Subsecretaria de Deportes.

Un mediocampista diferente que dejó todo

El Pelado Mariani nació en el barrio Alfonso de la ciudad de Santa Fe hace 54 años. Se crió en un lugar de partidos ásperos entre barrios y por plata, es decir que de presión, nuestro entrevistado conoce y mucho. A los 16 años dejó su club inicial conocido como Nueva Chicago. Hoy desaparecido,  para mezclarse con los que peleaban el retorno a primera en Colón de Santa Fe.

En el 83 vio que consolidarse en primera era complicado y decidió mudarse a nuestras tierras.  Ese mismo año, de la mano de otro santafesino, el recordado Babi Barreto, jugó en Andes Talleres.

Luego entre el 84 y 85 se vistió de celeste y blanco para desempeñarse en Atlético Argentino; un fugaz paso por Guaymallén en el ‘86 y la consagración llegó en el medio local en Gimnasia y Esgrima, cuya divisa vistió entre el 87 al ‘93.  Su retiro llegó en Gutiérrez Sport Club en 1994. Si bien apenas superaba los 31 años de edad, la rodilla dijo basta y decidió colgar los botines.

En 1984 se casó con María Inés, también santafesina y es papa de Emiliano y Matías de 32 y 31 respectivamente que aún están solteros.

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