Gato y Mancha fueron dos caballos criollos que entre 1925 y 1928, guiados por el suizo Aimé Félix Tschiffely, unieron la provincia de Buenos Aires con la ciudad estadounidense de Nueva York. Casi un siglo después, inspirado en esta travesía, Pirta (una yegua) y Juan José -a quienes luego se les sumó Fernandito- emularon a sus antepasados, esta vez guiados por un joven mendocino (Rafael Arenas) y con un recorrido más reducido: los protagonistas de esta historia unieron Buenos Aires con Mendoza en un mes y 20 días.
“Salimos el 5 de enero de Pilar y anduvimos por rutas internas, de tierra, en la mayoría de los lugares. Y llegamos a Mendoza el 21 de febrero. Lo que más me impactó fue la gente, el país que tenemos. En todos los lugares me recibieron bien, me invitaban a comer y a quedarme en sus casas. Muchas veces me preguntaban qué iba a hacer cuando llegara al otro pueblo y ni siquiera yo lo tenía en claro, pero mi intención fue ir aprendiendo en el camino. Y también a veces me decían que era arriesgado, a lo que yo les decía que vería en el próximo pueblo qué pasaba y cómo seguía todo”, contó el joven, que vive en Capital Federal donde está estudiando abogacía y trabajando en un estudio.
“Creo que después de haber conocido muchos museos de todo el mundo y hasta algunas de las Maravillas del mundo, los mejores museos están en la gente”, reflexionó.
De pueblo en pueblo
Cuatro meses le tomó preparar el viaje a Rafa en su cabeza, y fue un período en el que si bien le preguntó a algunos amigos si estaban dispuestos a acompañarlo (“Todos me apoyaban y me bancaban, pero se iban a la playa”, se sinceró), fue una procesión que llevó por dentro.
“Iba a hacerlo, solo o acompañado. Pero no fue algo que le conté a mucha gente, ni siquiera les dije a mis viejos por las dudas de que se enojaran o quisieran convencerme de no hacerlo. Recién se los dije cuando ya llevaba 4 días de marcha, como para que supieran nomás”, indicó, aunque agregó que fueron los primeros en apoyarlo en la expedición.
Así fue como compró a los dos caballos con que inició la travesía (Pirta y Juan José) en Pilar y comenzó a hacer salidas de prueba. Y el 5 de enero dio inicio al viaje “oficial”.
“Me crié entre caballos, vengo de una familia de ingenieros agrónomos y mi abuelo tenía campo. Entonces desde chico ando a caballo y es algo que siempre me gustó”, contó el joven guaymallino, que hace 4 años se fue a vivir a Buenos Aires.
“También de chico me contaron la historia de Gato y Mancha, y del suizo que llegó a Nueva York cabalgándolos. Lo hizo para demostrar que el caballo nacido en Argentina es más resistente que muchos otros”, se explayó sobre su inspiración.
Haciendo una cuenta rápida, Arenas calculó que si suma todos los días que ha estado viajando -no solamente con esta travesía- debe acumular dos años y medio. Y si bien su itinerario incluye Europa, Sudáfrica, Brasil y hasta Nueva Zelanda; tenía una deuda pendiente con su tierra. “Sentí que me debía un viaje profundo por Argentina. Eso fue lo que tuvo este viaje, el poder conocer gente y lugares, pero además palparlos. Fue todo más perceptible”, rememoró con nostalgia.
El itinerario incluyó más de 20 pueblos -muchos de ellos alejados de las rutas principales- y 5 provincias (Buenos Aires, Santa Fe, Córdoba, San Luis y Mendoza). “Dormía estirando la montura como colchón, y lo hacía sobre el pasto. A veces armaba la carpa y otras veces la gente me invitaba a dormir a sus casas. Es increíble cómo la gente humilde es la más generosa.
A cambio me pedían que les contara del viaje y se sorprendían. Muchos me regalaron riendas, ponchos y otras cosas. Y ni hablar de la cantidad de asados que comí, por un tiempo no quiero volver a saber nada con asados”, siguió entre risas.
Todos los días, Rafael se levantaba a las 5.30 y emprendía la marcha. Cabalgaba a trote hasta las 9.30 y allí buscaba una nueva vivienda o puesto que le abriera las puertas. Ése era el momento para recibir los mates generosos que le ofrecían, contar una vez más sus andanzas y, de paso, bañarse y almorzar -también lo invitaron muchas veces-. A las 18, retomaba el camino y seguía cabalgando hasta las 21, cuando armaba campamento donde podía para cerrar el día.
“Cabalgaba 6 horas y avanzaba 35 kilómetros por día. Principalmente para no sobre exigir a los caballos y, de paso, para disfrutar realmente del viaje y conocer bien a la gente y lugares. Si hubiese estado arriba de los caballos en todo momento, no lo hubiese disfrutado. Se la bancaron re bien los caballos, la verdad. El ‘Gato’ (Juan José) se cortó la pata y eso le afectó un poco la marcha, pero soportó hasta el final”, indicó.
Si bien al comienzo fueron tres los protagonistas de la travesía -Rafael, Pirta y José Luis-, en Córdoba sumó otro caballo de refuerzo: Fernandito. “En San Luis me encontré con mi familia y se fueron turnando para acompañarme en los otros caballos. Fueron todos, mis viejos y mis tres hermanos. Y en La Paz, para los últimos 3 días del viaje, se me sumó Franco Pérez Magnelli, un amigo que me acompañó hasta la Ciudad de Mendoza. Todos ellos fueron muy importantes en mi viaje”, prosiguió.
Rendirse, jamás
Mirar hacia atrás resulta nostálgico y atrapante, especialmente si la misión fue exitosa. Pero durante el viaje, Rafa pasó momentos complicados. “Un día se me empantanó la yegua y estuvo 40 minutos sin poder salir. Estuve a punto de dejar el viaje ahí, pero después salió sin problemas. No es algo muy común, pero me pasó y tuve que resolverlo”, recordó.
El mismo pensamiento se cruzó por su mente cuando, estando en Córdoba, la resignación se apoderó de él. “En un momento, me metí por una ruta importante y vi un cartel con las distancias. Leí que para Mendoza faltaban 597 kilómetros. ‘No llego, pero voy a seguir hasta donde pueda’ fue lo primero que pensé. Y cuando llegué a San Luis me di cuenta de que no estaba tan lejos”, continuó.
En La Carlota y Achiras (Córdoba), Arenas se quedó más tiempo que en otros pueblos. “En La Carlota hubo una gran peña con festival, jineteada y vino. Y me encanta moverme en esos ambientes, por lo que me instalé un poco más”, contó.