Avanza la desdemocratización - Por Carlos Salvador La Rosa

Avanza la desdemocratización - Por Carlos Salvador La Rosa
Avanza la desdemocratización - Por Carlos Salvador La Rosa

"Sobre que las instituciones militares acepten el resultado, yo no puedo hablar por los comandantes militares, les respeto. Yo, por lo que veo en las calles, no acepto el resultado de unas elecciones diferente a mi elección, eso es un punto de vista cerrado."
Jair Bolsonaro

Como dijimos la semana pasada en esta misma columna, a pesar de las tendencias antiglobalizadoras de los Trump, los Bolsonaro, los Le Pen, los Salvini o los Brexit por la derecha conservadora o de los bolivarianos por la izquierda populista, la globalización no está en peligro. Es que por tratarse de una expresión de la tecnología universalizada y la internalización financiera, ella seguirá su curso evolutivo la intenten detener o no.

Sólo que si los políticos (e incluso los intelectuales o hasta los pueblos) se le ponen en contra, ella avanzará contra ellos, mientras que si se la intenta conducir, controlar, “humanizar”, ella avanzará a favor de todos. Se podrán recrear los viejos imperios como en la antigüedad, reiniciar las guerras económicas y hasta poner vallas culturales o discriminadoras de todo tipo, pero la gran diferencia con el pasado es que hoy, debido al inevitable progreso material, el mundo es uno solo. Y eso no se puede cambiar, guste o no.

El gran filósofo alemán Jürgen Habermas suele decir que desde que el mundo comenzó su proceso de universalización plena -ya hace varios siglos con la aparición de la Ilustración y la Modernidad- de tanto en tanto suele aparecer una reacción antimodernista, contra-ilustrada, que pretende volver al pasado. Pero estas reacciones no sólo inevitablemente fracasan en Occidente, sino que la modernidad va penetrando a todo el resto del mundo de modo imparable. Basta preguntarle a la China, donde una de las invenciones de esa modernidad, el capitalismo en su versión más dura, invadió hasta los tuétanos su cultura. O a la India, donde otra de sus invenciones, la tecnología informática, está forjando un nuevo país. Y todo eso genera apertura al mundo, globalización, no encerramiento cultural como hoy pretenden en gran medida los nuevos líderes (es un decir) de Occidente. Meros reaccionarios antimodernos que sólo retardarán la evolución pero no la detendrán.

Pero hay otra invención occidental, mucho más antigua, que sin embargo cuesta mucho más que penetre fuera de Occidente; hablamos de la democracia política, sobre todo en su versión republicana y representativa, esa de la división y control de poderes, la libertad de prensa, etc., etc.

Aunque hay algo peor, porque lo más grave no es tanto que no penetre donde nunca estuvo, sino que se esté cuestionando donde ya se había consolidado. Puesto que allí está la gran diferencia entre globalización y democracia. A la primera se la puede demorar pero no detener, pero a la segunda se le puede eliminar lisa y llanamente. Que eso es lo que se está intentando hoy por nuestros países, tanto en América Latina como en los Estados Unidos o en la Unión Europea. El objetivo es la desdemocratización.

Que, para mucho peor, hoy no se hace desde fuera de las reglas democráticas, sino desde dentro de ellas mismas. Ni vía golpes de Estado internos ni vía invasiones externas, sino apoyándose en el voto popular.

Lo de Bolsonaro recién empieza, pero lo de Chávez-Maduro es historia finiquitada. Comenzó como reacción a las imperfecciones, profundamente ciertas, de la democracia venezolana anterior a Chávez, prometiendo expresar al pueblo contra las élites, con una mayor participación ciudadana en todas las decisiones políticas. O sea, venía a ampliar la democracia. Sin embargo, ello duró mientras el pueblo plebiscitó sus gestiones. Pero a la primera vez que les votó en contra se acabó la democracia. Ya hace tiempo que a su parte republicana, la institucional, los chavistas la venían erosionando desde adentro para crear un sistema de partido único, pero al final hasta reemplazaron el voto popular por el fraude y ahora están pensando en otro tipo de voto a lo cubano o iraní, donde sólo se presenten los oficialistas, que además siempre ganan por el 100%.

De Bolsonaro no se sabe, porque aún ni siquiera ganó, pero lo notable es que se trata de un voto popular que ha decidido apoyar a alguien que reivindica la ideología, la práctica real y los personeros concretos de los anteriores golpes militares. Habrá que ver cómo se las ingenia el hombre para sintetizar su pensamiento profundo con el legítimo voto popular que lo llevó al poder y con el mantenimiento del sistema republicano que con sus bemoles, como en casi toda América, hoy existe en Brasil.

Por lo que muy probablemente, como los venezolanos, tratará de cambiar el sistema por dentro, para que pierda su vertiente republicana cuanto antes y la alternancia electoral desaparezca. Está en su lógica de razonar: si estando primero en las encuestas dijo que no aceptaría ningún resultado que no sea el de ganar, en caso de desgastarse cuando gobierne (lo que hoy, ante la crisis de la política, le ocurre a la casi totalidad de los gobiernos, sean del signo que sean) mucho menos aceptará una elección que no lo tenga de vencedor. Y acá no habrá destitución parlamentaria como con Collor de Melo o Dilma Rousseff, porque los militares -la base ideológica y material de su poder- impedirán tanto que se vaya por voto como por decisión del Congreso. Como hoy lo impiden los militares venezolanos con Maduro.

En síntesis, la democracia es una construcción humana mucho más rica conceptualmente pero mucho más frágil que la globalización. Esta última es dura, implacable, como un torrente que arrasa con todo en todo lugar por donde pasa, salvo que se lo contenga con diques y canales que pongan al servicio del hombre a quien si no destruirá. El error de los antiglobalizadores es que en vez de construir canales para conducir la globalización, crean muros para detenerla, pero ella igual arrasa con todos.

Con la democracia es al revés, no se puede imponer desde afuera, ya que sólo crece desde adentro, a través de una larga y paciente construcción humana donde se vayan eliminando todos los fundamentalismos para ser reemplazados por ese permanente ensayo de prueba y error donde el pueblo, transformado en “ciudadanos”, elige y aprende junto a sus representantes.

En democracia “duda” y “tolerancia” son buenas palabras, en los fundamentalismos son malas.

Mientras que esta novedosa reacción antimoderna y antiilustrada que hoy está asolando el mundo, sobre todo a Occidente, combinando resistencia a la globalización, menosprecio por la democracia e ideología fundamentalista en un solo combo, es algo mucho más complejo y peligroso que una mera forma de populismo. Hay que analizarla con mucha más profundidad y cuidado.

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