Es más fácil expresar las diversas ideas que se asocian a un determinado concepto que intentar definirlo. Lo segundo suena a abstracto, exige riqueza y precisión de vocabulario y una apreciable capacidad de análisis. El primer camino es más espontáneo, intuitivo, y nos invita simplemente a registrar imágenes, situaciones y palabras que surgen en nosotros cuando escuchamos o leemos alguno de estos conceptos. Aplicamos lo dicho a los dos términos que nos ocupan.
Autoritarismo
Las experiencias que se unen al fenómeno del autoritarismo no son positivas. La persona autoritaria hace sentir su poder en formas muy distintas. El panorama es amplio, y va desde las versiones más sutiles que hacen aceptable la sumisión y esconden la voluntad de dominio, hasta formas más francas en las que apenas se disimula la abierta brutalidad en la manifestación del poder, pasando por múltiples variantes intermedias.
Al pensar sobre el autoritarismo no hay que mirar simplemente hacia el vasto escenario de la política mundial, que cada día nos abruma con nuevos hechos que lo confirman sin preocuparse por ocultar su rostro, como si en este campo no valiera la regla de guardar algo de pudor, aunque no sea más que una máscara. El fenómeno puede darse también en los reducidos límites de la familia, del trabajo, de las relaciones etc., sin hacer distinciones entre ambientes políticos, religiosos o sencillamente cotidianos.
El autoritarismo es una forma de ejercer el poder con el objetivo de conservarlo y, si es posible, de aumentar su dimensión.
Autoridad
A diferencia de autoritarismo, el concepto de autoridad no tiene una connotación negativa, a menos que se reconozca la vigencia de un ideal educativo como el de J. J. Rousseau en su "Emilio", o se intente remozar las consignas antiautoritarias de la década del '70. Los años han mostrado con dolorosa evidencia que la aparente supresión de la autoridad es el mejor camino para que se impongan otras formas autoritarias o que el individuo caiga en la trampa de ser víctima de su propio poder.
Si hemos hecho alguna vez la experiencia de tratar a una persona que no es autoritaria sino que tiene autoridad, habremos advertido la diferencia entre ambos términos mucho antes de haber escuchado una definición al respecto.
Una observación filológica puede ser útil para entender lo que es la autoridad. El término griego correspondiente es exousía, compuesto por una preposición y un sustantivo. La partícula ex indica el origen, el “desde donde” no espacial sino del ser mismo. La ousía es la esencia, el núcleo más íntimo del ser, en este caso de la persona. El que tiene autoridad muestra su poder como algo que brota de sí mismo, que le es natural.
La persona con autoridad no necesita imponerla ni demostrarla para convencer a los demás. La genuina autoridad se impone por sí misma y es reconocida por los otros sin tener que recurrir a tácticas de persuasión, aunque el fenómeno tenga siempre la cuota de ambigüedad que acompaña a lo humano.
Damos dos ejemplos para clarificar lo que queremos decir. En un grupo de personas que se encuentran para perseguir un fin común, puede ser que alguien se destaque como guía antes de que se lo elija para que ejerza esa función. ¿Es un signo de verdadera autoridad o corresponde al deseo de mando y la ambición de ser el primero? El tiempo servirá para distinguir las cosas.
El otro ejemplo pertenece a otro ámbito: la autoridad de la verdad. Lo percibimos cuando nos vemos confrontados con un mensaje sobre un tema importante -no una banalidad- que inmediatamente exige y consigue nuestro asentimiento.
Es como si finalmente llegáramos a conocer una verdad que quizá habíamos intuido pero que nunca nos había parecido tan evidente como en ese momento. Pero todo esto no descarta la ambigüedad. ¿Es la verdad que buscábamos o se trata de un sofisma sutil que nos lleva a sendas perdidas? ¿Hacemos la experiencia liberadora de la verdad o somos las víctimas de algunas de las múltiples formas del engaño?
Observaciones complementarias
Autoritarismo y autoridad son conceptos diferentes pero también correlativos. Cada uno de ellos permite entender mejor al otro. Las siguientes observaciones surgen de esta correlación.
1. El autoritarismo no se apoya en lo que la persona realmente es, no es ninguna ex–ousía sino un intento de parecerlo, una parodia de la autoridad. De aquí su debilidad interna y todos los intentos de ocultarla.
2. El autoritarismo necesita de un lenguaje que lo sostenga y legitime, pero no es un lenguaje que sirva a la verdad sino un lenguaje pervertido con una pretensión totalitaria. Otras versiones, otros discursos que podrían introducir pluralidad en un ámbito monolítico no tienen derecho al ser. La censura del lenguaje es la lógica consecuencia. Desde la polémica contra una prensa libre hasta la prohibición doméstica de decir ciertas cosas: detrás de dimensiones tan dispares, se esconde el mismo mecanismo.
3. La autoridad es capaz de reconocer los errores sin refugiarse en el mecanismo clásico de “disculpa”. El que afirma no tener la culpa la transfiere a otro, y no está dispuesto a asumirla aunque sea el culpable. La auténtica autoridad reconoce sus límites y, por ende, su falibilidad.
4. El autoritarismo cultiva la ilusión de la infalibilidad, y se niega a reconocer los propios errores, porque piensa que ese reconocimiento debilitaría su poder. De este modo, se vuelve la primera víctima del conflicto entre el “ser” y el “parecer” sobre el que se apoya. Culpables son siempre los demás.
5. La autoridad no es opresiva sino que deja que los otros sean lo que son. Su ser mismo le da la serenidad frente a las cosas.
6. La inseguridad esencial que caracteriza al autoritarismo lo vuelve desconfiado frente a todo aquello que podría amenazar su poder. No le es suficiente la continuidad dinástica. Más segura le parece la continuidad incestuosa que asegura la persistencia de la línea genética, aunque los hijos sean ilegítimos.
El poder, la autoridad, el autoritarismo: no nos interesa discutir conceptos. La realidad que ellos designan es mucho más importante que lo meramente conceptual porque tiene mucho que ver con lo que vivimos todos los días y con lo que somos. Vale la pena reflexionar sobre esto.