Un proyecto legislativo propone incorporar de modo obligatorio a la enseñanza oficial la literatura mendocina y el dictado de normas de fortalecimiento de la industria editorial para Mendoza.
Uno de las consecuencias de esta iniciativa, que impulsan el legislador Alejandro Viadana (FpV) y la entidad Epicentro Movimiento de Escritores de Mendoza, consiste en que “los niños y adolescentes mendocinos se eduquen en los años venideros con obras mendocinas”, ya sea de autores locales o de producciones que hablen sobre Mendoza. La propuesta no invalida, obviamente, mantener el tratamiento de los libros de la literatura universal, a la que se acoplarán autores locales como Juan Draghi Lucero, Ricardo Tudela, Alfredo Bufano, Jorge Enrique Ramponi, Manuela Mur, Abelardo Vázquez, Américo Calí, Fernando Lorenzo, Antonio Di Benedetto y Rodolfo Braceli, entre otros.
También se pide que la DGE confeccione un registro de obras editadas en la provincia o que, siendo publicadas fuera de la provincia, hayan sido escritas por autores mendocinos.
Otro tema que convalida el trabajo legislativo, que aún no ha sido aprobado, es el reimpulso de la industria editorial mendocina, que cayó en los últimos tiempos después de haber tenido un gran desarrollo durante décadas.
Habrá que ver si los jóvenes, los verdaderos destinatarios, responden auspiciosamente a la iniciativa, de ser convalidada. En tiempos difíciles como los actuales, con tentaciones que nada tienen que ver con el placer de leer un libro, los jóvenes “leen” bastante a través de la tecnología: redes sociales a través de celulares y otros soportes electrónicos.
Si nos referimos a la lectura de lo que se entiende como literatura, es decir, un lenguaje expresivo que privilegia lo estético, lo artístico y apunta fundamentalmente al placer del lector a través del arte y no a la mera información, el asunto se complica en nuestros días. Este goce de la lectura exige que uno no solo decodifique letras sino que aprecie los recursos del lenguaje para volverse estético, artístico y que debajo de la retórica literaria, uno comprenda que lee para disfrutar la riqueza del lenguaje.
Si remitimos el asunto de la lectura al ámbito escolar, los diagnósticos se complican. Aquí hay más de una arista para analizar porque si bien muchos jóvenes hoy no disfrutan de la buena literatura -cosa que es relativamente cierta- la responsabilidad no es solamente de ellos. En todo caso, se trata de un fenómeno social, económico y educativo complejo donde participan todos: la familia, los docentes, las políticas educativas, los medios y las editoriales. Es que junto a la obligatoriedad en la lectura de ciertos textos, hay que fomentar el placer de leer mediante acercamientos que hagan comprender a los niños y jóvenes la verdadera riqueza que contienen los libros.
La integración de producciones de autores locales en las lecturas escolares merece una discusión en profundidad que no se soluciona solamente con la promulgación de una ley, aunque la norma propuesta es un arranque auspicioso. Habrá que establecer ¿con qué instrumentos se actuará y quién -que conozca tanto de la literatura de Mendoza, la de entonces, la de hace un tiempo y la de ahora- seleccionará la lista de obras para que cumplan con esa misión de la literatura en la escuela?
La socióloga francesa Michele Petit cuando se le preguntó qué tipo de acercamiento sugería para la lectura en el ámbito juvenil, respondió que “la lectura es un arte que más que enseñarse se transmite en un cara a cara. Para que un niño se convierta en lector es importante la familiaridad física precoz con los libros... o que haya visto a su madre o a padre con la nariz metida en los libros, porque oyó leer historia o porque las obras que había en su casa eran temas de conversación”.