Subrayando a María Moreno
Porque leer con subrayados es una de las lecturas que más (me) deleitan y desde chica supe detectivescamente apreciar los libros ajenos, persiguiendo marcas, trazos y señales, o imaginándolos, como una manera plácida de dejarse ser y guiar hacia una de las mil posibles lecturas y ponerse en el entre del lector y el libro infiriendo, en las pistas, las razones, como si leer al texto y al lector originario fuera abocarse a descifrar un código Morse tan misterioso y sugerente como el texto mismo, entonces la aparición de este libro, un prodigioso pastiche que se carga la barra entre lectura/escritura y nos coloca en la lectoescritura, esa palabra graciosa que sólo escuché en boca de maestras, pero que pensada bien es un lugar metafísico, parecido al limbo al que dicen van los niños muertos sin bautizar, gloriosos ellos de no tener que enfrentarse a las fuerzas opuestas, exentos de dialéctica, felices en la síntesis. Es el libro del año para mí.
Porque es un libro hecho en la intersección de la ficción de la ficción, con la libertad de amasar lo evidente y lo secreto, lo alto y lo bajo, el dato culto y lo burlón, el canon y la anécdota del canon, todo transformado por María Moreno, en una fiesta conducida por ella misma, DJ variedad tocando "Viva la vida" de Coldplay y "Te quiero tanto" de Sergio Denis, atravesados entre acorde y acorde por el trasfondo de los tangazos por los que siente devoción.
Porque desbarata la idea de que quien piensa bien escribe bien, para afirmar que se piensa escribiendo, no se piensa fuera de la escritura o es como si la escritura fuera inventando lo que se piensa mientras se escribe.
Y porque para recuperar el goce y salirse de la (/) entre escritura/lectura ninguna fórmula más fructífera y pletórica de pistas, huellas y señales que la del código MM para convertir la lectoescritura, en el antídoto supremo contra la vulgaridad y la pereza.
- Mercedes Araujo, escritora
Alberto Rojo remarca otro perfil de Jorge Luis Borges
Mucho más espacio ocupan los libros sobre Borges que sus propias obras completas, aún forzando este concepto para incluir textos descartados, conferencias y reportajes. Es cierto que lo mismo ocurre con otros escritores, pero en Borges la desproporción es abrumadora. Las librerías reciben estudios borgesianos frescos a razón de varios por año; en cuanto a 2013, la novedad grata ha sido Borges y la física cuántica: Un científico en la biblioteca infinita, de Alberto Rojo.
Borges confesaba que de la física solo conocía el funcionamiento del barómetro. Muchos lectores podemos alardear de una ignorancia todavía superior, aunque no es impedimento para disfrutar de estas páginas.
El autor es didáctico (lo ha demostrado en La física en la vida cotidiana, 2007) y su estilo, amable y solvente; y no menores resultan otras cualidades como la brevedad de los capítulos y la variedad entre uno y otro. Así, con simpática erudición y despojados de cualquier dureza, aparecen los temas de este volumen: la mecánica cuántica aplicada a El jardín de los senderos que se bifurcan, una explicación básica de la relatividad con ejemplos tomados de la literatura, la antimateria, Galileo, la física en el tango, la física en la Biblia, la inquietante sucesión infinita de Fibonacci.
Aquel presunto analfabetismo científico del cual se lamentaba Borges era nada más que un chiste. Con Sabato, por ejemplo, en esos raros oasis de amistad que se concedían, hablaban sobre la cuarta dimensión, el universo en serie de Dunne, Georg Cantor y los números transfinitos. Para Sabato, que era físico, estas cosas merecían su investigación profesional; Borges, en cambio, era un aficionado atraído por lo curioso. Aficionado, pero no diletante: esta palabra tiene un matiz peyorativo, cuando en realidad todo indica que Borges estaba razonablemente iniciado.
No obstante, él mismo se encargó —y en más de una oportunidad— de desalentar las justificaciones científicas de sus relatos. Solo requería de la fe de los lectores. Como buen autor de cuentos fantásticos, sabía que demasiadas explicaciones solo conseguirían tambalear la viabilidad del argumento. Y sin embargo es de notar que, a pesar de las escasas puntualizaciones de ciencia que hay en sus ficciones, es posible entrever un fuerte apuntalamiento.
Volvamos al caso de “El jardín...” donde es inevitable pensar en fractales muy anteriores a su definición por Benoît Mandelbrot. También tenemos a mano la precisa estructura euclidiana de “La biblioteca de Babel”, o la profecía tecnológica de “El Aleph” (una utopía literaria que sonaba lejana e “imposible” en 1945), o sus múltiples experimentos con un tiempo maleable, etcétera. Decididamente, Borges manejaba conceptos más complejos que el principio del barómetro. Este libro lo demuestra.
Alberto Rojo es doctor en física; es decir, ama la ficción. También es músico, que implica ser matemático. /
Héctor Ángel Benedetti, escritor
La simpleza de Rachel Joyce
¿Está cansado de libros de escritores autorreferenciales que escriben acerca de sus angustias, sus penas y sus agobios? ¿No le da la impresión de que muchos escritores escriben para sus pares y dejan de lado al lector común? ¿No cree que muchos de ellos son demasiados pretenciosos? ¿No está harto de las 20 (y en aumento) biografías del Papa Francisco? ¿Hay algo más pesado que la literatura (u operaciones políticas) "K" o "anti K" a estas alturas? ¿No le parece demasiado que el libro "Todo lo que sé" del periodista de chismes llamado Marcelo Polino sea uno de los más leídos del año?
Bueno, para si la mayoría de estas preguntas su respuesta es sí, le sugiero que tome la mano de Harold Fry, un jubilado inglés que de un día para otro decide ir a ver a su amiga que está enferma de cáncer y lo hace a pie: recorre de punta a punta Inglaterra para intentar salvarla. Para ello deja a su esposa en su casa y emprende el periplo calzado con sus mocasines náuticos.
El viaje es en apariencia inverosímil pero a las pocas páginas la autora logra el pacto escritor-lector (no escritor-escritores, insisto) y uno se olvida del engaño, o se deja engañar mansamente. Una novela muy inteligente con un desenlace hermoso y asombroso. Su autora, Rachel Joyce es actriz de teatro y fue guionista de la BBC; a sus 51 años publicó ésta, su primera obra.
/ Rolando López, escritor y periodista
Tony Zalazar: todos los kilómetros encima
“Carece de madurez” (Resistencia, Mulita Narrativa, 2013) es el último libro de Tony Zalazar (Chaco, 1980), profesor de Letras, fundador de Ananga Ranga y autor de “Ser de Ruido” y “Quherencia”, editor de antologías como “Ida y Vuelta” (poesía contemporánea de Chaco y Corrientes), “Poemas con famosos” (junto a Ale Raymond) y “Parrincestos” (reescritura poética).
Marco Antonio Zalazar es un itinerante, un agitador. Durante todo el año se mueve de feria en encuentro, recital, presentación, intervención, performance y cualquier otra excusa que encuentre en el camino con tal de seguir moviendo la literatura que lo acompaña: yo le conozco como tres libros y varias antologías, pero pueden ser más (hace unas semanas que no hablo con él). La última vez que lo vi fue en el Encuentro Nacional Itinerante de Escritores que se realizó en Gualeguaychú, estuvo todo el encuentro con la misma remera pero llevaba un bolso lleno de libros.
Me traje la remera del Tony, es naranja y tiene estampada la tapa de su último libro: “Carece de madurez”.
Paradójicamente “Carece de madurez” es su libro más maduro. Crítico, reflexivo, sentimental y sobre todo, te hace cagar de risa. Literalmente el libro empieza para la mierda. El escritor chaqueño embate con una serie de cuentos en los que toman protagonismo ciertas deposiciones, atacan por todos los flancos, incluso llegan a llover. Hay que tener cuidado cuando se lee a Zalazar, puede llegar a sacudirte de esa tranquilidad en la que se suele caer cuando uno se sienta pasivamente “frente a” y se dispone a leer, Zalazar no distingue esas formas, y es probable que al menor descuido te meta dentro de la historia. Hay una prueba sencilla, si te hace sentir incómodo es bueno.
El libro tiene dieciocho relatos, tiene títulos que adelantan un poco el tono que va a manejar, como por ejemplo: “Cagamos desde el paraíso”, “Así se mata a una gallina” y “Le hice la cola a tu mamá por $5”. A través del humor, Zalazar realiza una crítica social de gran profundidad, señalando pasajes de una realidad cruda en una infancia y adolescencia en torno a los ´90 en la provincia de Corrientes. Marginal, ingenuo, tierno y asqueroso, así se puede señalar a Zalazar o a su libro.
Sin entrar en tecnicismos “Carece de madurez” es uno de los mejores libros del año en Argentina. Simplemente a partir de la experiencia con el texto y la repercusión en sus lectores, fue el libro que más kilómetros recorrió durante el 2013, a fuerza del entusiasmo de su autor y de los pedidos que llegaron desde distintos lugares del país a partir de la recomendación de lector en lector.
Para conseguir el libro, contactarse con el autor o amenazarlo: chukidelmal@hotmail.com
tallerananga@gmail.com facebook.com/anangaranga.taller /
Gabriel Jiménez, periodista
Rodolfo Walsh: un viaje al centro de la no-ficción
Siempre asocié el verano con libros gordos, por eso en mi mochila llevo la reimpresión de 2666 de Roberto Bolaño. Como todavía no lo leí, recomiendo los cuentos completos de Rodolfo Walsh que editó recientemente De la Flor. Walsh es un cuentista sorprendente, sobre todo porque nos hemos quedado con una idea de él que cruza exclusivamente la militancia y el periodismo con un cuentito de orgullo colonial en el que inventa la no-ficción antes que Truman Capote.
Sus cuentos son más diversos: arrancan con una irónica e ingeniosa revisión de la tradición de policial, pasan por un período político muy interesante (ahí está el admirado “Esa mujer”, pero también textos más raros, sobrecogedores, un poco ridículamente románticos a pesar de la exactitud de cirujano de Walsh para preparar efectos y jugar con distintas técnicas, como “Fotos”, “Cartas” y el inverosímil “Nota al pie”) y en el medio quedan quizás los mejores, los cuentos irlandeses: “Un oscuro día de justicia”, “Los oficios terrestres”, “Irlandeses detrás de un gato”, “Un kilo de oro”.
Es una lectura en la que resuena un momento perdido de la literatura argentina, y además nos permite ver otro escritor detrás de la foto congelada del último minuto de su vida, una foto que no puede más que cegarnos la vista. /
Flavio Lo Presti, escritor (LVI)
El poemario gatuno del mendocino Nicolás Sosa Baccarelli
Hace tiempo que no leía poemas, sumergida en la combatividad cotidiana. El libro de Nicolás Sosa Baccarelli me ha permitido solazarme en lo esencial: la palabra como deleite. No la palabra como arma, ni como ariete, ni como testimonio… o todos los usos diversos que le damos por “necesidad y urgencia”.
He descubierto, con cierto asombro que me recordó a mi lectura del libro “Uno, nessuno e centomila”, de Luigi Pirandello, que en este libro de Poemas, hay varios Nicolás. Hay uno, anciano y profundo, con una sagacidad incompatible con su edad real, que logra retratar con talento, ciertos accidentes mentales que nos sobrevienen con los años: la nostalgia de lo que pudo ser y no fue; la melancolía del olvido; el miedo o fatiga del final, siempre inconcluso, de la muerte; el impulso aprisionado por el razonamiento; el temor de que la experiencia nos vulnere el compromiso: “Haré un pozo en esta tierra para enterrarme las alas”, dice.
Hay un autor a campo abierto y otro urbano, y uno que recuerda lo que no puede haber visto jamás: el “conventillo” y el “cuchillero” (sólo pudo haberlo visto en el pentagrama de los tangos). Inesperado, aparece el joven autor de sus veinte gloriosos, que añora lo que tampoco existe ya: la bohemia de París, donde el hambre es romántico.
En sus vagabundeos geográficos, se aparta de sus temas mendocinos, de la parra y del mosto, y se enamora de Tucumán, donde juega con el adjetivo posesivo del prefijo y con la tonada norteña. Buenos Aires y Montevideo son sus otros amores. Esa Capital que nos costó tanto como Nación y aún nos cuesta… y la queremos lo mismo, porque nos retrata como pueblo plurifacético. Y Montevideo, que la perdimos en la guerra contra el Imperio de don Pedro, y siempre nos acoge, con los brazos abiertos, en nuestros repetidos exilios.
El autor reconstruye el viaje iniciático de los abuelos a este nuevo mundo. Tenemos, para bien o para mal, esa tierra natal en nuestras raíces. Mezcladas con lágrimas y adioses.
En “Como gatopanzarriba”, Sosa Baccarelli no se limita al autoexamen de la condición humana.
Observa a su alrededor, se duele de la pobreza y de la muerte solitaria: “Harto de asfalto y sobras -dice del mendigo muerto- ni siquiera aquellos que hicieron que nacieras. Nunca. Nadie”. Requiem o Canto al mendigo. Y uno entiende que “aquéllos que hicieron que nacieras”, tal vez, no fueron los padres.
La guitarra se luce como protagonista de sus poemas camperos. Lo que preanuncia las letras de canciones, que vendrán después. Hay nombres conocidos del terruño: Tito Francia (una canción para él), Pocho Sosa (una cueca en coautoría). Queda la ansiedad porque el oído intervenga en esta aventura.
Nos da como “Yapa” dos breves textos en prosa poética donde se advierte un humor algo ácido, ése que suelen llamar “voltaireano”. La indiferencia, la vanidad, el juego inútil en que se enfrascan ciertas personas y la masa que se pierde en la nada de un tiempo sin sentido.
Libro sin prólogo, por ser “disculpa anticipada e inaceptable”. Desearía haber logrado ser un epílogo responsable y meditado.
Gracias a los varios Nicolás que encontré en estas páginas. /
Susana Tampieri, escritora
Un reencuentro con la descomunal novela de Barón Biza
Acaba de ser reeditado por Eterna Cadencia en uno de los sucesos editoriales del año, no sólo porque hace tiempo se encontraba descatalogado, sino por el hecho de acercar la única y descomunal novela de Jorge Barón Biza a nuevos lectores, 15 años después de su publicación.
Para los que no conocen la trágica historia familiar en la que se basa, encontrarán allí la reconstrucción de los hechos (el padre que desfigura a la madre arrojándole ácido en el rostro, el suicidio de él, el penoso tratamiento de reconstrucción facial en una clínica italiana de ella) empalmada con un relato (etílico y sensible) de formación –la de su narrador y protagonista, Mario Grageac. Una extraña forma de conjurar la tragedia experimentando a su vez con el lenguaje, y describiendo las inexorables mutaciones de un rostro. Una novela fuerte e inolvidable. /
Malena Rey, escritora (LVI)
Julián López R, un retratista del mundo familiar
Apenas empieza “Una muchacha muy bella” y ya se siente el vértigo de haber comenzado a caer en un pozo de dolor, de ausencia irreparable, aunque la novela intenta el prodigio de sostenerse en el aire y construye momentos deliciosos en medio de un tema que no suele admitirlos. La primera novela de Julián López se quita de encima los tics solemnes y el tabú que prohíbe la belleza en libros que tocan temáticas vinculadas a la última dictadura.
Criatura extraña en la literatura argentina, establece sus propias leyes en el territorio de la intimidad, de las emociones infantiles, y arrasa con la sensibilidad de un niño que ensaya fragmentos de un discurso amoroso para que una red de palabras retenga a su madre del lado de los vivos. Novela del mundo familiar, hecha de miniaturas cotidianas, abre sin embargo interrogantes filosos que no dejan de ser netamente políticos. /
Demian Orosz, escritor (LVI)
Ese autor extraterrestre llamado Juan Villoro
“¿Hay vida en la Tierra?” es un conjunto de artículos (exactos 100) que Juan Villoro escribió en los últimos años para la prensa diaria. El truco que ejecuta el mejicano consiste en transformar algo presuntamente efímero en historias que trascienden la actualidad.
Para decirlo en otras palabras: le encuentra un factor X a cualquier cosa que se le cruza en el camino, algo del orden de lo imperecedero. Y todo con una prosa elegante e ingeniosa, muy característica de él, llena de frases que parecen máximas o aforismos (“Sólo una cosa cuesta más trabajo que ser feliz: demostrarlo”; “Hemos usado tanto la amabilidad que ya la gastamos”).
El de Villoro se puede leer de a ratos, por fragmentos, sin por eso perder su fortaleza narrativa ni sus propiedades transitivas. Una buena opción al momento de elegir los libros para llevar en el bolso o la mochila en una ida a la playa o en una caminata tranquila por las sierras./
José Heinz, escritor (LVI)
La maquinaria efectiva de Haruki Murakami
En “Los años de peregrinación del chico sin color”, la nueva novela de Haruki Murakami, la sobredosis surrealista de melancolía comparece en la forma de un relato inverosímil pero poderoso acerca de, también, las relaciones.
Murakami enfoca y desenfoca la amistad y pone en funcionamiento su maquinaria habitual de recursos estilísticos para elaborar una continuación convincente de su teoría de la confusión entre el mundo real y el mundo de los sueños. El resultado es una aventura emocional extraordinaria y, sin embargo, simple como la resolución de una mentira.
Ecos del pasado y del presente, sueños perturbadores, muchachas frágiles y muertes que suscitan interrogantes componen el paisaje Best seller global, simpleza y artificio, un viaje de reconstrucción espiritual que refuerza, a su modo, claro, la idea de que los libros siguen siendo la herramienta inútil más hermosa para tratar de entender algo de lo que somos. /
Emanuel Rodríguez, escritor (LVI)
Sinay no abusa del morbo
Cuenta Javier Sinay (Buenos Aires, 1980) que una noche del otoño de 2009 recibió un correo electrónico del padre en el que lo alertaba de un hallazgo histórico y familiar: un artículo en Internet que hablaba del bisabuelo periodista y de asesinatos atroces de colonos, familias enteras y forajidos cometidos en una ciudad del centro de Santa Fe hacia fines del siglo XIX y principios del siguiente.
Esa fue la pieza inicial de un rompecabezas para cuya imagen final tendría que reconstruir la generosa inmigración judía hacia estas pampas, lidiar con el ídish, recrear tiempos olvidados y sin registro y rastrear en la relación entre gauchos y foráneos y en la propia genealogía familiar.
El resultado final es "Los Crímenes de Moisés Ville. Una historia de gauchos y judíos". (Tusquets Editores) un libro que se puede leer en clave policial o como una crónica hacia un pasado sin Google en el que también había sueños, pasiones, rencores, estafas, robos, homicidios y los mismos delitos que se cometen ahora.
Sinay escribe lindo, no abusa del adjetivo y el morbo y es preciso, cualidades que lo convierten en un periodista notable que reivindica el oficio. Pero tiene dos cualidades más importantes y trascendentes para un cronista policial: desconfía o, mejor dicho, no termina de confiar en la versión oficial y porfía hasta resolver todas las preguntas frente al crimen -también relacionadas al ADN noticioso-, aquellas del qué, cuándo, cómo, dónde, quién y, muy en especial aunque no siempre se determine, por qué.
En este último enigma, Sinay no cede a la tentación de valorar o de darle una explicación moral a los muchos homicidios que reconstruye, sino que los relata y, sin subestimarlo, deja que el lector elabore una explicación racional aunque no siempre esté a mano y tenga más relación con la condición humana. /
Diego Igal, autor de "Humor Registrado".
Todos los caminos conducen a Piglia
Diríamos que esta es la novela “inesperada” de Piglia. Blanco Nocturno, la novela anterior, aparecía en textos y entrevistas al autor desde hacía por lo menos quince años. “El camino de Ida”, en cambio, apareció casi sin anestesia, y fue para muchos lectores, justamente por ese carácter imprevisto, la frutilla del postre.
Podríamos decir, además, que esta es la novela norteamericana de Piglia: el narrador es un escritor que acepta un puesto como visiting profesor en una universidad norteamericana y hacia allí va. En Estados Unidos pasará de todo: se enamorará, habrá un crimen, aprenderá algunas cosas del orden de la experiencia, dará un curso sobre la narrativa de Hudson.
La novela es fluida, rápida sin perder la hondura de la frase pigliana, y tiene un imaginario internacional: el tipo de estructura, los escenarios que transita y los dilemas de los personajes terminan armando una especie de fresco de la mentalidad occidental. /
Ezequiel Alemián, escritor y periodista (CC)
Todas las vidas de Limónov, según Carrère
Emmanuel Carrère tiene un talento especial para llegar al fondo de las personas. Lo hizo en “El adversario”, donde penetra en el alma sórdida de un mitómano asesino; en “Una novela rusa”, donde sigue los pasos de su abuelo, acusado de colaboracionismo; y también en “De vidas ajenas”, un libro sobrecogedor acerca de gente común, que hace que el lector corra la Gran Maratón Emocional.
“Limónov”, su última, multipremiada y brillante no ficción, cuenta la vida de un ucraniano ambicioso, fanfarrón, pendenciero y buscavidas, con suficiente fuego interior como para incendiar todo Moscú, pero que nunca pasó de ser un escritor de segunda fila y un político de segunda línea. Un personaje con una ideología confusa en la que hubo lugar suficiente para Lenin, Rosa Luxemburgo, el Che Guevara y Mussolini. Un autodefinido “delincuente” que nunca se ha librado de la empatía que siente hacia pobres y oprimidos y que hoy es un ferviente opositor de Vladimir Putin.
Un hombre en quien Carrère, escritor audaz como pocos, vio como un personaje de Alejandro Dumas y una metáfora vertiginosa de los últimos veinte años de la Unión Soviética. El libro es un best-seller y le dio a Eduard Limónov mucha más fama de la que él pudo cosechar como escritor y disidente. Y esta paradoja tiene un mérito compartido: el de su vida contradictoria y desmesurada, y el de Carrère, que supo cómo escribirla.
/ Ana Prieto, escritora y periodista (CC)
Cómo el periodismo puede ser una de las bellas artes
Basta con decir que de este libro, el Nobel Mario Vargas Llosa ha dicho que “muestra de manera fehaciente que el periodismo puede ser también una de las bellas artes”. “Plano americano” (Ediciones Universidad Diego Portales), de Leila Guerriero, recoge un atado de perfiles en los que la autora se adentra en esa infinidad de detalles que componen la escena de fondo de los retratos, aquellos datos que quedan fuera de foco, pero que si hay un ojo capaz de captarlos pueden revelar todo un universo. Como la ropa tendida al sol en el patio del fondo.
Pocos días atrás, en la presentación de “Una historia sencilla” (Anagrama), una extensa crónica sobre el Festival de Malambo de Laborde y su campeón, Guerriero afirmó: “es parte del oficio del periodista quedarse a ver hasta que duela”. Eso es lo que ella hace incansablemente en sus textos; enfoca y desenfoca con la curiosidad de un niño y no permite que el lector aparte la mirada. /
María Luján Picabea, periodista (CC)
Yaki Setton y la banda sonora de nuestras vidas
¿Qué significa, para muchos de nuestra generación, el paso del vinilo al casete, del casete al compact disc, del compact al mp3? ¿Es Dylan un poeta, es Dylan un profeta? Sobre estas y otras preguntas capitales del mundo de los amantes del rock y del pop escribe Yaki Setton en esta, su autobiografía musical en verso.
Los sonidos que lo han acompañado, eso que podemos llamar el soundtrack de su vida, que muchas veces es también el soundtrack de nuestras vidas por transfusión y experiencias compartidas, van armando aquí una melodía poética y también un relato involuntario y quebrado, son una excusa, es cierto: esas canciones, esos discos son un disparador para hablar de otras cosas.
Pero también se puede pensar que son un punto de llegada: todo el libro es, por qué no, un homenaje al pequeño panteón portátil de Setton, ese largo disco de pasta que no para de sonar, ese cúmulo de influencias que vienen de todos lados y nos emocionan y nos empujan al abismo. /
Jorge Monteleone, periodista (CC)
La mirada necesaria de Claudia Hilb
“Usos del pasado” es un libro incómodo y polémico, dos atributos que lo convierten en un libro necesario. Es una voz distinta al saludable (pero monocorde) aluvión reflexivo sobre los 70 que se reinauguró con la reapertura de los juicios a represores de la última dictadura. Claudia Hilb interpela a sus compañeros generacionales –ella es otra exiliada– pero también a los jóvenes que incorporaron los 70, como todo pasado no vivencial, como un relato.
Este libro, reunión y reversión de artículos y ponencias al que cualquier lector puede hacer frente, pone sobre el tapete: los excesos y vacíos legales que el juez Garzón utilizó para juzgar a represores, el rechazo de la UBA para que procesados –no condenados– por crímenes de lesa humanidad no accedieran al programa UBA XXII, la Tablada, la resignación de más verdad por más justicia en los juicios y una pregunta filosa: ¿qué revolución en nombre de las utopías no terminó en una nueva forma de opresión? /
Maximiliano Crespi, periodista (CC)