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Cristina en Disney: el riesgo de la impotencia
¿Cómo puede repudiarse el terrorista de Estado en Argentina y avalarlo al mismo tiempo en Venezuela?
¿Cómo puede repudiarse el terrorista de Estado en Argentina y avalarlo al mismo tiempo en Venezuela?
El cristinismo ha desplegado maniobras de largo alcance para someter al Poder Judicial más allá de la suerte procesal de Cristina.
La nueva verborragia del gobierno contra la Justicia chocó en la Corte Suprema contra un muro de silencio. Por su lado Cristina no convence a nadie del lawfare.
A la oposición el mejor trabajo se lo ha venido haciendo el Gobierno con una gestión mediocre y lenta marcada por el tono gris y casi siempre contradictorio que la imprimió Alberto Fernández.
El escándalo con jeringas de privilegio sepulta una aspiración oficial clave: que la gestión de la pandemia lo ayudara en la disputa electoral.
Desde que el presidente decidió encabezar el hostigamiento contra la Corte, actuando como gestor de la impunidad que ansía su vice, sólo ha cosechado disgustos.
El oficialismo teme al momento en que se abran las urnas, por eso intentaría postergar las primarias e incluso las elecciones generales hasta fin de año.
No es verdad que los desaguisados argentinos con la vacunación sólo sean una consecuencia fatal de las borrascas globales. En realidad, la ineficiencia oficial agravó desde un principio las condiciones generales que impuso la pandemia.
El presidente desearía que las primeras urnas se abran lo más lejos posible de este presente en el que no logra salir de las pesadillas de la pandemia y de la recesión económica.
Donald Trump imitará esta semana un gesto de Cristina Kirchner. No asistirá a la ceremonia de asunción de su sucesor Joe Biden. Romperá así una tradición centenaria. Como Cristina.
El gabinete de ministros administra sometido en muchísimos casos a las operaciones sucias gestadas desde las usinas de versiones que reportan a Cristina.
Alberto hizo un nuevo gesto de sumisión recordándole a Cristina que él hizo todo lo que ella le dijo. Pero aún así Cristina ataco otra vez a sus ministros.
El país terminará el año con 40 mil muertos de la peste y el penúltimo lugar en el ranking de los que gestionaron de manera más ineficiente la emergencia.
Desbordado por un funeral que creyó propio y advirtió más tarde que lo excedía, esta vez al peronismo le tomaron la casa.
Tanto Alberto como Cristina saben que el pasaje para ponerse en la fila de esa aún incierta recuperación global no se vende en las estudiantinas del populismo de izquierda.