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La crisis y el sexo de los ángeles
La apuesta central de Cristina es pasar rápido el trance de las primarias y que luego el clima social mejore.
La apuesta central de Cristina es pasar rápido el trance de las primarias y que luego el clima social mejore.
Al salir a respaldar el desquicio de la profesora adoctrinadora, Alberto Fernández sembró una duda peor: ¿qué nivel de equilibrio evidencia el elogio del desequilibrio?
Cristina subida al rol de la indignada principal. La que le actúa a Alberto Fernández algo del reproche que cualquier argentino desearía enrostrarle.
El escándalo por violar la cuarentena es el derrumbe definitivo de la credibilidad del presidente en lo que hace a su gestión de la pandemia.
Para el mediano plazo, el oficialismo prepara el terreno para el día después de la elección. Cuando deberá hacerse cargo -en la victoria o en la derrota- del ajuste por el sinceramiento de las variables económicas y vencimientos con el FMI.
AstraZeneca y Sputnik son los nombres de dos fracasos de los que la fórmula presidencial se niega a rendir cuentas.
Las vacunas y el dólar acaban de demostrar la inercia con la que se mueven, indiferentes a la dinámica introspectiva de los partidos políticos.
Ni siquiera los 100.000 muertos provocaron en el gobierno un esbozo de autocrítica por el fracaso de la estrategia sanitaria.
En el caso de Cristina, la pirueta de erigirse como principal opositora de su propio gobierno, ya está en marcha. Alberto va siendo desplazado de la escena central del poder.
La tardía y vergonzante maniobra con la que el gobierno volvió sobre sus pasos para admitir ahora la compra de vacunas de Pfizer, tuvo todas las aristas de una capitulación.
La convicción republicana se equivocaría si pretende bascular, indecisa y mezquina, equidistando en el centro imaginario y desertor.
El fracaso sanitario es la antítesis del orden. Antítesis expresada en los más drásticos términos vitales.
Siete de cada diez argentinos dice que estamos peor que ayer, pero todavía mejor que mañana. La mitad asegura que no le creería a nadie que le habla de futuro.
Cristina Kirchner no descendió a escuchar la exposición de Cafiero en la casa donde es anfitriona. La ausencia de la vice puso en evidencia que uno de los primeros evaluados es él.
Ninguno de sus dirigentes de primera línea sabe qué país existirá a fin de año. Pero ya se ofrecen como redentores para la elección.
El nuevo encierro no es como aquel primero, una fatalidad imprevista. Sino una consecuencia de una de las gestiones más irresponsables de las que el país tenga memoria.
La preocupación de Cristina somete al Gobierno nacional a los matices más conocidos de su estilo de conducción. Siempre personal y por lo general caótico
Ante el desgaste el gobierno eligió viajar al pasado. Atrincherarse en los días del fracaso económico de Kicillof.
El Gobierno parece resignado al desmanejo de la emergencia sanitaria, aturdido frente al fracaso más que evidente de su plan de vacunación.
Nunca amaneció el campamento estudiantil y solidario que esperaba el kirchnerismo como resultado de la crisis final del capitalismo. Algo de lo que se convenció a sí mismo cuando el sistema económico global se preguntaba cómo se las arreglaría frente al parate mundial.
La concepción del gobierno sigue siendo la misma del año pasado: considerar al aislamiento como vacuna en sí mismo.
No hay margen político para ensayar medidas de emergencia que no reconozcan dos hechos: el fracaso del plan de vacunación y los efectos devastadores del confinamiento extremo.
Desde el reemplazo de los ministros Ginés González García y Marcela Losardo y sus instrucciones públicas al ministro Martín Guzmán, la vicepresidenta se subió al escenario. Si lo tiene, es turno de que ejecute su plan.