Opinión
El cinismo y la libertad
En la penumbra de una realidad desencantada que empujó al balotaje, el autor debela las batallas entre quienes ocultan verdades y quienes, directamente, las desdeñan.
En la penumbra de una realidad desencantada que empujó al balotaje, el autor debela las batallas entre quienes ocultan verdades y quienes, directamente, las desdeñan.
Las peores consecuencias de esa crisis todavía no se han visto. La política demoró un año en elegir la capitanía de un barco que venía a la deriva. Todavía falta enfrentar la evidencia del naufragio. Si alguien cree que esta noche concluyen los problemas, tal vez convenga sacudirle la modorra porque mañana recién van a comenzar.
Massa como un fabulador compulsivo de una ficción inédita: la de un ministro que es candidato porque desconoce y niega su catastrófica gestión como ministro. Milei como un impugnador intemperante, cuyo principal activo sería una presunta racionalidad teórica para la gestión económica, pero oculta tras una serie de desbordes emocionales violentos.
El equilibrio democrático viene en riesgo cada vez mayor, desde hace años, por las pulsiones autoritarias de las cuales, lejos de preocuparse, se ufana el actual oficialismo.
Mientras farfulla maldiciones haciendo colas eternas para conseguir combustible, el argentino promedio se mira frente al espejo y reniega de la única elección que le queda por delante: elegir un presidente entre lo peor y lo peor. Esa sensación no proviene del sistema de balotaje en sí mismo, sino de las opciones que la crisis política le ofrece frente al derrumbe acelerado de la economía familiar.
No se explica la resurrección electoral del oficialismo sin la apuesta al caos del nuevo opositor
A punto de cumplir cuatro décadas desde su restauración en 1983, el sistema democrático argentino enfrenta una de las elecciones más inciertas y decisivas de su historia, tras una campaña donde la economía fue el eje dominante. No podría ser de otra manera, porque el colapso de la gestión actual se aceleró al punto de llegar a la hora de las urnas con una economía sin precios.
Es curioso que en los dos debates presidenciales el diseño de política exterior haya sido prácticamente ignorado por los candidatos y soslayado por la ciudadanía. El desorden global es un condicionante ineludible para cualquier rumbo que se proponga el país, mal que pese a la costumbre inveterada del electorado argentino de mirarse arrobado el ombligo.
Donde la coincidencia es más sutil es en la condición de pensamiento mágico que Sergio Massa y Javier Milei proyectan como salida para la crisis actual.
La de la exjueza Figueroa es una maniobra de CFK para sostener la épica de un conflicto de poderes, clave para justificar su deserción electoral con una proscripción judicial inexistente.
Desde el comando de Bullrich le piden a Macri que hable bien claro sobre el riesgo sistémico que implica Milei. Le señalan que esa sería su colaboración más relevante. Pero hasta el momento el empresario Eurnekián ha sido más eficiente en esa sencilla tarea.
Massa aprendió de joven, en sus históricas tertulias con Luis Barrionuevo y Graciela Camaño un postulado fundacional de la casta, apenas exagerado: que las elecciones no se ganan con votos, sino con los que cuentan los votos. Es lícito imaginar entonces la preocupación de Massa al ver que Luis Barrionuevo se juntó con Milei.
Así como la sentencia de la jueza neoyorquina expuso el engaño populista de Cristina Kichner, una publicación de la revista londinense The Economist desnudó el riesgo democrático que implican los desvaríos de Milei, su personalidad intolerante y esotérica, su imaginería económica apenas enmascarada como exposición de teorías, su fragilidad política estructural.
Milei envió emisarios a explicar sus teorías económicas, en especial la dolarización y el cierre del Banco Central, y a mantener una serie de diálogos reservados con miembros del establishment para dar la idea de que ya está formando un gobierno. Hay varias señales de que esa ingeniería de cooptación está siendo percibida como una oportunidad por sectores políticos, económicos y gremiales que ya operan con la clásica metodología del rey muerto y el puesto.
Hay una línea sinuosa, inestable, que conecta la turbulencia social, la aceleración del caos económico y la reconfiguración veloz de la campaña electoral. La sociedad pauperizada no provocó todavía el fogonazo de un estallido generalizado. Pero el volcán genera erupciones.
Las dudas sobre la racionalidad de la opción por Milei aparecen no en su dimensión destituyente, sino en su dimensión constituyente: en la viabilidad del modelo social que propone construir.
Quedó nítido el dilema de la elección presidencial: continuidad o cambio. Pero la novedad fue el vehículo de cambio que arrancó con ventaja.
Massa no pudo detener en esta última semana una corrida cambiaria que estacionó al dólar en el piso de los 600 pesos. Con ese dólar, todo ingreso fijo se estrella contra el fin de la nominalidad. Nada tiene el valor que dice tener.
No es una exageración hablar de las urnas de la crisis.Tampoco es desacertado hacer un paralelo entre la devaluación económica y la depreciación de la política.
Massa no ignora sus limitaciones, pero sigue a sus asesores de campaña que le explican que es ministro y candidato en una elección crucial, frente a una sociedad rota, lacerada, fatigada y ausente tras una década de fracasos económicos y una decadencia institucional sostenida. En ese contexto, no importa tanto cuántas contradicciones tenga un candidato, ni lo evidente de sus mentiras, sino la convicción con que sean dichas.
El ministro Massa entiende a la perfección la lógica de los pedidos del FMI. Pero el candidato Massa pide una dispensa, que el sinceramiento de esa realidad se posponga hasta un nuevo gobierno. Porque si se concreta ahora, sus posibilidades electorales pueden colapsar.
Massa ha girado del tono racional que mantenía en la relación con el Fondo a un discurso más beligerante que se acerca a las proclamas de Néstor Kirchner cuando conducía la salida del último gran default.
Desde los márgenes del sistema político están llegando señales hacia el centro: aquello que meses atrás parecía emerger como una novedad disruptiva para la polarización ahora está perdiendo viento.