En la adolescencia de hoy, como en otras etapas de la vida, se expresan particularidades que tienen que ver con nuestro tiempo. Y una de ellas tiene que ver con las conductas autodestructivas; como la autoflagelación (autolesión o automutilación).
Es el acto de infringirse daño a sí mismo, no con el objetivo de acabar con la vida, sino de “aliviar algún sentimiento”, dicen los especialistas. Por lo tanto, las heridas que se ocasionan no son letales sino más bien superficiales, y se realizan en áreas del cuerpo que no representan peligro.
En palabras de la psicóloga María Agustina Simone esta conducta no genera placer sino que calma un dolor, es un sustituto. Cuando el adolescente no sabe cómo enfrentar o sobrellevar la situación, sustituye lo que le pasa cortándose, y eso le permite descargarse.
“El dolor físico reemplaza o alivia el dolor emocional. Para ellos el dolor físico es más tolerable que el emocional”, explica desde la perspectiva de la Psicopedagogía, Virginia González. Esta misma idea la refuerza Simone, que dice que una de las características que tienen los jóvenes “es la dificultad de poner en palabras lo que les pasa: son situaciones donde el joven tiene poca tolerancia a la frustración y le cuesta afrontar”.
Algunos chicos liberan sus angustias emocionales, a través de esta práctica, que implica utilizar objetos afilados para cortarse en partes del cuerpo fáciles de ocultar. Otras técnicas son: quemarse, rasguñarse, golpearse a sí mismo, interferir con la cicatrización de heridas, tirarse el pelo -tricotilomanía-, ingerir objetos o sustancias toxicas.
“Una persona con este problema, en vez de reaccionar de una manera convencional (gritar, arrojar un objeto, etc.), ante un hecho que le produce enojo o frustración, se mostrará tranquila y, cuando esté en soledad, se autolesionará. Y como esto ocurre en soledad, en un estado de intimidad total, los avergüenza. Es por ello que buscan ocultar las heridas utilizando accesorios, remeras o pantalones largos en días de calor, bufandas, pañuelos, etc. Si les cuesta poner en palabras lo que les pasa, les va a costar también manifestárselo a sus pares; y, por el simple hecho de no ‘saber’ cómo hablarlo, encuentran esta salida”, comenta Agustina Simone.
¿Qué tienen en común estos jóvenes?
Suelen tener ciertos puntos de conexión: sentimientos de dolor, tristeza y soledad, depresión, ser parte de ámbitos traumáticos, incomprensión y hasta hechos de abuso. Según González: "en general son chicos súper introvertidos y con incapacidad de expresar sus sentimientos, sufren ataques de pánico, viven (o han vivido) situaciones de gran estrés y tienen problemas para socializar".
Pero, como la licenciada en Enfermería, Analía Videla acota: “hay familias bien constituidas donde no se evidencian hechos o situaciones alarmantes y aun así, los chicos se autoflagelan”.
Otro aspecto a destacar es que no es algo específico de una edad (estadísticamente se da entre los 12 y los 24 años); tampoco de un sector social ni cultural. “Son tendencias en las que los adolescentes no logran evaluar los riesgos de sus acciones, ni tener un autocontrol sobre ellas. Lo ven como ‘probar’ o ‘sentir alivio’ y no saben que se puede transformar en una problemática que no tiene fin”, comenta González.
Lo alarmante es que 1 de cada 10 jóvenes se autoflagelan sin pensar en las consecuencias: riesgos de infecciones o enfermedades bacterianas. “Sea cual sea el instrumento con el que se generen daño, están expuestos a cualquier microorganismo que ocasione una infección grave o cortar algún vaso, lastimar o dañar algún músculo perjudicando la funcionalidad de éste”, comenta Analía Videla.
Otra consecuencia es el aislamiento, producto de la vergüenza que generan las marcas; o convertir este hábito en una adicción, llevarlo al extremo a medida que avanzan a la adultez, aumentando las posibilidades de gravedad en las lesiones.
Estos casos se presentan cada vez más en hospitales y Centros de Salud de la provincia, siendo más frecuente en adolescentes entre 10 y 15 años.
Se estima que cada 15 días llega un paciente con esta problemática, “y si les preguntás el por qué lo han hecho; no saben qué responder”, completa Videla.
Qué hacer ante algunos signos
Los padres que sospechan que sus hijos están incurriendo en estas prácticas deben ser muy observadores: detectar cambios en la conducta y estado de ánimo, si hay aislamiento frecuente, el rendimiento escolar, manchas de sangre en alguna prenda, el uso de ropa inadecuada según la temperatura, el uso de accesorios (tipo brazaletes o tobilleras) que pueden servir para cubrir las lesiones.
Es recomendable, si puede, revisar muñecas, muslos y pies de los jóvenes (esta tarea es más difícil de concretar, porque es posible que se resista por sentir que se invade su intimidad o porque tiene marcas y busca esconderlas).
Prestar atención, también, a la forma en que los jóvenes expresan sus emociones fuertes.
La escuela es un buen escenario donde trabajar la problemática en forma conjunta con la familia, psicólogos y personal de la salud. En caso de ser el establecimiento educativo el primero en evidenciar estos casos es importante “dar aviso a los padres, pero sin escandalizar, ni poner etiquetas: tomar la problemática como lo que es y trabajar para afianzar la relación familia-escuela”, dice Virginia González.
Mientras que, Analía Videla plantea la importancia de darles responsabilidades a los hijos. O sea: tareas que los ocupen en algo: desde ordenar su cuarto a colaborar con tareas en la casa, la escuela, el barrio, etc. Enseñarles el valor del cuerpo y el cuidado de su salud y, sobre todo, poner límites sin miedo, aprender a decir “no” y ser firme.
“En caso de que detecte que esto sucede con un hijo, es recomendable armar una red de apoyo social: contar con la ayuda de familiares, amigos y profesionales de la salud que acompañen el proceso; pero sin juzgar ni preguntar, sino empatizando con el chico para poder atender la situación -comenta Simone, y continúa-. Apenas advierta un indicio, acudir a la guardia en caso de riesgo y consultar a un profesional en el ámbito público o privado para recibir la atención de salud mental primaria”.
Cabe destacar que en estos casos es importante trabajar con la familia, no solo para que detecten si hay un factor de riesgo sino para que el paciente y sus allegados tengan la contención necesaria. “Si hay algo que el adolescente está haciendo para lastimarse es un signo de alarma y no importa si es, o no, intento de suicidio; hay que consultar a un profesional” agrega la psicóloga.
Una buena idea es hacer una lista de actividades que permitan mantener al chico entretenido, actividades que lo lleven a revalorizar su vida, su cuerpo y los vínculos.