Autocrítica cubana de inusual dureza

Preocupadísimo por la pérdida del espíritu cívico que se supone el socialismo debía inculcar más que otro sistema, el presidente cubano Raúl Castro pronunció un duro discurso tratando de volver a motivar a los cubanos en la causa de la revolución. Pero, p

Autocrítica cubana de inusual dureza
Autocrítica cubana de inusual dureza

Hubo una época, recuerda Alexi, en que la vida en Cuba era más simple. La gente se vestía apropiadamente. Los niños respetaban a sus mayores. Robar era robar. “Mi padre me crió con una estricta serie de valores”, dice Alexi, de 46 años de edad, chofer desempleado de un barrio bravo de la capital. “Pero, eso se ha perdido”.

Así que Alexi tuvo poco que discutir el mes pasado cuando el presidente Raúl Castro desató su sermón público más feroz y largo hasta la fecha sobre la desaparición de la cultura y conducta cubanas. En un discurso ante la Asamblea Nacional, Castro dijo que la conducta de los cubanos -desde orinar en la calle y criar cerdos en ciudades hasta aceptar sobornos- lo había llevado a concluir que, pese a cinco décadas de educación universal, la isla había “retrocedido en cultura y civilidad”.

Los cubanos construyen casas sin permisos, capturan peces en peligro de extinción, talan árboles, apuestan, aceptan sobornos y favores, acumulan bienes y los venden a precios inflados y acosan a turistas, dijo Castro.

Y ese es tan solo el comienzo: los isleños gritan en la calle, maldicen indiscriminadamente, interrumpen el sueño de los vecinos con música a todo volumen, beben alcohol en público, destrozan teléfonos, evaden el pago de tarifas de autobuses y lanzan piedras a trenes que van pasando, lamentó el presidente.

“Pasan por alto las normas más elementales de cortesía y respeto”, prosiguió Castro. “Todo esto ocurre frente a nuestras narices, sin provocar objeción alguna o desafío de otros ciudadanos”.

“Tengo la amarga sensación de que estamos en una sociedad que está mejor educada que nunca, pero no necesariamente iluminada”, sostuvo Castro.

Su lacerante evaluación resonó en muchos cubanos, quienes lamentan el aumento de la corrupción de poca monta y la conducta ordinaria, nostálgicos por los días en que un salario del Estado bastaba para vivir sin necesidad de hurtar y el sistema educativo de Cuba ganaba elogios internacionales.

Pero, si bien Castro reprendió a sus paisanos por perder su “honestidad, decencia, sentido de vergüenza, decoro, honor y sensibilidad a los problemas de terceros”, muchos cubanos acusaron al gobierno de aferrarse a un sistema económico inoperante mientras la infraestructura del país y servicios sociales se venían abajo y, con ellos, la sensación de deber comunal del pueblo.

“Él debería haber tomado esa responsabilidad”, dijo Alexi, quien pidió que no se publicara su nombre completo porque estaba hablando de la dirigencia cubana.

La moral de los cubanos se había roto, aseguró, por el “periodo especial” de severa penuria económica que siguió al colapso de la Unión Soviética, cuando mucha gente recurrió al hurto, estafas y, en algunos casos, prostitución para sobrevivir.

Parado sin camisa afuera de su pequeña casa, Alexi apuntó a su hijo de 24 años, quien reparaba un tapacubos en la acera.

“¿Cómo podría yo criarlo con la misma moral, cuando sólo para poner arroz, porotos y cerdo sobre la mesa se requiere de todo tipo de ilegalidades?”, afirma. “Tuve que enseñarle los valores de la supervivencia”.

En su hacinado departamento sin aire en el centro, Rosa Marta Martínez, de 65 años, coincide: “¿Qué esperaba usted?”, dice Martínez, quien comparte la única habitación con dos nietos y un bisnieto. “La gente tiene problemas de vivienda. Los precios de la comida son altos. Está desesperada”.

En el dilapidado edificio de Martínez, el ruido sordo del reggaetón, que ha reemplazado a la timba, forma de música cubana para bailar, como la música de fondo de la nación, rugía desde el otro lado de la calle.

Los residentes dijeron que los niños jugaban en los corredores hasta ya entrada la noche y los vecinos andaban dando tumbos por ahí a toda hora y hacían caso omiso de sus quejas. En las calles cercanas, había basura apilada en la calle junto a recipientes de basura vacíos.

De cualquier forma, La Habana ha evitado la rampante delincuencia y violencia de drogas que plagan a muchas ciudades latinoamericanas, así como estadounidenses. Y a pesar de las quejas sobre el deterioro de los modales, muchos cubanos mantienen un sentido de comunidad y siguen cerca de la familia, compartiendo comida o ayudando a amigos y vecinos.

Sin embargo, muchos cubanos, como Miguel Coyula, experto en planeación urbana, temen que una generación entera de cubanos no ha conocido nada sino la economía deformada y privaciones del periodo post soviético.

Más allá de eso, opina, la “pirámide social invertida”, en la que un médico percibe ingresos menores que un manicurista, se está volviendo más pronunciada a medida que pequeños empresarios, usando las aperturas que Castro ha hecho para introducir algunas empresas privadas, ganan dinero vendiendo pizzas o teléfonos celulares. “El dinero no está en las manos de los más educados”, destaca Coyula.

Katrin Hansing, catedrática de antropología en la City University de Nueva York, quien ha estudiado a la juventud cubana, opina que crecer en un ambiente en el que los engaños y la duplicidad eran una forma de vida había engendrado cinismo: “Este cinismo alimenta la falta de compromiso de la gente", dice. “La responsabilidad individual hacia el colectivo es muy baja”.

Los jóvenes se sienten alienados de la dirigencia que envejece, destacó. “Existe una discrepancia muy visual entre quien está dirigiendo el espectáculo y quien lo está viviendo”, dice Hansing. “Los jóvenes viven en un universo paralelo”.

Al otro extremo de la ciudad, desde el edificio donde vive Martínez, Juan, de 19 años de edad, estudiante de veterinaria estaba escupiendo en la cabeza de un cocodrilo en el zoológico del centro. El cocodrilo no se veía muy contento. Latas de refresco apachurradas, arrojadas por visitantes que pasaron por ahí, flotaban en la sucia agua alrededor de sus fauces.

“Simplemente quería ver si se movía”, dijo Juan, quien se negó a proporcionar su apellido cuando le preguntaron por su comportamiento, agregando que mucha gente de su edad no tenía interés alguno en la educación o en trabajar arduamente. “Todo gira en torno a la ropa, zapatillas bonitas, reggaetón”, sostuvo. “¿Ha escuchado las letras? Son muy vulgares”.

Cuba tiene grandes expectativas en su prestigio cultural. Después de la Revolución de 1959, el gobierno se propuso purgar la decadencia que hacía de La Habana un imán para

estadounidenses, entre otros. El Estado lanzó una campaña nacional de alfabetización, ofreció educación sin costo para todos y estableció rigurosos programas de deportes, ballet y música.

En una tierra en la que axiomas moralizantes gritan desde murales y vallas publicitarias, incluso algunos televisores -incluido el de Martínez, entregado por el gobierno- están programados para desplegar el dicho, cuando se enciende, de “Cultivarse es la única manera de ser libre”.

Sin embargo, los cubanos se quejan de que estándares profesionales en descenso, profesores sin experiencia que a duras penas son mayores que sus estudiantes, aunado a una falta de instalaciones públicas, han contribuido a corroer la mentalidad cívica del pueblo. “Por aquí no hay un solo lugar para que un niño juegue fútbol o ajedrez”, informa Yusaima González, de 22 años de edad, la hija de Martínez, refiriéndose al ruidoso laberinto de calles donde vive.

Mientras hablaba, su hijo de tres años de edad jugaba pelota en el sucio corredor del exterior. “Los jóvenes necesitan lugares para bailar, jugar o escuchar música", opinó. “Algún lugar en el cual puedas sentirte parte de algo”.

En su discurso, Castro propuso una combinación de educación, promoción de la cultura y aplicación de leyes para restablecer la civilidad del país. Hizo un llamado dirigido a sindicatos de trabajadores, las autoridades, maestros, intelectuales y artistas, entre otros, para que exigieran a otros cubanos normas de conducta.

Sin embargo, González cree que la penalización de pequeñas infracciones sólo ensancharía la brecha entre los jóvenes y las autoridades. La policía multó a su hermano, de 14 años, con aproximadamente 2 dólares hace dos años por jugar fútbol en la calle sin camisa, destacó. “Mire usted, multar a un niño de 12 años”, agregó.

Además, reprender a jóvenes cubanos sólo los aliena más, destacaron algunos cubanos y expertos. “Lo que sería magnífico es si las potencias actuales tomaran esto y lo convirtieran en una discusión abierta en la sociedad cubana”, sostuvo Hansing. El rescate de los valores culturales de Cuba “no fue una causa perdida”, destacó. “Sin embargo, hará falta toda una generación para recuperarlos, cuando menos “.

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