Carlos Mejía duerme sobre un colchón junto con su novia dentro de una habitación sin más muebles y extiende una sábana encima de los azulejos frescos para sus dos hijos pequeños, un pequeño alivio al sofocante calor.
Gana el equivalente a 8 dólares diarios cortando botellas de plástico durante 12 horas para que sean colocadas en un compactador.
Ese dinero es apenas lo suficiente para pagar la electricidad, el agua y comprar algo de comida, pero la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur) se encarga de su renta y la de un creciente número de familias de inmigrantes en esta ciudad mexicana de 32.000 personas cerca de la frontera con Guatemala.
Mejía se encuentra entre los más de 8.000 inmigrantes que se espera busquen asilo este año en México, de las cuales la mayoría han huido de la violencia de las pandillas en Honduras y El Salvador, y, en menor grado, en Guatemala. El éxodo está convirtiendo poblados del sur de México como Tenosique, así como Palenque y Tapachula en el vecino estado de Chiapas, en campamentos informales de refugiados.
La decisión de permanecer en México y no seguir a Estados Unidos está vinculada al reconocimiento creciente de los riesgos de cruzar el territorio mexicano y más recientemente a la retórica hostil del presidente electo estadounidense Donald Trump, dicen los inmigrantes y sus defensores.
El número de las personas que buscan asilo en México este año es más del doble de los 3.423 solicitantes el año pasado, un incremento del 65% en comparación con la cifra de 2014. Las solicitudes han aumentado en aproximadamente 9% cada mes durante este año, dice la Acnur.
De acuerdo con la Comisión Mexicana de Ayuda a Refugiados (Comar), aproximadamente 4.000 de las 6.898 solicitudes que recibió hasta octubre de este año concluyeron el proceso completo y, de ellas, 2.162 solicitantes fueron admitidos como refugiados. Otros 414 aspirantes que no cumplían los requisitos para ser considerados refugiados recibieron otro tipo de protección gubernamental y no fueron deportados.
Más migrantes están solicitando asilo a medida que se extiende la información sobre esa posibilidad, dijo Rafael Zavala, director de la oficina de la Acnur abierta aquí hace un año a medida que aumentó el número de centroamericanos que solicitan protección.
"Empiezan a decidir o a ver a México como país de asilo", afirmó. "Entonces, si es la estimación que tenemos, es que esta tendencia que ha habido durante este año que la gente solicita la protección aquí en México se va a mantener".
Mejía, de 27 años y su novia Saimi Julio, de 19, se entregaron en octubre a las autoridades mexicanas de inmigración en el cruce fronterizo de El Ceibo, junto con su hija de 2 años y su hijo de 3. Pasaron 26 días separados en las instalaciones para detenidos por las autoridades migratorias antes de ser puestos en libertad en el asilo de inmigrantes aquí.
La pareja había solicitado asilo, así como un permiso para que pudieran buscar trabajo, así que sólo pasaron una semana en el albergue antes de obtener su habitación con ayuda de la agencia de la ONU. Mejía tardó un mes más en encontrar un trabajo.
La respuesta a sus solicitudes de asilo podría llevar hasta tres meses. Mientras tanto los interesados no pueden irse de la zona y cada semana tienen que ir a firmar a la oficina local de inmigración. Si se les niega la amnistía, pueden apelar y seguir esperando. Mejía dijo que nunca pensó en irse a Estados Unidos.
"Está duro ir a los Estados Unidos", dijo sentado en el pórtico afuera de su habitación. "Uno va arriesgando mucha violencia, tanta delincuencia también en el camino".
El número de los solicitantes de asilo sigue siendo una fracción del flujo total. Más de 400.000 inmigrantes -centroamericanos en su mayor parte- fueron aprehendidos a lo largo de la frontera suroccidental de Estados Unidos durante el año fiscal que concluyó en setiembre.
Todo indica que los inmigrantes buscan asilo cada vez más. Ya hay un precedente: En las décadas de 1980 y 1990, México recibió a más de 40.000 guatemaltecos que huían de la guerra civil en su país.
No hay indicios de que la violencia actual que se vive en Centroamérica esté cediendo. La tasa de homicidios en El Salvador el año pasado fue de 103 asesinatos por cada 100.000 habitantes, lo que lo convierte en el país más letal de los que no están en guerra.
Honduras tuvo 64 homicidios por cada 100.000 personas en 2015. Dos de los hermanos de Mejía fueron asesinados el año pasado en un atraco y él recibió amenazas en su patria.
Los vecindarios de Tenosique ahora están llenos de hondureños. Angostos callejones conducen a hileras de habitaciones que albergan a familias.
Wendy Jiménez y su familia conocieron a Mejía y a Julio en Tenosique. Huyeron de Honduras después de que el esposo de ella, Ángel Castellón, se negó a vender drogas para pandilleros, los cuales le incendiaron su casa en represalia.
Una larga cicatriz serpenteante cubre el antebrazo de Castellón y la hija de 2 años de ambos tiene cicatrices de quemaduras en sus piernas y en el pecho. Jiménez perdió a un tío y a un hermano en la violencia del país.
Jiménez y su familia llegaron a la ciudad fronteriza mexicana de Nuevo Laredo, frente a Texas, en un viaje previo, pero a la larga fueron deportados a Honduras. Al día siguiente de que llegaron volvieron a irse.
"La idea de nosotros era Estados Unidos, pero como está la situación no creo que podamos ir a los Estados Unidos", dijo Jiménez, refiriéndose a las promesas de Trump de deportar a millones de inmigrantes que radican sin permiso en territorio estadounidense. Escucharon acerca de la posibilidad de solicitar asilo en México y en este viaje presentaron su petición.
La Comar precisó que en setiembre firmó un acuerdo de cooperación con la Acnur, bajo el cual el organismo mexicano está contratando a más personal para poder manejar el creciente número de solicitudes.