Atropelladores

Atropelladores

Jorge Sosa - Especial para Los Andes

Mendoza es una de las provincias argentinas que tiene el más alto índice en accidentes viales y víctimas provocadas por esos accidentes. ¿No me diga que no es para sentirnos chochos? Ser primeros en algo nos tiene que llenar de satisfacción; sin embargo ser primero en esto habla inevitablemente de condiciones especiales de un pueblo, o sea de nosotros.

Nos hacemos pelota con asiduidad, parece que estuviésemos especializados en tragedias, que hubiésemos hecho un curso sobre como destruir semejantes. En Estados Unidos cuando alguien quiere despachurrar semejantes entra con una ametralladora a una Universidad y

¡Sálvese quien pueda!

En nuestra provincia no nos hacen falta ametralladoras, simplemente nos subimos al auto y ya somos potenciales victimarios de alguien. Hace tiempo, en una difusión oficial se mostraba un afiche que decía “El auto es un arma”. De ser así Mendoza es un polígono de tiro.

Todos los días tenemos que enfrentar las portadas de los diarios con hierros retorcidos de algunos de estos encontronazos. Las explicaciones abundan: falta de controles, mala señalización de los caminos, mal estado de las rutas, mala iluminación en zonas más oscuras de paladar de choco fino, las inclemencias climáticas que cambian la escenografía, el Zonda por ejemplo. La señalización es altamente precaria. Hay lugares donde uno, andando de noche, y aún de día,  no sabe dónde está y si no se entera a tiempo puede que vaya a Lavalle y termine llegando a Uspallata.

No entiendo algunas cosas. No entiendo por qué si la mayor velocidad permitidas en autopistas argentinas no admite superar una velocidad mayor a 120 kilómetros por hora, hay autos que llegan a los 250 km por hora. ¿En dónde van a usarlos con ese vértigo? Esto no es Monza, señores.

Todo lo que usted quiera pero a mí se me hace que los culpables de ser como somos, somos nosotros mismos. Cometemos cualquier tipo de infracciones cuando no nos ven o aun cuando nos están mirando. Ponemos la luz de giro a la izquierda y doblamos a la derecha, andamos a velocidad de tortuga en los carriles de alta velocidad, estacionamos cuando el cordón marca amarillo fluor, manejamos distraídos y ahora practicamos la moda de manejar hablando por teléfono o mirándolo al teléfono. Es un suicidio tecnológico.

A mí me parece, se me ocurre, que hay cuestiones psicológicas de por medio, que cuando nos subimos al auto algo cambia en nuestra personalidad y por supuesto en nuestras acciones. Se produce un “click” en nuestra autoestima, pasamos a ser otra cosa, el mismo cuerpo, la misma pinta, el mismo DNI, el mismo ADN, pero distinta conducta. Es como si recibiéramos una dosis de poder y otra dosis de impunidad. El auto no solo nos lleva y cubre nuestra anatomía en esos traslados, nos da la sensación de que tenemos derecho a transgredir. Tendían que poner en el carnet de conductor “Posible atropellador”

Nos sentimos como pequeños superhombres, como embriones de transformes y sentimos que podemos confrontar con todos, atropellar a todos. Nos olvidamos de que apenas estacionemos el auto y bajemos de él, volvemos a ser peatones.

En fin, muchachos y muchachas, si lo que queremos es modificar el censo, lo estamos logrando, lo estamos logrando.

Tenemos algo para ofrecerte

Con tu suscripción navegás sin límites, accedés a contenidos exclusivos y mucho más. ¡También podés sumar Los Andes Pass para ahorrar en cientos de comercios!

VER PROMOS DE SUSCRIPCIÓN

COMPARTIR NOTA