Sentado en su habitación Enzo Vignoli mira su valija que pesa sólo 22 kilos. Lo sabe muy bien ya que tuvo que armarla y desarmarla en varias oportunidades para lograr el kilaje exigido. Adentro algunas remeras, pantalones y prendas le recuerdan lo que ha vivido. El viaje comenzó a principios de marzo, el 1 para ser exactos, cuando él y su esposa, Ángeles Maiore partieron de su casa de Dorrego para subir al crucero Celebrity Eclipse junto a 2850 pasajeros y 1200 tripulantes. Pensaban recorrer varios puertos de Argentina, Uruguay y Chile para regresar con sus familias. En el medio, Enzo iba a celebrar su cumpleaños. Sus 59 años llegaron pero con una gran sorpresa. El mundo se iba despertando ante la amenaza de una pandemia que obligó a decenas de naciones a encerrarse sobre sus territorios.
La pareja disfrutó del crucero y de todas sus estadías en el camino a Chile. Sin embargo, y lejos de la realidad distendida que ellos atravesaban, algo estaba pasando y lo sabían pero nunca esperaron que los tocara tan de cerca. El 15 de marzo en la noche Los Andes tuvo contacto con esta pareja y de ahí en adelante siguió el camino junto a ellos. Fueron más de 50 días de incertidumbre, de trabajo sostenido por diferentes autoridades locales y de angustia. Ese día, el 15 de marzo, debían bajar en Chile para tomar sus aviones y regresar a sus casas. Pero justamente ese mismo día el país vecino les cerró las fronteras y quedaron a la deriva. Perdieron sus vuelos y comenzaron a peregrinar con el deseo y las ansias de regresar al hogar.
En Chile les dijeron que se dirigieran a Valparaíso. Allí fueron pero en ese puerto sólo dejaron bajar a los pasajeros de nacionalidad chilena. Comenzaron los controles policiales y marítimos a los que se fueron acostumbrando con el tiempo. Eran ellos algo así como una carga no deseada. Dos días esperaron mientras las autoridades consulares, los embajadores y ex funcionaron gestionaban de todo. Arriba del barco ellos comenzaron a notar que el coronavirus avanzaba por todo el planeta. Ningún continente estaba exento de esta enfermedad y cada nación empezó a reaccionar ante el espanto rápidamente. En Argentina se fueron acumulando los ahora famosos DNU, Decretos de Necesidad y Urgencia, y los cambios radicales de vida para los ciudadanos.
Así, luego de 48 horas, partieron a Estados Unidos. No llevaban Visa, contaban con el dinero que les quedaba y no sabían cómo iban a volver de semejante travesía. Pero, a ellos, se les habían acabado las opciones. Recién el 24 de marzo les llegaron nuevas noticias. Al no tener Visa tendrían que descender en Puerto Vallarta, México. Los argentinos se angustiaron más. ¿Qué iba a pasar con ellos en México? ¿Quién los iba a auxiliar? ¿Los pensaban aislar en una escuela o albergue? La mejor alternativa, en este contexto, era seguir en el barco. Y al menos, eso sí se les dio.
Poco tiempo pasó para que les notificaran otro cambio. Un nuevo destino. No bajarían en Puerto Vallarta, el sitio de arribo era Acapulco. Ya el 30 de abril llegaron a San Diego donde bajaron los ciudadanos estadounidenses y los europeos. Pero una pasajera de Estados Unidos presentó síntomas de coronavirus. Así el barco quedó afuera de esta ciudad norteamericana y comenzaron los controles duros en el crucero. Además del aislamiento. Todos al camarote y a esperar.
En el crucero quedaron sólo pasajeros sudamericanos. Recién el 3 de abril el primer grupo de argentinos viajó junto a uruguayos, colombianos y bolivianos, en un chárter dispuesto por la naviera. No llegaron a Argentina. Ellos fueron destinados a Brasil, donde hicieron su cuarentena en un hotel dispuesto por Celebrity. Enzo y Ángeles atravesaron todo el mes de abril arriba del crucero y a la espera. Para el primero de mayo sólo había en el barco 7 pasajeros argentinos y 2 colombianos junto a 37 tripulantes.
El viaje, en vuelos chárter, de regreso sucedió el 2 de mayo. Ese día la pareja de mendocinos se despidió de todos y partió ilusionada. Horas después y luego de muchas paradas apareció ante sus ojos Ezeiza. Allí nadie los esperaba. Los pasajeros decidieron que ya era momento de pagar un taxi, cueste lo que cueste, para lograr llegar al hogar. Y así emprendieron el último tramo de su retorno. Una vuelta que merece varias páginas más de textos y que aburriría al lector. Atravesaron San Luis escoltados por la policía. En Mendoza los contactaron las autoridades locales. Varios ya sabían quiénes eran. Llegaron a su hogar y por fin suspiraron.
Enzo mira su valija y no lo puede creer. Las emociones fueron tantas que las palabras parecen escasas. Se recuesta en su cama, apoya la cabeza en su almohada y se concentra en el techo. Sonríe. Es un sobreviviente y lo sabe. La valija ahora tendrá que esperar un largo tiempo. Enzo vuelve a sonreír… No hay lugar como su hogar.
"Esto nos cambió la vida"
En palabras de Enzo Vignoli, "esta experiencia, definitivamente, cambió y seguirá cambiando, en muchos aspectos, nuestra visión de la vida, la salud, el mundo y el ser humano. Más allá de lo religioso o místico, nos sentimos bendecidos por la forma en la que transitamos, vivimos y se resolvió esta tremenda experiencia".
"Vivimos todo tipo de sensaciones y sentimientos: alegría, tristeza, miedo, desilusión e ilusiones, expectativas cumplidas y no, impulsos extraños, bronca y sosiego, pero, al final, fue la esperanza y la fe la que nos mantuvieron erguidos", dijo el mendocino.
"Es fascinante ver cuanta gente solidaria, con vocación de servicio desinteresado, profesionales en lo suyo, en definitiva, grandes personas hay en el mundo. También es sorprendente cuando egoísta, ventajero y resentido hay dando vuelta por ahí", concluyó.