Atletas refugiados bajo la bandera olímpica

En concordancia con los tiempos que se viven, diez atletas de Siria, Sudán del Sur, el Congo y Etiopía participarán como Equipo Olímpico de Refugiados

Atletas refugiados  bajo la bandera olímpica

Desde que los Juegos Olímpicos modernos comenzaron en 1896, más de 200 equipos nacionales han competido por alcanzar la gloria en los Juegos. Ahora, por primera vez, un equipo de refugiados también lo hará.

Cinco corredores de Sudán del Sur, dos nadadores de Siria, dos judocas de la República Democrática del Congo y un maratonista de Etiopía marcharán bajo la bandera olímpica.

“Su participación en las Olimpíadas es un tributo al valor y la perseverancia de todos los refugiados al superar la adversidad y construir un futuro mejor para ellos y sus familias”, declaró el Alto Comisionado de la ONU para los Refugiados, Filippo Grandi.

Esta iniciativa llega en el momento en que más personas que nunca -59,5 millones- se han visto obligadas a huir de sus hogares a causa de los conflictos y la persecución.

Este equipo que los representará en Río espera dejar entrever al mundo su capacidad de resiliencia y sus talentos sin explotar.

Rami Anis

Rami Anis comenzó su entrenamiento formal de natación en Alepo cuando tenía 14 años. Rami destaca la importancia que tuvo para él su tío Majad, quien compitió como nadador profesional en Siria y despertó en Rami la pasión por competir en el agua. “La natación es mi vida”, confiesa Rami. “La piscina es mi hogar”.

Cuando los bombardeos y secuestros en Alepo comenzaron a ser más frecuentes, su familia lo mandó hacia Estambul en avión para que pudiera vivir con su hermano mayor, quien estaba estudiando turco. “En la bolsa que llevé tenía dos chaquetas, dos camisetas y dos pantalones -era una bolsa pequeña”, recuerda Rami. “Pensé que iba a estar en Estambul un par de meses y que después volvería a mi país”.

A medida que los meses se convertían a años, empleó su tiempo en perfeccionar su técnica de natación en el prestigioso club Galatasaray. Sin embargo, al carecer de la nacionalidad turca, no pudo participar en competiciones. “Es como si alguien estudiara, estudiara y estudiara, pero luego no pudiera presentarse al examen”. Decidido a probarse a sí mismo, Rami se montó un bote inflable hacia la isla griega de Samos. Finalmente logró llegar a la ciudad belga de Gante, donde ha estado entrenando 9 veces a la semana con la ex nadadora olímpica Carine Verbauwen.

“Será una sensación maravillosa poder ser parte de los Juegos Olímpicos”.

Yolande Mabika

Los combates en el este de la República del Congo separaron a Yolande Mabika de sus padres cuando apenas era una niña. No recuerda mucho más que el correr sola y ser recogida por un helicóptero que la llevó a la capital, Kinsasa. Allí, estuvo viviendo en un centro para niños desplazados, donde descubrió el judo.

Yolande comenzó a competir en grandes torneos. “El judo nunca me dio dinero, pero me dio un corazón más fuerte”, afirma. “Me vi separada de mi familia y lloré muchísimo. Empecé con el judo para tener una vida mejor”.

En 2013, cuando llegó a Río para competir en el Campeonato Mundial, su entrenador le confiscó el pasaporte y le limitó el acceso a comida, tal y como hacía en todas las competiciones internacionales. Cansada tras años de abusos, llegando incluso a ser enjaulada tras perder algún torneo, Yolande huyó del hotel y vagó por las calles en busca de ayuda,

Ahora, como refugiada en Brasil, ha ganado una plaza en el equipo Olímpico de Atletas Refugiados y se entrena en la escuela fundada por Flavio Canto, medallista de bronce olímpico brasileño. “Formaré parte de este equipo y ganaré una medalla. Soy una buena atleta y esta es una oportunidad que puede cambiarme la vida”, dice Yolande.

Paulo Amotun Lokoro

Hace apenas unos años, era un joven pastor que cuidaba de algunas cabezas de ganado que su familia tenía en una llanura de Sudán del Sur. Cuenta que “no conocía nada” del mundo salvo su propia patria, que lleva en guerra durante prácticamente toda su vida. Los efectos de este conflicto lo obligaron a huir a Kenia, donde ha gestado nuevas y grandes ambiciones: “quiero ser campeón mundial”, declara.

Paulo ahora vive en un campamento de refugiados donde ha destacado y recientemente ha ganado una plaza en el equipo de refugiados que entrena ahora cerca de Nairobi bajo la dirección de Tegla Loroupe, el célebre corredor keniano que cuenta con varios récords del mundo. “Antes de venir aquí, ni siquiera tenía zapatos para entrenar”, dice. “Mi gente me verá en televisión, en Facebook”, se entusiasma. Su objetivo sigue siendo sencillo: “si obtengo un buen resultado, me permitirá ayudar a mantener a mi familia y a mi gente”.

Yusra Mardini

Cuando la frágil embarcación comenzó a llenarse de agua, Mardini supo qué hacer. A la deriva en mar abierto frente a la costa de Turquía junto con otros 20 desesperados pasajeros, esta joven de Damasco se lanzó al agua con su hermana y comenzaron nadar para remolcar la embarcación hacia Grecia. “Había gente que no sabía nadar”, cuenta Yusra, que representó a Siria en el Campeonato Mundial de Natación de la FINA en 2012. “Habría sido lamentable si se hubiera ahogado alguien en nuestro bote. No iba a quedarme sentada y quejarme de que me iba a ahogar”.

Yusra perdió sus zapatos durante la peligrosa travesía en el mar, un pequeño precio a pagar por asegurarse de que nadie moría. Tras llegar a isla griega de Lesbos, emprendió la ruta hacia el norte de Europa con un grupo de solicitantes de asilo, recurriendo ocasionalmente a traficantes de personas.

Al poco de llegar a Alemania en setiembre de 2015, comenzó a entrenar en un club de Berlín, el Wasserfreunde Spandau 04.

Ahora tiene 18 años y se entrena para competir en la prueba femenina de 200 metros estilo libre en los Juegos. “Quiero representar a todos los refugiados porque quiero demostrar a todo el mundo que, tras el dolor, tras la tormenta, llega la calma”, afirma. “Quiero servirles de inspiración”.

Yiech Pur Biel

Yiech Pur Biel supo pronto que si quería conseguir su meta, debería hacerlo por sí mismo. En 2005, se vio obligado a huir de los combates en Sudán  y acabó solo en un campamento de refugiados en Kenia. Allí, comenzó a jugar al fútbol, pero se sentía frustrado al depender tanto de sus compañeros de equipo. Con el atletismo vio que podía tomar el control de su propio destino.

“La mayoría nos enfrentamos a muchos retos”, afirma Yiech. “En el campamento de refugiados no hay medios ni instalaciones, ni siquiera tenemos zapatos. No hay gimnasio. Hasta el tiempo está en nuestra contra, desde muy temprano en la mañana y hasta la tarde es muy caliente y soleado”.

Aun así, está motivado. “Lo hago por mi país, Sudán, porque nosotros, la gente joven, somos los que podemos cambiarlo”, declara. “Y, además, lo hago por mis padres. Necesito cambiarles la vida”.

“Puedo demostrar a mis compañeros refugiados que hay oportunidades y esperanza en la vida. A través de la educación, pero también del atletismo, puedes cambiar el mundo”.

Rose Nathike Lokonyen

Hasta hace un año, apenas era consciente del talento que tenía. Nuca había competido, ni siquiera como amateur, tras haber huido de Sudán cuando tenía 10 años. Entonces, en una competición escolar en el campamento de refugiados en Kenia, un profesor le sugirió participar en una carrera de 10 kilómetros. “Nunca me había entrenado. Era la primera vez que corría y terminé segunda”, cuenta con una sonrisa.

Después, Rose se trasladó a un campamento de entrenamiento cercano a la capital de Kenia, Nairobi, donde se prepara para competir en la prueba de 800 metros en los Juegos Olímpicos. “Seré muy feliz y voy a trabajar muy duro y a probarme a mí misma”, cuenta. Rose considera que el atletismo no es sólo un medio para ganar premios monetarios y patrocinios, sino que también es una forma de convertirse en fuente de inspiración para otros. “Representaré a mi pueblo en Río y quizás, si logro alcanzar mi objetivo, pueda regresar y organizar una carrera para promover la paz y unir a la gente”.

Popole Misenga

Solo tenía nueve años cuando huyó de los combates en Kisangani, del Congo. Separado de su familia, fue rescatado tras ocho días en el bosque y trasladado a la capital, Kinshasa. Allí, en un centro para niños desplazados, descubrió el judo. “Un niño necesita una familia que le diga lo que debe hacer, pero yo no la tenía. El judo me ayudó a tener serenidad, disciplina y compromiso. Este deporte me lo ha dado todo”.

Popole se convirtió en un judoca profesional, pero cada vez que perdía una competición, su entrenador lo encerraba en una caja durante días y no le daba más que café y pan para comer. Finalmente, en los campeonatos del mundo de 2013 en Río, donde se vio privado de comida y fue eliminado en la primera ronda, decidió presentar una solicitud de asilo.

“En mi país, no tenía hogar, ni familia, ni hijos. La guerra allí ha causado tanta muerte y confusión; pensé que podía quedarme en Brasil para mejorar mi vida”.

Yonas Kinde

En una colina con vistas a la ciudad de Luxemburgo, Yonas Kinde parece deslizarse alrededor de la pista de atletismo con determinación y gracia.

“Sigo desarrollando mi potencial”, explica el maratoniano etíope tras el entrenamiento con una gran sonrisa que ilumina su delgado rostro. “Normalmente, me entreno cada día, pero cuando escuché las noticias [acerca del equipo de refugiados], comencé a entrenar dos veces al día, todos los días, teniendo los Juegos Olímpicos como objetivo. Es una gran motivación”.

Yonas, que lleva viviendo cinco años en Luxemburgo, casi nunca para de moverse. Ha estado yendo a cursos de francés y se gana la vida como taxista, todo mientras sigue esforzándose para llegar a ser un mejor corredor. En octubre del año pasado, en Alemania, terminó un maratón con un tiempo de 2 horas y 17 minutos, un resultado impresionante. Pero los recuerdos de su huida siguen siendo territorio incómodo. “Es una situación difícil”, dice de su vida en Etiopía. “Para mí es imposible vivir allí…es muy peligroso”.

Para Yonas, la oportunidad para correr con los mejores atletas del mundo en Río de Janeiro es mucho más que cualquier otra carrera. “Creo que enviará un mensaje claro sobre el hecho de que los refugiados, los jóvenes atletas, pueden obtener excelentes resultados”, explica. “Claro que tenemos problemas -somos refugiados- pero todo es posible en un campamento de refugiados”.

Anjelina Nadai Lohalith

Anjelina Nadai Lohalith no ha visto ni ha hablado con sus padres desde que tenía seis años y se vio obligada a huir de Sudán del Sur. Conforme la guerra se aproximó a su pueblo “todo quedó destruido”, afirma. Anjelina ha oído que sus padres aún están vivos, aunque “el año pasado la hambruna fue muy dura”. Su principal motivación es ayudar a sus padres, así que ha aumentado su ritmo de entrenamiento para competir en la prueba de 1.500 metros.

Supo que era buena en atletismo tras ganar una competición escolar en el campamento de refugiados donde ahora vive en Kenia. Pero no fue hasta que llegaron unos entrenadores profesionales a seleccionar atletas para un campamento de entrenamiento especial cuando se percató de lo rápida que era. “Fue toda una sorpresa”, declara.

“Cuando tienes dinero, es cuando tu vida puede cambiar”, cuenta Anjelina. ¿Qué sería lo primero que haría si ganara un gran premio? “Construir a mi padre una casa mejor”.

James Nyang Chiengjiek

A los 13 años James Nyang Chiengjiek huyó de su hogar en lo que en ese momento era el sur de Sudán, para evitar ser secuestrado. Como refugiado en Kenia, fue a un colegio en una ciudad de las tierras altas conocida por sus corredores y se unió a un grupo de chicos mayores que se entrenaban para pruebas de larga distancia. “Fue entonces cuando me di cuenta de que podría triunfar como corredor. Si Dios te ha dado un talento, debes utilizarlo”, dice.

Al principio, no tenía calzado deportivo adecuado para correr. Algunas veces pedía prestado el calzado deportivo a otros chicos, pero independientemente del calzado que utilizara, ganaba. “Todos hemos tenido muchas heridas por llevar un calzado inadecuado”, cuenta. “Luego lo compartíamos todo. Si tenías dos pares de zapatillas, por ejemplo, ayudabas al que no tenía”.

Yendo a Río, James quiere inspirar a otros. "Si corro bien, estoy contribuyendo a ayudar a otros, especialmente a los refugiados”, dice. “Puede que entre ellos haya atletas con talento que aún no hayan tenido la oportunidad de ser descubiertos.

Nosotros también somos refugiados y algunos de nosotros hemos tenido esta oportunidad de ir a Río. Tenemos que echar la vista atrás y ver dónde están nuestros hermanos y hermanas. Si uno de ellos tiene talento, podemos invitarle a entrenar con nosotros y permitirle mejorar su vida”.

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