El lamentable espectáculo ofrecido por el Congreso Nacional en ocasión del discurso del Presidente Macri, dando inicio a las sesiones legislativas ordinarias, muestra la degradación y la pérdida de dignidad de la institución, pilar de la democracia republicana.
Es por ello necesario resaltar la importancia del Poder Legislativo y recordar que hubo tiempos mejores, que deberían servir de ejemplo y modelo para recuperar lo que se ha perdido. En nuestra arquitectura institucional el Congreso es la pieza clave. La Cámara de Diputados representa al pueblo de la Nación y el Senado a las provincias, es la expresión de la Argentina Federal.
Nuestra Constitución Nacional bajo el título del Gobierno Federal, del Poder Legislativo de los artículos 44 al 84, regula cómo se conforma, cuáles son las atribuciones del mismo, cómo se forman y sancionan las leyes. Valdría de mucho que los jóvenes y los no tan jóvenes prestaran atención a esta parte de la Constitución, en particular a las atribuciones del Congreso, donde se advertirá ahí rápidamente por qué decimos que es el pilar de la democracia republicana.
Especialmente hay que leer el artículo 75 que en sus 32 puntos especifica lo que corresponde al Congreso de la Nación. Y, de paso, leer con atención el artículo 76 que prohíbe la delegación legislativa en el Poder Ejecutivo, salvo en materias determinadas de administración o de emergencia pública con plazo fijado para su ejercicio. Pues bien, cuando se repasan las escenas de la Asamblea Legislativa del primero de este mes, Diputados y Senadores reunidos en conjunto, no puede menos que advertirse que buena parte de sus integrantes, dado su comportamiento, lejos están de honrar el texto constitucional.
No pocos de ellos se comportaron como “barras bravas”, alentados por sus seguidores. La falta de respeto por la investidura presidencial fue grosera, ya que no se trata de la persona del Presidente y de la opinión que de él se tenga, se trata de la institución Presidencia de la Nación. Debe decirse también que partidarios del gobierno, que en número importante ocupaban los palcos, no tuvieron un comportamiento muy diferente al de sus adversarios. Vayamos ahora a aspectos estéticos y éticos. El edificio del Congreso Nacional, inaugurado a comienzos del siglo pasado, es uno de los más imponentes del mundo, en su exterior e interior.
Los recintos de sesiones de diputados y senadores son de una respetable solemnidad, que no es lujo, es dignidad por el respeto a la importancia y significado de la institución. Es consideración y decoro por la función, que quienes ahí se sientan deben honrar. Eso es lo que se ha perdido. Lo que la conducta de algunos, no de todos por cierto, deshonra. Los actos impropios que se realizan en el Congreso vienen desde hace tiempo. No es la primera vez. Van desde los absurdos letreros que se colocan al frente de las bancas, que la tevé enfoca, con consignas que deberían ser argumentos de debate y no letreros callejeros.
Abundan los insultos, el lenguaje procaz y degradante. En la sesión de la Asamblea hubo casos grotescos como el de una ex candidata a diputada por Cambiemos, excluida por una denuncia de violencia familiar, que se “coló” en el recinto para interrumpir el discurso del Presidente. Esta persona fue protegida por legisladores del kirchnerismo.
Otro caso insólito fue el de una diputada que ingresó con un cartel que rezaba “Autocultivo ya” en una mano y una maceta con una planta de marihuana en la otra. El clima hostil de la oposición hacia el Presidente se percibió desde el inicio de la Asamblea y fue aumentando a medida que avanzaba el discurso. Es evidente que no tenían interés en escuchar sino en provocar el mayor escándalo posible.
Dijimos antes que hubo otros tiempos mejores. Hace ya más de medio siglo una persona inteligente y noble, Ramón Columba, escribió, ilustró y editó una obra notable titulada “El Congreso que yo he visto, 1906-1946”.
El autor había sido nombrado taquígrafo del Senado con apena 15 años de edad. Caricaturista e ilustrador, con gran capacidad para escribir semblanzas, dejó reflejada en esa obra memorable la calidad del Congreso, de sus Diputados y Senadores, de aquella primera mitad del siglo pasado.