Por Julio Bárbaro - Periodista. Ensayista. Ex diputado nacional. Especial para Los Andes
No sabemos todavía si salimos de una elección donde todos perdieron o por el contrario, de una absurda competencia donde todos dicen haber vencido. Ni con las matemáticas alcanzamos la certeza. Y se escuchan a demasiados supuestos analistas desarrollar teorías que oscilan entre lo absurdo y lo demencial. En principio, Cristina agoniza en un resultado que sólo es personal y la lleva a un empate con fallo dividido frente a un aficionado que se iniciaba en la carrera. Ella es candidata, sólo ella. Podríamos encontrar a Rossi en Santa Fe pero el resto de los gobernadores e intendentes ya se retiraron buscando nuevos rumbos. El cristinismo se acaba, gane o pierda Cristina como candidata. Los senadores, antiguos o renovados, en su gran mayoría ni la quieren ni la soportan, demasiados son los que tienen facturas para pasarle. Quedará un puñado minoritario de leales, con ningún futuro que valga remarcar.
El Gobierno en nuestra pobre realidad es el gran poder en juego. El único partido vigente es el Estado que reparte cargos y prebendas; el oportunismo sigue siendo la convicción principal de la política. Y Macri decidió utilizar el poder, expulsaron a un juez nefasto, jugada brillante que deja a los kirchneristas obligados a defender la corrupción. El fanatismo agoniza: Verbitsky –que utiliza Página 12 para acusar al Presidente- es un personaje menor que supo escribir “Robo para la corona” contra una monarquía anterior y terminó siendo dirigente de un gobierno mucho más corrupto al que se dedicó a aplaudir. Pero esta “corona” le otorgó un cargo nobiliario y en consecuencia en lugar de acusarla la defendió.
Lo de Maduro nos sirve como catalizador obligando a los restos del marxismo estalinista a defender otra causa perdida. Venezuela no deja lugar a discusión, tampoco la dejaba Fidel mientras sus seguidores lo seguían aplaudiendo. Una izquierda de los negocios que hermana al kirchnerismo con Venezuela, que los aleja del verdadero progresismo que gobierna Uruguay y Chile y que también mucho tiene que decir en Bolivia. Gobernar le había dado una entidad a un sector que poco y nada tenía para aportar. Terminaron dejando a los Derechos Humanos como reivindicación de la guerrilla, un absurdo cercano al papelón. Pero llevó a muchos a imaginar que Macri no iba a poder gobernar, inventaron esa frase irracional, “Macri basura, vos sos la dictadura” como si ellos pudieran imponer para siempre su demencia. Se creían los dueños del poder pero las urnas los llamaron a la realidad. Cristina llegó al poder por el peronismo y luego intentó gobernar con quienes lo odiaban. Claramente eran los que más expresaban sus ideas, enamorados del caos y la prebenda.
El Gobierno se consolida, la oposición no logra hacer pie. Algunos sueñan con la reagrupación del peronismo -absurdo-; después de Menem y los Kirchner ya es imposible revivir ese sello. Necesitamos un frente de centro izquierda, como en Uruguay y Chile, que convoque a los socialistas de Santa Fe y se saque de encima feudalismos aún vigentes. Una democracia con dos frentes capaces de contener las alternativas regionales con propuestas y también un adversario del gobierno, porque la tesis del enemigo se agota en Cristina y agoniza en las urnas.
El Gobierno festejó apresurado; tenía triunfos de sobra como para decidir inventar sueños pasajeros. La oposición amontona votos sin propuesta ni liderazgo que por ahora son votos perdidos. Los dos grandes temas que arrastramos, la generación de riquezas y la distribución de las mismas -ambos-, siguen ausentes en el debate político. Los logros económicos después de tantos años de caída son imposibles de percibir, hasta el momento al Gobierno le resulta más rentable el temor a Cristina que el convencimiento del éxito en su propios aciertos. Soñar en reelecciones sin haber logrado un rumbo cierto resulta inconcebible. La distancia entre un salario básico y el resto de la sociedad lastima la conciencia de cualquier ciudadano. Entre los pobres que trabajan y los que disfrutan se abre una grieta que no deja de crecer. Este es un capitalismo de saqueo, una concentración que destruye a la misma estructura de la sociedad. Y no se detiene discutiendo leyes laborales sino poniendo límites a las ganancias de los grupos concentrados.
Para Macri la concentración del capitalismo no es un problema, es decir, no es el único; ese tema casi ni se discutió en las urnas. Sin una ley anti monopolios no podemos seguir caminando sin asumir el riesgo de una sociedad donde ya no podamos vivir. La miseria crece, la concentración es su causa y por ahora de eso no se habla.