El día 7 salió una nota en Infobae, “Las 10 cifras más alarmantes del informe de la UCA sobre la infancia en la Argentina”, que fue posible gracias al notable trabajo del Observatorio de la Deuda Social que, con lúcido estudio, nos muestra nuestra nación profunda y dolorosa.
Los datos son contundentes: 1 de cada 5 niños argentinos tiene problemas de desnutrición. Duele el alma saber que los pobres de hoy son los hijos de los pobres de ayer. No puedo negarlo: me hizo llorar un largo rato ese informe.
¿Por qué somos tan tolerantes ante el sufrimiento de los más desamparados? ¿Sólo nos impactan las imágenes de los niños fallecidos en el extranjero? ¿Es deber exclusivo de los políticos el involucrarse en la solución de esta tragedia, o la exigencia moral se extiende a todos los argentinos de buena voluntad?
Nos estamos suicidando desde hace décadas y pareciera que no nos damos cuenta.
¿Cómo se come en la pobreza? Aun peor, ¿cómo será vivir sin saber si se podrá comer mañana, pasado y en los próximos días? En los primeros ranchos que visitamos -diría aquel luchador incansable que es el Dr. Abel Albino-, nos dimos cuenta de que cuando es tiempo de ajo, comen ajo.
Desayunan ajo, almuerzan ajo, meriendan ajo y cenan ajo. Cuando es tiempo de papa, papa. Cuando de cebolla, cebolla; y cuando no es tiempo de nada, nada.
¿Cómo será llegar a tu casa y no tener nada para comer? ¿De dónde sacan valentía para decírselo a sus hijos? ¿Qué fuerzas puede tener una persona para ir al otro día a trabajar o un niño a estudiar si se fue a dormir con lágrimas de hambre? ¿Y si no es sólo eso? ¿Puede haber algo más complejo y doloroso? Sí. El hambre es un síntoma, la desnutrición es una enfermedad social profunda que merece posiblemente una generación para quebrarla. Por eso nadie habla del tema.
Un niño que fallece por este flagelo ha sido asesinado por la indiferencia. Como así también un desnutrido no recuperado lo será para toda su vida.
No es un problema de edad, es una cuestión de tiempo. Lo que no se hizo en su primera infancia se reflejará en su limitado y atrofiado cerebro. Su discapacidad será invisible para los demás. En 24 horas, en esta tierra bendita, nacerán 600 bebés más en condición de pobreza. ¿Qué haremos?
Tengo una propuesta: acompañar a quienes no han retrocedido jamás ante la cruda realidad. La Fundación Conin, fundada por el Dr. Fernando Mönckeberg en Chile hace 44 años y responsable absoluta de que se haya quebrado la desnutrición allí, viene haciendo una labor monumental e ininterrumpida, habiendo recuperado a más de 110 mil infantes.
¿Imaginamos lo que sería que se convirtiera en política del Estado nacional su metodología y llegara a los 3.000.000 de niños que tienen déficit alimentario? ¿Podemos proyectar lo que sería del país si simultáneamente se hiciera un trabajo de saneamiento ambiental que proveyera de cloacas, luz, agua corriente y potable a cada casa argentina? ¿Somos conscientes de con qué naciones podríamos competir con ese capital humano en tan sólo 30 años?
Pensemos en las próximas generaciones. Por favor, ¡hagámoslo!
Lic. Gastón Vigo Gasparotti