A Arturo Pérez-Reverte, el autor de “La piel del tambor” o “La reina del sur”, le gusta el calificativo revertiano para referirse a obras como esas, donde la intriga novelística está mezclada con el espionaje, de cualquier tipo, o la violencia, sea ésta callejera, religiosa o mafiosa.
A veces se ha escapado de ese adjetivo y de ese tono, que también subyace en su famosa saga de “El capitán Alatriste”, como en la muy melancólica “El pintor de batallas” o en “El tango de la Guardia Vieja” y “Hombres buenos”, en las que asume una voz más madura, más distante de aquellas trifulcas marineras o religiosas de algunas de sus novelas más famosas, y escribe como si estuviera navegando, pausadamente.
Esta vez ha escrito una novela de intriga y acción, que sucede en un periodo muy difícil de convertir en ficción, el inicio de la guerra civil española, cuando Franco aspiraba a tener el poder él solo y persistía encarcelada en Alicante la sombra de José Antonio Primo de Rivera.
Esa presencia-ausencia del líder de Falange y la posibilidad (que él recrea como ficción pero que en la realidad se vivió) de que fuera finalmente liberado el líder de Falange no resulta tan decisiva en el libro como el cinismo que domina la acción de los intervinientes en la trama.
Esta novela última, “Falcó”, tiene el aire de convertirse en el principio de otra saga; el espía todoterreno que la protagoniza, que se llama así, Falcó, es mucho menos humano que Alatriste. Falcó es un amoral, cayó en el lado de Franco, pero pudo haber caído de cualquier lado.
Ese sitio amoral de las guerras es un terreno que acoge a Falcó con los brazos abiertos. Y de ese recodo oscuro de aquellos caminos bélicos trata la ficción revertiana.
De ella habla Arturo Pérez-Reverte (Cartagena, 1951), que fue periodista de acción y que ahora libra en la Real Academia batallas que ya son públicas. Al final de la conversación le preguntamos si quería referirse a ellas. “Eso no viene a cuento aquí. Yo respeto muchísimo la Academia”.
-Parece el principio de una saga…
-Lo parece. En El tango de la Guardia Vieja me quedaron en la cabeza flecos por resolver, me dije que había una novela y me puse a trabajar en ella. Vi que había un canon que la definía, un tipo de diálogos; que no era como las otras. Y mientras escribía me di cuenta de que disfrutaba con este modelo de escritura, y era una pena cerrarlo. Así que hay puertas abiertas para poder seguir con Falcó.
-Tanto en "El pintor de batallas" como en "El tango de la Guardia Vieja" hay un aliento emocional que aquí desaparece…
-Cada novela tiene sus exigencias. No puedes escribir “El duelo de Conrad” como si escribieras “Guerra y paz”, de Tolstói. Una novela de espionaje, de acción, de violencia, de pasiones no puede tener un desarrollo muy lento, porque aburre al lector y lo saca del tema. Esta novela me exigía contención, limpieza, descripciones mínimas y eficaces, diálogos mucho más cortados y picados, y una velocidad narrativa muy superior a las de otras novelas.
-¿Y cómo afecta eso a la vocación literaria que subyacía, por ejemplo, en "El pintor de batallas"?
-No le afecta porque soy un escritor profesional, llevo 20 años en este oficio, mi trabajo lo conozco razonablemente bien. Cuando me planteo un libro, antes veo cómo lo voy a contar. Cuando se me ocurre “Hombres buenos”, “El pintor de batallas” o esta novela no me digo: “Voy a ver cómo me sale el impulso creativo, qué bien, qué emoción”.
No, no. Durante meses reflexiono serenamente lo más que puedo, fríamente, estructuro la historia para contar eficazmente la novela. Cada novela tiene un canon. Puedes ser el más chulo del mundo, pero hay algo que se llama humildad profesional. Cuando trabajas no eres tú quien se pone en la novela, es la novela la que te dice cómo quiere que la escribas.
-¿A qué obliga hoy una novela que ocurre en la Guerra Civil?
-Una precisión importante: no es una novela sobre la Guerra Civil. Está de fondo. Es una novela de espías, de personajes. Mi objetivo no es explicar la Guerra Civil, ni juzgarla, ni enjuiciarla. Describo un telón de fondo para mover a mis personajes.
Como España es un país conflictivo parece que haya que abordarlo siempre con un compromiso moral previo: esto es bueno, esto es malo. Pero esta novela no tiene ese objeto. Yo no quiero contar la Guerra Civil, yo no quiero que el lector la entienda, mi compromiso es con la narrativa, no con el lector.
-Pero ahí está el conflicto: una guerra de la que aún hay rescoldos.
-Hay muchas formas de abordar una guerra civil. Una es la ideológica, los buenos y los malos. En esta guerra es evidente quiénes son los buenos, los republicanos, y los malos son los rebeldes, nadie lo discute. Pero en el ámbito de trinchera, de individuo, el azar, la vida, los intereses, las ambiciones aparecen mucho más grises.
Y otra cosa importantísima: a mí no me han contado la Guerra Civil. Yo he vivido siete guerras civiles, las he visto, no las conozco por los libros o por los telediarios. Las conozco porque yo hacía los telediarios. Sé que cuando te acercas al paisaje todo es mucho más difuso. Sabes de antemano quiénes son los buenos y los malos, pero cuando los ves de cerca hay mil matices, mil ideas.
-¿Y quién es Falcó?
-Es un tipo amoral, sin escrúpulos, sin ideología; es un mercenario de sí mismo, un golfo, un vividor, un mujeriego, un asesino. También encantador, guapo, simpático, elegante. Me permito el lujo de no darle una ideología, de hacerlo un oportunista.
-Quizá por eso es el espía que vino de fuera…
-Sí, vino de Suiza para no contaminarlo con la cutrez de buenos y malos, de la vieja barricada española. Un hombre viajado, de mundo; no es un cateto marcado por ideologías brutales o por ideologías radicales, que lo presentaría como un personaje que toma posturas violentas frente a las cosas. Y no se deja engañar por el discurso dominante de la época, ni por los nacionales ni por los republicanos.
-Su jefe le dice que se han salvado unos militares de su bando, y Falcó pregunta: "¿Y estamos a favor o en contra?".
-Eso define perfectamente al personaje. Pero no es un invento literario, hay mucha gente así. Creemos que cuando hay guerras civiles y grandes conflictos la gente toma partido ideológico. Pero son muy pocos. La mayor parte está ahí porque su familia está ahí, porque su hermano ha sido fusilado, porque han caído en ese bando, por simpatía, por amor… A la gente no la mueve sólo las ideologías.
-¿Qué la mueve?
-En España, este país enfermo históricamente, creemos que las ideologías lo determinan todo, y es mentira. Fue republicano, pero no sabemos por qué lo fue. A lo mejor no fue por la ideología. O se dice que un abuelo fue nacional, o falangista, pues a lo mejor fue porque cayó en ese bando. O a lo mejor tu abuelo, héroe nacional o héroe republicano, al que tanto admiras, no estuvo en el frente, a lo mejor estuvo fusilando gente y robando. Porque alguien tuvo que hacerlo. ¿O es que todos eran héroes?
- ¿Le ha preocupado esa dicotomía de buenos y malos a lo largo de la escritura?
-No. Tengo una ventaja moral, personal: la violencia, el dolor, el horror, la soledad, las noches oscuras, los cruces de fronteras no me los han contado, los he vivido. Cuando tienes en la mochila todo eso te importa un carajo la interpretación.
Que lean mejor, que se fijen cuando lean. No me preocupa… En esta novela todo ocurre en la oscuridad o en la penumbra. Y es que no era lo mismo 1936 que 2016. Entonces no había luz, ahora das a un interruptor y se enciende. He querido que el lector vea el mundo en esa penumbra, de claroscuros.
-En un momento de la novela se acata una condena por traición. Esa violencia entre iguales o afectos es mucho más dura que entre los enemigos…
-No pretendo explicarlo, pero esa es la condición humana.
-De todos modos, hay un punto de partida, el 18 de julio de 1936 y lo que pasa enseguida…
- Indiscutiblemente. Existe una asociación de militares contra la República y una barbaridad, la de los nacionales que con el terror y la violencia quieren aplastar la resistencia. Y la de los otros, que por miedo a los nacionales, por necesidad de limpieza interior, por rencor y porque la condición humana es infame, también se entregan a barbaridades. Solamente que en un bando la barbaridad dura tres años y en el otro dura cuarenta. Evidentemente los daños fueron enormes, mucho más de un bando que de otro. Y las consecuencias, claro.
- ¿En qué se notan las consecuencias, aún hoy?
-En “el que no está conmigo está contra mí”, en esa especie de vileza que supone querer al enemigo vencido, exterminado. Y eso es la Guerra Civil; parece que lo inventó Franco en 1936, y está ahí desde el Concilio de Trento y aún antes.
- El personaje es un cínico en un mundo de cínicos. ¿Hay flores en las grietas, se salva algún sentimiento en esa dicotomía? ¿Todo es cinismo en una guerra?
-No. Hay dignidad. Y justamente en esta novela hay gente con dignidad, en los dos bandos. La dignidad no conoce bandos. La dignidad personal no es ideológica.
- ¿Y el perdón tampoco?
-Todo. Las virtudes son personales, no hay virtudes colectivas. Es algo de la civilización cristiana que inventaron los curas.
-José Antonio es un fantasma en la novela, pero tiene encarnadura en la guerra. ¿Qué protagoniza él?
- No protagoniza nada, al contrario…Es su ausencia, paradójicamente, lo que cuenta, no su presencia. Esa ausencia condiciona la Guerra Civil. Este es el detalle interesante, pero en la novela, como personaje, José Antonio me importa un pimiento… Y lo que me ha importado es lo bien que me lo he pasado escribiendo Falcó.
-Tampoco triunfa mucho Franco en su novela como personaje…
-Franco era una mala presencia, traiciona a todo el mundo. Su hermano Nicolás sí está; era el que llevaba los servicios de información, el jefe último de Falcó.
-¿Cuáles son las diferencias entre Falcó y Alatriste?
- Alatriste ha tenido fe y la vida se la ha quitado, pero tiene códigos, lealtades, un canon por el que se guía. Falcó es amoral, carece de códigos. Es un jeta. Alatriste es moralmente salvable, Falcó no. Con Alatriste un profesor enseñó ética durante un año. Con Falcó sería imposible. Yo me iría de copas con Falcó, seríamos amigos; pero si tengo que confiar en alguien la vida de mi gente, ese sería el capitán Alatriste.