Artur Mas, el político catalán que apuesta su carrera a cambiar el mapa de España

El presidente de la Generalitat de Cataluña es un político educado y multilingüe -toda una rareza en España- que no se cansa de repetir en catalán, español, francés e inglés que el futuro de la región está dentro de la Unión Europea, pero fuera de España.

Artur Mas, el político catalán que apuesta su carrera a cambiar el mapa de España
Artur Mas, el político catalán que apuesta su carrera a cambiar el mapa de España

La España agobiada y maltrecha por la peor crisis económica de su historia moderna sufrió bruscas transformaciones en el último lustro. Pero, de todas ellas, la única metamorfosis que puede dejar secuelas traumáticas en su mapa y en su gente está en manos de un solo hombre: Artur Mas i Gavarró.

El dueño de las llaves del siempre postergado referéndum soberano que podría arrancarle Cataluña a España sigue siendo el mismo dirigente calmo y meditabundo que inició su carrera política hace un cuarto de siglo, en 1987, como concejal del Ayuntamiento de Barcelona hasta 1995.

Pero, posiblemente, aquella paciencia y aquella mesura son de los pocos rasgos que se mantienen en pie de aquel nacionalista moderado que ni se atrevía a soñar con la independencia en 2006, cuando fue uno de los más activos impulsores del Estatuto Catalán.

Durante la elaboración de aquel documento, que amplió los límites de la autonomía de esa comunidad al punto de escandalizar entonces al centroderechista Partido Popular (PP), el ahora presidente de la Generalitat de Cataluña -que era entonces legislador opositor al socialismo gobernante- se reconoció como un “nacionalista tolerante” del siglo XXI, aunque nada dispuesto a bajarse del tren de la próspera España.

Para entonces, el país administrado por el gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero tenía una de las economías más pujantes de Europa, y pocos analistas dudaban de que, por la vía que había tomado, en pocos años ya podría entrar al grupo de las grandes potencias mundiales.

Seis años después, con España descarrilada de su travesía idílica, Mas ya no es más español. El político educado y multilingüe -toda una rareza en España- no se cansa de repetir en catalán, español, francés, inglés y del modo que cualquiera lo quiera escuchar, que el futuro de Cataluña está dentro de la Unión Europea, pero fuera de España.

De una España que ahora, en sus ojos y en los de una creciente corriente de pensamiento en su región, ha mutado en un gigantesco lastre para la recuperación económica.

Esta mutación de John “Mas” Kennedy, como lo llamaban entonces por la dureza que escondía su carácter afable y amistoso, al Artur “el Che” Mas de estos días tiene su origen en un clima social que supo interpretar a tiempo.

El independentismo, aquel movimiento tan romántico como minoritario, comenzó en los últimos años a cocinarse en el fuego cada vez menos lento de una crisis que se ensañó con Cataluña hasta endeudarla como nunca en la historia.

Y también lo hizo en aquel Mas domesticado durante los años cómodos de España, cuando la idea recurrente de la escisión catalana ni siquiera sobrevolaba los mítines de Convergencia y Unión, la fuerza política que en la primera década de este siglo le confió su destino al consagrarlo líder y candidato a presidente de Cataluña en tres oportunidades.

Oportunidad política

Pero el cambio llegó en 2010. Pocos meses antes de que la tercera fuera la vencida, y Mas alcanzara el puesto más alto de la Generalitat, el Tribunal Constitucional español consideró que varios artículos del Estatuto Catalán se reñían con el espíritu integrista de la España parida a la luz de la Carta Magna de 1978.

El rechazo hacia lo que fue visto como una intromisión de Madrid en temas internos de Cataluña se tradujo inmediatamente en una gigantesca marcha de repudio en Barcelona, donde cerca de un millón y medio de personas corearon el lema “Somos una nación, nosotros decidimos”, que contradecía a la Constitución vigente, donde se entiende como única “nación” a la española.

En ese río revuelto, Mas fue el pescador más ganancioso: venció en los comicios generales catalanes el 28 de noviembre, y un mes más tarde fue ungido presidente.

No obstante, la crisis política, potenciada por los efectos de la debacle económica española, recién había comenzado. En su gobierno, la presión por imponer el catalán como única lengua en las escuelas creció aún más que en los años anteriores, hasta desplazar, en la práctica, a la enseñanza del castellano como idioma co-oficial. Y el objetivo siempre declamado, pero nunca puesto en práctica, de consagrar en los hechos “el derecho de todo pueblo a la autodeterminación” encontró rápidamente cuerpo en su gestión.

Al mismo tiempo, Mas siguió cultivando su perfil público de padre de familia -tiene tres hijos: Patricia, Albert y Artur- y católico practicante. Su mujer desde hace 30 años, la catalana de origen checo Helena Rakosnik, es ante la sociedad la firma del retrato que construye el presidente de la Generalitat: un hombre innovador y revolucionario, pero que no le resta importancia al valor político de una familia sólidamente constituida.

Sus enérgicos reclamos al gobierno central y sus frustradas reuniones con el presidente Mariano Rajoy en pos de un trato fiscal preferencial para Cataluña tienen su contrapeso en la mesura que proviene de la educación de su infancia y juventud, como alumno del Liceo Francés de Barcelona. En sus charlas no faltan citas de Charles Baudelaire y Victor Hugo, dos de sus autores de cabecera.

Esta pátina de hombre culto y de buen gusto parece servirle hoy para moderar las resistencias que provocó en parte de la sociedad catalana, cuando el mes pasado decidió patear el tablero y convocar a elecciones anticipadas para presidente para el próximo 25 de noviembre, en la mitad de su mandato. Esa jugada fue presentada por Mas como un mecanismo para fortalecer el respaldo de los catalanes a la causa separatista.

Sin embargo, los analistas más conservadores hicieron otra interpretación: con este llamado a elecciones anticipado, Mas, que se presentará para revalidar el cargo y tiene la mayoría de los sondeos a favor, no haría más que transformar su mandato de cuatro años en uno de seis.

Así y todo, sin medias tintas, el presidente catalán propone consagrar su nueva gestión a la celebración de un referéndum en el que el pueblo de su región decidirá si sus gobernantes deben aplicar el primer puntapié para iniciar, formalmente, un proceso de divorcio político e institucional que -todos admiten- no será fácil.

Con el terremoto bajo el brazo, Mas aprovecha hasta el último minuto de cada día en explicar los efectos beneficiosos que, desde su punto de vista y el de una porción creciente de la sociedad catalana, podría acarrear el nacimiento de un nuevo Estado en la Europa de este siglo.

“Las virtudes son superiores a los defectos, y lo bueno superará a lo malo con creces”, es la frase que hace las veces de andamio ideológico de muchas expresiones cotidianas suyas en favor de la independencia definitiva de Cataluña.

Aunque, por ahora, no es más que un balance de promesas y deseos que está tan lejos de la realidad como lo estaba, hace 5 años, el escenario de una España acosada por el fantasma del rescate financiero externo.

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