Artistas que rompieron el molde

En su libro recientemente publicado, la cantautora argentina aborda la vida de músicos, poetas, escritores y otros personajes públicos que, según ella, sacudieron estructuras y se jugaron por su vocación.

Artistas que rompieron el molde

La escritora Alejandra Pizarnik (1936-1972), el músico Luis Alberto Spinetta (1950-2012) y el escritor Manuel Puig (1932-1990) son algunos de los personajes que aborda el libro “Soy lo que soy”, que la cantautora Sandra Mihanovich acaba de publicar a través de editorial Sudamericana y en el que devela aspectos de la vida y obra de distintos artistas argentinos que se jugaron por lo que querían y saltaron por encima de prejuicios, convenciones y concesiones.

A los citados se suman también el músico Luca Prodan (1953-1967), el actor Fernando Peña (1963-2009), la escritora, poeta, música y dramaturga María Elena Walsh (1930-2011), el cineasta y cantautor mendocino Leonardo Favio (1938-2012) y el músico Charly García, a partir de entrevistas a personas que convivieron o compartieron jornadas de trabajo o momentos de la vida con cada uno de ellos.


El genio intuitivo
"Cuando lo ibas a ver, tenías que prepararte para disfrutar de algo poco convencional. Si tu alma estaba dispuesta te ibas a divertir, si no, volvías lleno de inquietudes", dice el músico Javier Malosetti sobre Luis Alberto Spinetta, de cuya banda fue miembro estable, y se refiere al creador de "Muchacha ojos de papel" con profunda admiración.

Otros músicos como Leo Sujatovich recuerdan a Spinetta como un genio dotado, que prácticamente no tuvo formación musical. “Tenía la genialidad del intuitivo y, de repente, te decía que no sabía qué era el acorde que le estabas mostrando y él lo daba vuelta tres veces y yo pensaba: no sabe lo que está tocando y nos está matando con su canción... es un monstruo”, evoca.

Músico precoz que a los 15 años compuso pequeñas joyas como “Barro tal vez” o “Plegaria para un niño dormido”, no quería convertirse en un fenómeno comercial, según coinciden periodistas como Cristina Rafanelli y Alfredo Rosso.

“Nunca hizo concesiones porque consideraba que su arte y su música estaban por encima de cualquier condicionamiento. Eso es muy raro en el mundo contemporáneo”, dice Rosso.


Fuera de este mundo
El relato de quienes conocieron a Alejandra Pizarnik la describen como una persona que nunca se sintió como parte de este mundo, que se sentía incómoda con su cuerpo y que no encajaba con los demás, lo que la llevó a abrazar el universo de la palabra.

“Queda claro que tenía un complejo respecto de cómo se veía. Era como una niña andrógina, que podía ser muy atractiva, pero que era diferente, no encajaba en los cánones de mujer glamorosa o sexy a los que estaban acostumbradas las niñas porteñas de su época”, dice una de sus grandes amigas, la escritora Ivonne Bordelois.

El período más fructífero, fértil de su vida, se dio cuando viajó a París, donde conoció a Julio Cortázar, a su esposa Aurora Bernárdez y a Octavio Paz. Allí logró que apareciera su obra en las ediciones de la Unesco, publicadas en francés, incluso antes que Borges, dice la autora. No obstante, tras el regreso de París su pluma fue mutando y nunca la conformaría.

Respecto de su decisión de suicidarse, el poeta y amigo de la escritora Antonio Requeni considera que en esa decisión “puede haber influido un gran amor que tuvo con una muchacha poeta y crítica, que obtuvo una beca en los Estados Unidos y se fue: la ausencia de esa chica a ella la perturbó mucho”, afirma.


Más allá del olvido
Manuel Puig es otro de los elegidos por Mihanovich en el libro. Un escritor injustamente olvidado y poco reconocido por su obra, que murió a los 57 años en Cuernavaca, México, adonde había elegido vivir luego de que, en 1956, se fuera de su natal General Villegas (provincia de Buenos Aires) a Europa para estudiar cine en Roma y no regresar jamás al país.

En su segunda novela, “Boquitas pintadas” (1969), el escritor “relata las pequeñas miserias de los habitantes de un pueblo a través de los amoríos de un galán tuberculoso con tres mujeres. El libro fue leído con horror por sus antiguos vecinos, que identificaban personajes y situaciones. En las librerías de todo el país se vendió como pan caliente”, dice Mihanovich.

Carlos Puig (su hermano) recuerda que sus vecinos hurgaban el texto, tejían conjeturas, querían descubrir con quién se correspondía cada uno de los personajes.

Cuando Leopoldo Torre Nilsson llevó la historia al cine en 1974, se prohibió su proyección en la localidad de Villegas. “Cada vez que uno del pueblo agarraba su autito, todos sabían que se iba a alguna ciudad vecina a ver la película”, sonríe Carlos.


El eterno inconformista
Otro de los personajes que Mihanovich aborda como un arquetipo de quienes derribaron estructuras es el músico italiano Luca Prodan, de una corta e intensa vida, que llegó a la Argentina casi de manera fortuita, al recibir la carta de un amigo desde la localidad de Traslasierra, en Córdoba.

De familia acomodada, Prodan fue enviado por su padre a estudiar a un colegio de Escocia, del que huyó y casi muere por su adicción a la heroína.

Estuvo preso en Italia por vender hachís y desertar del servicio militar obligatorio. “Así como se entusiasmó con el punk también cayó en la droga más letal del momento: la heroína, que entró fuerte en la familia Prodan.

Casi termina con su vida y llevó al suicidio a una de sus hermanas. “La muerte de su hermana fue parte de su tortura interna: él le había enseñado lo que era la heroína”, cuenta Rodrigo Espina, cineasta y autor del documental “Luca”.

El libro reconstruye además el recorrido que fue haciendo Sumo, la banda musical que fundó en la Argentina en 1981, así como las características de su personalidad que lo llevaron a ser catalogado como un “eterno inconformista”.

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