Un “tango” de dos, en Madrid

Leticia Pascual y Luis Sampedro, estrenaron con éxito la obra “Tango”, dirigida por José Sanchis Sinisterra.

Un “tango” de dos, en Madrid
Un “tango” de dos, en Madrid

"La mujer es un trapito". Así describió, cuando era su alumna, el maestro Héctor Mayoral a la dramaturga Patricia Zangaro, el rol asignado a la partenaire en la danza rioplatense.

"Trapito", "mi" partenaire, palabras de la mitología tanguera que cosifican a la mujer como un objeto de uso y abuso para determinado fin, en este caso, dejarse mover sin voluntad por los movimientos que sólo el hombre conoce y sólo el hombre dirige: un tango. No sabía el profesor de baile con quién se metía. Esa frase constituyó un disparador para la confección de "Tango", teatro breve que desnuda de forma cruel los mecanismos de dominación y de servilismo que aún sostienen las estructuras patriarcales.

Este texto movilizó a los actores mendocinos radicados en Madrid, Leticia Pascual y Luis Sampedro, quienes se embarcaron en una obra que, según Pascual, les resonó hace casi dos años, como "una bomba a punto de detonar, un texto potentísimo" que urgía ser representado.

Fue el inicio de una aventura bajo la tutela y dirección del gran José Sanchis Sinisterra, quien lideró y facilitó un proceso de investigación escénica "en constante mutación", ensayado desde su centro de operaciones: La Corsetería Nuevo Teatro Fronterizo.

Así "Tango" vio la luz el pasado jueves en la sala Off Latina, en pleno corazón del barrio madrileño del mismo nombre, con la presencia de autora y con aforo completo. Hubo un coloquio posterior a la función donde los artistas revelaron la puesta en común de su experiencia y que propició una breve pero intensa clase magistral, a cargo de dos teatristas de relevancia como lo son José Sanchis y  Patricia Zangaro.

Laboratorio de tres

"Tango", que recibió el premio La scrittura della differenza (Italia, 2008) es una obra breve y compleja; su primera acotación ya sugiere al actor la inmovilidad. Y es esa misma condición la que permite al espectador participar con su propia creación mental en una danza de connotaciones perversas.

Los actores están frente al público, sentados, dotados de un minimalismo gestual que requiere gran concentración. Estarán en esa posición  durante casi los treinta y cinco minutos de espectáculo, con excepción del final donde se levantan, en pose de danza, siempre desconectados, uno del otro. En cierto modo, la obra nos remite a esa brutal lección ionesquiana donde el hombre enseña y la mujer aprende, y también a Beckett, por la batería de silencios que transitarán la sugestiva pieza y sus subtextos implosivos.

La puesta en escena del autor de "¡Ay, Carmela!", con asistencia de Sara Núñez de Arenas, explora de modo expresivo los silencios propuestos por Zangaro. Entrena así la audición del espectador quien debe imaginar un baile en su cabeza, convirtiéndose en testigo ambivalente de abusos, celos, pasividad, complacencia y sus revanchas. Estas dos imágenes esfinge comunican cortas y afiladas réplicas en una clase donde el péndulo se mueve entre arcaísmos machistas y un reticente dejarse llevar de la mujer.

Dirigir y actuar la metáfora

Los actores, muy bien conducidos por el dramaturgo Sanchis Sinisterra -quien nada como pez en el agua con textos latinoamericanos, ya que él se siente parte de esta geografía, han potenciado los silencios en esa metáfora del tango como amplificador de la desigualdad y el sometimiento.

Sus voces, veladas, transmiten también la confusión por un orden establecido y disonante, un corsé que aprieta demasiado y asfixia hasta la agonía en el caso de la mujer, y por la repetición desaforada de un mandato antiguo, en el caso del hombre.

Leticia Pascual construye con notable expresividad microgestual, encarnando sumisión y aparente complacencia, que irá transformándose y buscando hendiduras para introducir su voz empequeñecida en la progresión de un encuentro ominoso.

Luis Sampedro es el maestro que somete y tiraniza. Logra transmitir ese desconcierto del género al desmarcarse de una identidad en el vaivén del juego de roles y paradigmas que, en este caso, promueve la danza

.

Más tarde, durante el debate, la premiada autora de "Auto de fe... entre bambalinas", se mostró muy agradecida por la representación de su pieza. Parafraseando a Beckett podemos agregar que: "el silencio no se podía escribir pero sí filmar", en esta puesta a cargo de Sanchis-Pascual-Sampedro.

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