"Aún nos queda el amor/ esa doble moneda para poder pasar a uno y otro lado", escribe Olga Orozco con una certeza que se desliza poéticamente desde Sor Juana: todos los estados civiles del otro mundo se vuelven factibles en éste y todos los tiempos confluyen, en la eternidad del poema, para que una pareja se junte.
Así lo dice Tamara Kamenszain en sus "Historias de amor" y traza la línea del mismo interrogante. ¿En qué se parecen el amor y la muerte? "En que ambos multiplican cada hora y lugar por una misma ausencia", Olga contesta.
A Orozco, la hermética, la barroca, la maestra de ceremonias nocturna, la tenemos por obras estremecedoras como "Pavana para una pequeña difunta".
Más aún, la asumimos como lectura hipnótica a través del ensayo "Alrededor de la creación poética". Allí, arroja una definición: "El poema: un instrumento inútil, una proyección del acto creador que fue descubrimiento, un pálido mapa del territorio de fuego que se atravesó". Pero nunca se alejó de la perversa tentación de la poesía. Acaso, porque confiaba en que el lector resistiera frente al poema, para "rehacer a través de ese mapa su propio territorio de fuego, retomar el camino de su revelación".
Hay, sin embargo, otra Olga. Menos conocida. La periodista que trabajó en Revista Claudia y escribió ( a partir de 1957) artículos que nunca cayeron en el cómodo diván de tips 'para mujeres'.
Claro que Claudia tenía una amplia sección de moda, incluso adjuntaba figurines, pero contaba con colaboradores como Raúl Gustavo Aguirre y publicaba cuentos de Calvino y Bradbury, cuando no algún texto de Simon de Beauvoir.
La poeta redactó allí una cantidad de notas diarias y llegó a firmar hasta con ocho seudónimos. Se permitía sus juegos, decía. De modo que fue Valeria Guzmán para el consultorio sentimental con las lectoras; Martín Yanez para las críticas literarias; Sergio Medina para las notas sobre tecnología o sobre estrellas de Hollywood; Richard Reiner para los artículos esotéricos; Elena Prado o Carlota Ezcurra para notas de vida social; Valentine Charpentier para semblanzas y relatos de viajes.
¿Cómo recuperar parte de esa obra en una revista inhallable? Pues Ediciones en Danza ya se ocupó del asunto y publicó "Yo, Claudia", una suerte de compilado del trabajo periodístico de Olga Orozco en esa publicación orientada a la mujer moderna de los '50s.
De todos sus heterónimos, el más exitoso fue Valeria Guzmán, la consultora sentimental. Un ejemplo: a Mariú, lectora de Capital, que consulta acerca de los abrazos de su novio "contrarios a su educación puritana" le destraba el dilema: "lo importante es saber si va en contra de sus sentimientos".
Otra consulta. Esta vez de Chiquita, de Buenos Aires. "¿Qué puedo hacer con mi novio? Él dice que es poeta y se deja el pelo largo desde hace un tiempo. Yo no soy artista, apenas toco la guitarra de oído. Pero últimamente él está cada vez más alejado. ¿Qué debo hacer, Valeria?,
Respuesta: "Piense si el alejamiento de su novio no se debe a) a la gruesa capa capilar, b) a que usted toca la guitarra de oído. Si es a lo primero su impresión es engañosa y todo se remedia con un corte de pelo. Si es a lo segundo –sométalo a una prueba para saberlo, pero no extreme la nota hasta conseguir una fuga– deje de tocar, a menos que su novio sea poeta de oído, lo cual indicaría que congenian".
"Si el alejamiento no se debe ni a a) ni a b), trate de descubrir la razón y vuelva a escribir. Mientras tanto sea dulce, atractiva, generosa, comprensiva, discreta y, sobre todo, no le pregunte a cada momento en qué está pensando.
Los poetas hacen viajes interiores cuyas trayectorias no figuran en los mapas y en los que es imposible acompañarlos".
El favorito para la autora, sin embargo, era Valentine Charpentier, especialista en perfiles, historias de vida y en lo que hoy llamaríamos crónicas. Olga/Valentine escribió artículos extensos y minuciosos sobre Marie Curie, Gala, Lord Byron, Katherine Mansfield, sobre mujeres del Renacimiento, mujeres al volante, hasta sobre mujeres piratas.
Escribe sobre Borges, Gardel, Marilyn Monroe, Nostradamus. Pasa de Swedenborg a Kant como si nada, se explaya sobre la videncia (eje de su poesía) y hace una "nota de color" con el sarcástico título de "Me compré un gurú", sobre la visita a Buenos Aires del Maharishi Mahesh, célebre guía espiritual de los Beatles.
Como Clarice Lispector, aprovecha la subestimada columna femenina para desplegar talento y, como Alfonsina, lleva un lápiz-bomba en la cartera.
Marisa Negri –que en 2009 compiló poesía de Orozco en el libro "El jardín posible" y que el año pasado rastreó el material – está satisfecha de mostrar a una Olga abierta, divertidísima, la dueña del bar La Fantasma, la descalza, la maternal, la irónica.
En el libro "Yo, Claudia" -guiño a un famoso libro de Robert Graves- Negri rescata esa prosa periodística de la poeta aguda, ingeniosa.
Todas las Olgas
Barroca, esotérica, la obra de Orozco desgarra la bruma del hermetismo para mostrar otra faceta. Sí, la mujer que nació en Toay, La Pampa, el 17 de marzo de 1920 y que se convirtió en la voz poética de la Generación del ’40, fue además una periodista capa
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