Sacha Barrera Oro: "Mis abuelos eran el universo para mí"

Es dramaturgo, director y actor. Un hombre inquieto al que le gusta viajar y no permanecer estancado artísticamente, charla sobre su infancia, su familia y su presente.

Sacha Barrera Oro: "Mis abuelos eran el universo para mí"
Sacha Barrera Oro: "Mis abuelos eran el universo para mí"

Todo en su vida tiene olor a teatro. Cada idea que Sacha Barrera Oro deja brotar viene relacionada con alguna imagen teatral. No por casualidad es actor, dramaturgo y director. Así, desde las historias que cuenta de su abuela hasta sus improvisaciones en la cocina puede relacionarlas con su pasión.

De entrada él confiesa que no hace destrezas en la cocina porque no ha tenido la necesidad de que así sea. Es que su abuela siempre le ‘salvó las papas’. Sin embargo, puede perfectamente hacer un omelette para prestarse a este juego que propone Estilo Guía de gastronomía y charla. “Ella parte los huevos con una sola mano”, cuenta sobre la mujer que lo crió; mientras él, divertido, se enreda entre la clara y la yema.

Y halaga esa mano, hoy arrugada, en la cocina: “El tiempo que yo demoro en hacer pasar a los invitados es el que ella usa para preparar alguna exquisitez. Encima, se da el lujo de decir ‘esta vez no me salió tan bien’. A mí lo único que se me ocurre decirle es ‘ojalá te siga saliendo así de mal’”, ironiza.

Se viene la primera relación: “Creo que cocinar es, en cierta forma, crear un sistema teatral; es algo muy artesanal. ¿Tenés perejil? -se interrumpe -; no importa, no importa, queda bien igual”. Y sigue: “Mi abuela tiene 87 años y 70 de cocinera, se maneja con ‘puñados’, mi tía es más de la balanza”, cuenta.

Mientras, las hornallas se funden con sus talleres de escritura: “A veces sale bien, a veces no cuaja”. Para él, escribir, es una combinación de balanza y puñado: hay que basarse en ciertos parámetros, pero lo fundamental está en el toque de cada uno.

“Y después hay otro paso fundamental: los actores, cada uno trae sus esencias -dice-. No hay garantía de que salga bien, pero me parece que lo importante es diferenciarse, no ser un repetidor de otros”, y larga un dato para agendar: los sábados, de 10 a 13, Sacha dicta un taller de escritura que se llama “Lo que no sé ve” (inscripciones en sachatustra@gmail.com.

Más info:

www.sachateatro.blogspot.com)

¿por qué la tilde en ‘sé’?: “Significa que hay un saber en lo que no vemos -explica-. En julio empieza la segunda parte del curso: ‘Hacia una voz propia’, para alejarse de escribir con ideas o textos prestados”.

Un omelette se hace en unos minutos. Sacha ya batió los huevos, les agregó la leche y el harina, e hizo el panqueque. Ahora lo da vuelta. Le pone el queso, el jamón, los champignones y lo cierra. “Le hacemos así -y hace un gesto con la mano como para prensarlo- y queda listo. Si me das dos minutos más lo arruino”, bromea.

Hablamos sobre su familia. No tiene hijos pero tiene “obras malcriadas que son como hijos. La más caprichosa es ‘Hermanitos’ -dice-. A todas las dejé volar, pero esa es la que más lejos llegó. He tenido un acto de fe, si el monstruito estaba bien criado se iba a saber defender ante cualquier sátiro que lo agarrara. Dejé que mi hijo cruzara la calle, pero siempre esperé que volviera”, otra vez el teatro salió a responder sobre su paternidad.

Y si de esperar regresos se trata, Sacha sabe mejor que nadie de lo que está hablando. A los cuatro años ya corría la cortina del comedor para ver si el taxi que llegaba traía a su papá. Pero no. Él nunca llegaba. Desapareció en la época del Proceso y “me crié en un constante ping pong de idas y vueltas a Buenos Aires para buscarlo. Íbamos con mi abuela, ella es una de las Madres de Plaza de Mayo”.

-¿Cómo podía un niño enfrentarse a semejante realidad?

-Jamás me mintió. Ella explicaba mis preguntas infantiles como podía, trataba de que fueran acordes a mi edad. Yo le cuestionaba, por ejemplo, ¿a qué hora va a volver? o ¿por qué no nos dice dónde está así sabemos dónde ir a buscarlo?

Sin embargo, el hecho de ser hijo de padre desaparecido Sacha no lo usó como carta de presentación. “Mi teatro creo que tiene un poco de esa búsqueda, pero yo no quería por ‘ser hijo de...’ escribir sobre... Nunca ha sido un tema central como temática, sin embargo me parece que está en todas las obras de alguna manera; pero no he querido ponerlo como centro”.

La idea de que su papá apareciera con vida fue para Sacha inversamente proporcional a su crecimiento. No así para su abuela: “ella dice que no es un par de zapatos, que es su hijo y que mientras se pueda mover lo va a buscar”.

A Sacha lo criaron sus abuelos paternos. Su mamá falleció cuando él tenía un año. Los maternos estaban radicados en Chile, país natal de su madre. Es que él es de Viña del Mar, pero a los dos meses de vida llegó a la Argentina junto a sus padres.

“Mi abuelo tenía una forma de ser muy fuerte pero súper culta, era muy curiosa su personalidad. Que yo hoy me dedique al teatro tiene mucho que ver con estímulos que recibí de ellos”, dice y hace una analogía entre el Universo y este hombre, al que define como “severo pero lúdico”, a la hora de enseñar.

-¿Viste que hay que tener cuidado con lo que pedimos, porque si lo deseamos mucho, se da? Bueno, con mi abuelo era igual. Me apoyaba en todo lo que yo quisiera hacer o estudiar, pero había que hacerlo bien, a su manera; que creo que era más rígida que la correcta. Pero siempre usó el juego para enseñarme.

Y Sacha recuerda una noche en la que sacaron los colchones al patio y durmieron a la intemperie, para que esa criatura que hoy es un hombre escuchara distintas historias que brotaban de unos labios ya cansados.

“Mi abuela, en cambio, es una persona muy sensible, pero muy fuerte. Entonces tengo una parte de caminante, yendo a buscar alguien que no sabíamos dónde estaba. Y el mundo que creaba mi abuelo para él, pero conmigo ahí. En esta historia, en la que la voz de las mujeres se hizo escuchar tan fuerte, creo que los hombres se fueron refugiando en un mundo de creencias. Siempre pensé que la muerte joven de mi abuelo tiene que ver con haber comido tanta mierda”, reflexiona.

Esta era la realidad y en la casa de Sacha no se negaba, ni se ocultaba y mucho menos se mentía al respecto. “Los mediodías eran plantear entre los tres estrategias para encontrarlo -recuerda-. Nunca fue un tema tabú, pero se hablaba en positivo”.

El living estaba dividido en dos. “De acá para allá era la India y de acá para allá era religioso”. Su abuelo era budista y su abuela cree en Dios, pero “para ella Dios está en el jardín y en la casa. No iba a la Iglesia por sus distancias con las jerarquías eclesiásticas, era lo que discutía en su vida de militancia”.

Fueron ellos dos, como dijimos, los que lo acompañaron en su vocación. Esa que estaba mezclada por el cine, el dibujo, la química y la música. “¿Dónde se combina todo eso?, me pregunté. En el teatro”, se respondió Sacha.

Y ahí fue: “Cuando empezás a armar compartimientos no estancos te das cuenta de que todo tiene que ver con todo, y hay que barajarlos para poder dar. Mi búsqueda actual sigue la línea de indagar la imagen”. Es por eso, quizá, que en la obra que acaba de estrenar y que seguirá presentándose durante julio y agosto, “Helados”, hace uso del mapping (una de las técnicas más vanguardistas en artes visuales).

Más sobre mestizajes. Sacha dirige la puesta que verá la luz el 7 de noviembre en el Independencia,“Percanta”. Se trata de una obra de teatro y tango.

Pero, en algún momento de su vida, Sacha se dio cuenta de que “la gente no tenía la culpa de que yo quisiera actuar, por eso me dediqué a estar detrás de escena: a escribir y dirigir”. Sin embargo sigue haciendo algunas apariciones sobre el escenario o en el colectivo Caracol Salvaje, por ejemplo, donde interpreta un unipersonal. O en algunos capítulos de la serie “Una música viene de lejos”, dirigida por Alejandro Alonso.

Gira, niño, gira

Una de sus tías paternas vive en Alemania, por lo tanto aquel país recibió la visita de Sacha en reiteradas oportunidades. Una de las veces se quedó a cursar unos meses de primaria allá. En otro de los viajes, cuando era un adolescente que estaba decidiendo a qué se iba a dedicar, también allí buscó respuestas; entre los titánicos teatros y galerías de arte. Incluso soñó con tener allá sus propios talleres.

“Mis viajes me ayudaron a ver de una manera más piadosa lo que tenía acá. Ves distintos mundos y valorás más lo que tenés”, dice; y cuenta que extrañaba horrores las miradas cómplices en la platea de esos amigos de toda la vida, o de los más nuevos, pero que con sólo mirarlos sabía lo que estaban pensando. También el guiño de la abuela después de cada estreno faltaba. Es por eso que tomó a Mendoza como punto base. Desde aquí ir, empaparse de experiencia y volver.

“Todo lo que he hecho es gracias a mis abuelos y, en cierta forma, también a mis padres por no estar. Creo que sus apetitos están en mí”, reflexiona.

Chile es otro de sus lugares en el mundo. “Con el mar tengo un shock de adrenalina”, confiesa; y desliza que se siente seducido, a pesar de que las aguas frías no lo acunan como las cálidas de Brasil.

“Para mí, el mar te elije, jugás; pero si te elije demasiado, te mata, hasta sin intención, porque no somos tan importantes. Pero ante esa inmensidad se pierde el control, como cuando se estrena una obra de teatro, ¡bienvenida pérdida de control!”, dice.

“El mar de noche en la playa es una sensación terrible de linda y de fea, pero muy seductora; me da como miedo, pero un miedo que quiero vivir. Y es la misma sensación que tengo cuando estoy por estrenar una obra”, vuelve a hermanar sus explicaciones con el teatro.

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