La poética de la casa y sus infinitas metáforas fue durante décadas fuente de inspiración para Rubén Caruso. “Desde el inicio mi trabajo estuvo atravesado por ese tema. Es probable que estuviese antes de mi oficio de pintor”, escribe en su libro Orte Wege Nights (Lugares Camino Nada) y reafirma en persona. Hace dieciocho años se fue de Mendoza y no volvió más, salvo alguna que otra vez a visitar amigos y familia y a organizar exposiciones que no fueron por la falta de espacios que tiene la provincia. En junio regresó por unos días a su Las Heras natal y junto a Laura Valdivieso compartió en público detalles de su obra. En octubre expone en el Museo Arturo Jauretche del Banco Provincia de la Ciudad de Buenos Aires una instalación en madera, recurso con el que crea en el último tramo y luego de haber colgado por un rato la pintura.
“Trabajo con materiales encontrados sin ninguna filosofía vinculada a lo no contaminante, aunque sí creo en eso. Trabajo con maderas ensambladas, con materiales pobres, sin nada mecánico. Esa es mi intención. No tengo pretensiones escultóricas y actualmente no estoy pintando. Sí dibujo y hago video arte desde un lugar muy simple. Apelo a la imagen en movimiento desde mi visión de pintor, que tiene que ver con la poética y con lo que a mí me moviliza”, dice el hombre formado en la UNCuyo con especialidad en Pintura. En Mendoza, San Juan o Buenos Aires ya había expuesto en varias oportunidades en espacios de prestigio antes de residir por más de ocho años en Austria; también contaba con premios y menciones. En Europa, sus pinturas se pasearon por este último país, además de España y Alemania.
“Mi obra no cambió cuando me fui, siguió un proceso muy interno e íntimo. Creo que irme tuvo que ver con cierta intuición de que tenía que moverme. Vivir en Viena me resultó muy positivo: no hablar el idioma fue bueno para mi trabajo, me resultó una ciudad amable para crear y exponer, y agradezco mucho haber estado allí. Creo que el silencio le aportó algo a mi obra”, dice ahora que mira hacia atrás y encuentra en su trayecto por nuevos territorios otros desafíos. Ultimar los detalles de la instalación que en octubre viaja a Buenos Aires es uno de ellos: se trata de 600 “arbolitos” o más, realizados -en parte- con la madera de una vinoteca que funciona pegada a su taller. Con los tacos de esas cajas que durante cuatro años coleccionó sin saber bien para qué, creó junto con bambú las ramas de estos pequeños ejemplares.
“Cuando Laura (Valdivieso) y Miguel (Gandolfo) estuvieron de visita en Barcelona y vieron lo que estaba haciendo me impulsaron y apuntalaron en el desarrollo de esta obra que recién comenzaba. La exposición consiste en un mesón o un gran plinto, sería lo ideal, donde van desplegados estos árboles acompañados por un video junto con dibujos y escritos o poemas que tienen mucho que ver con la naturaleza y el bosque en sí. Es una especie de recorrido por la literatura que me acompaña en este tiempo”, explica sobre la instalación dispuesta del 3 de octubre al 8 de noviembre en Buenos Aires (Sarmiento 364, CABA). Así es como de la casa, tema recurrente en sus inicios, Rubén Caruso indagó en la idea de territorio y más tarde desembarcó en las tramas de su pintura para navegar en el presente en una obra que adquiere nuevas formas y se permite otros lenguajes, materias y soportes.
Egar Murillo en Espai Ku
“La pantalla es más grande que tu espíritu” es el nombre de la muestra que presenta Egar Murillo en el espacio cultural que coordina Rubén Caruso junto a su compañera, en Barcelona. Una serie de dibujos partidos del predominio de la tecnología en la vida cotidiana es el punto y la flecha para ilustrar la crítica de las relaciones personales en un mundo plástico y superfluo. Entre otros apuntes, escribe Egar: “La formación de la realidad pareciera que no está en nuestra conciencia, la contemporaneidad y su velocidad no nos permite detenernos a observar aquello que ha sido natural alguna vez. Nuestros cuerpos crean sombras sonámbulas, desquiciadas y oscuras. Nos sumergen en el silencio cuando toda la maquinaria fría y urbanística nos aúlla, mientras viajamos conectados a nuestras islas auriculares, en los automóviles, colectivos o en el subterráneo, consultando nuestro smartfone, huyendo hacia el mundo pequeño de la pantalla del deseo y el sueño artificial”.