Dos semanas después de salvar la categoría en una promoción con Instituto de Córdoba, el 16 de julio del año pasado, un asambleista de San Lorenzo suspendió a los gritos una reunión de Comisión Directiva para reclamar la renuncia de toda la dirigencia encabezada por Carlos Abdo.
El ex presidente, aislado en el poder y encerrado en un laberinto de reveses deportivos e institucionales, dimitió a los siete días, en otro capítulo de una crisis multifacética que se agravó desde su asunción en diciembre de 2010.
El receso invernal de 2012 encontraba al club sin dirigentes, con sus empleados en huelga, con una pretemporada suspendida por el DT Ricardo Caruso Lombardi ante la falta de profesionales y con un promedio que auguraba otra temporada angustiante.
Matías Lammens, un joven empresario respaldado por Marcelo Tinelli, se hizo cargo de la presidencia interina el 1 de agosto y un mes después ganó las elecciones anticipadas junto a la estrella televisiva con el 80 por ciento de los votos.
Las primeras medidas de los nuevos directivos fueron destinadas a normalizar el funcionamiento de un club desvastado. Pagaron los sueldos, atacaron la deuda, el déficit operativo mensual, los compromisos económicos con vencimiento inmediato y rearmaron el plantel con la incorporación de Denis Stracqualursi, Franco Jara, Juan Mercier, Ignacio Piatti, Luis Aguiar y Alan Ruiz, entre otros.
En segundo término, la dirigencia designó un nuevo coordinador de divisiones menores (Osvaldo Coloccini), trabajó sobre el marketing con una expansiva campaña de socios y reforzó la cuestión identitaria con un fuerte respaldo a la causa Boedo, una utopía perseguida por la Subcomisión del Hincha (SCH).
Pese al rápido cambio que implementaron, especialmente a partir de la confianza generada por la figura de Tinelli, los primeros meses no fueron sencillos.
Con un equipo armado de apuro, la irregular campaña en el Inicial 2012 amenazaba otra vez la permanencia en Primera, por lo que el nuevo binomio dirigencial determinó el traumático despido de Caruso Lombardi, un DT con perfil indeseado para la nueva etapa.
Entonces llegó Juan Antonio Pizzi, la antítesis del estridente y polémico entrenador formado en el ascenso. Sedujo su discreción, su larga experiencia como jugador en Europa y una propuesta futbolística ofensiva que constrataba con el fundamentalismo conservador de su antecesor.
Llegó con un incipiente currículum de técnico, que mezclaba antecedentes positivos (un título local con Universidad Católica de Chile) y otros negativos, como el increíble ascenso perdido con Rosario Central en la recta final de la temporada 2011/12.
Pizzi impuso rapidamente un estilo de conducción. Cultor de un discurso medido, distante en el trato con los jugadores, mostró personalidad desde el inicio de su ciclo para separar con intransigencia al uruguayo Luis Aguiar, que desafió las nuevas pautas de convivencia.
En lo futbolístico, logró desde el cuarto partido una racha de resultados positivos que oxigenó al equipo en la pelea por el evitar el descenso durante fines del año pasado.
A esa altura, el club ya vivía un clima diferente a nivel institucional por la unidad política que produjo la Ley de Restitución Histórica, aprobada por la Legislatura porteña la jornada del 15 de noviembre, inmortalizada como el "15-N" por el pueblo "azulgrana".
Con un promisorio final de 2012, San Lorenzo terminó de olvidarse de los promedios en el primer semestre del año siguiente cuando Pizzi terminó de imprimirle su sello al equipo con una propuesta netamente ofensiva.
Sin embargo, antes debió soportar un inconveniente inesperado como la detención del arquero Pablo Migliore, el 31 de marzo, mes en el que San Lorenzo experimentó un nuevo espaldarazo simbólico con la elección del Papa Francisco, cuyo fanatismo puso al club en la escena mundial.
Dos semanas después del encarcelamiento del arquero, un cimbronazo deportivo dejó a Pizzi debilitado en el cargo, luego de perder con Racing 4-1, en el Nuevo Gasómetro.
El siguiente partido con Arsenal en Sarandí significaba un punto de inflexión porque, en caso de perderlo, San Lorenzo volvía a complicarse en la tabla del descenso. Lo ganó 3-1 y desde entonces se mantuvo invicto por el resto de la temporada.
Los pibes Angel Correa, Héctor Villalba y Gonzalo Verón más Leandro Navarro, en menor medida, marcaron el nuevo camino.
Concientes de ese potencial, la dirigencia y Pizzi armaron un plantel con refuerzos de proyección y buena actualidad en el fútbol argentino para la nueva temporada que proponía el desafío de jugar el torneo Inicial, la Copa Argentina y la Copa Sudamericana.
En el ámbito internacional, San Lorenzo quedó enseguida eliminado ante River, pese a demostrar una clara superioridad en el juego a lo largo de la serie.
Ya sin el goleador uruguayo Martín Cauteruccio, relegado por una lesión ligamentaria, el equipo se mantenía en el lote de arriba en del torneo mientras apostaba sus fichas a la Copa Argentina que, con un cuadro allanado, brindaba la chance de acceder a la Libertadores 2014.
La final perdida claramente con Arsenal en Catamarca representó un durísimo golpe para San Lorenzo y provocó que Pizzi pusiera a disposición su renuncia.
Pero la dirigencia lo mantuvo y el equipo mostró una notable recuperación desde el clásico ganado ante Boca (1-0), por la 14ta. fecha.
Con Newells en baja y pese a perder también por lesión a otro delantero titular como Verón, San Lorenzo se lanzó definitivamente a la conquista del título, montado en la jerarquía de Piatti, la habilidad de Correa y el pulso de Mercier.
Los resultados ajenos en un torneo de nivel futbolístico mediocre lo favorecieron en la recta final y el equipo, en definitiva, acumuló suficientes méritos para abrazar la duodécima estrella en la era profesional, acaso totalmente impensada hace un año antes.